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La pasión del poder

Catedral de Brno reflejada en un centro comercial
José Antonio Marina da argumentos convincentes para los anarquistas en su reciente libro La pasión del poder. Teoría y práctica de la dominación (Anagrama, 2008) al afirmar, como tesis principal, que ninguna ley posee fundamentación por lo que es necesario inventar ficciones que todos crean ciertas para mantener la cohesión de nuestra sociedad. El derecho natural solo es una zarandaja metafísica y si se me ocurriera mentar a la divinidad como fundamento de nuestro cuerpo jurídico me arrojarían ipso facto a los leones laicocráticos; independientemente de si se es creyente o no es peligroso que se olvide que si se mata a Dios nada fundamenta nada. Ex nihihilo…

De este modo, según Marina, los derechos humanos no son más que una ficción (p 146), útil pero falsa, necesaria pero mentirosa. Ninguna institución, nación, ONGD o iluminado de turno los aplica realmente, ni siquiera quienes se jactan ingenuamente de hacerlo. Es inevitable que un análisis serio y detenido de los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dibujen en nuestros rostros una mueca de perplejidad. La ley del embudo, ya saben, y esa cosa abstracta, inaprensible y vacía de contenido de la «dignidad» del artículo 1. No todos los seres humanos tienen dignidad por más que se empeñen los bien-pensantes: que se lo pregunten a la madre del adolescente asesinado en Gaza o en el Congo.

Me dan cierto repelús los que hablan de derechos humanos sin haber profundizado antes en su estudio, así como los que los defienden de palabra pero permanecen callados, pasivos y relajados cuando se conculcan. También me provocan estupor quienes se apasionan con ellos sin haber sufrido en carne propia el dolor provocado por los sujetos que serán defendidos por esta declaración. Olvidan a Rawls: si yo volviera a nacer -y no supiera las condiciones socio-económicas en que iba a hacerlo- no consentiría, si me dieran la posibilidad de elegir, que el violador de un ser querido fuera reinsertado en la sociedad, ni que los profesores pudieran adoctrinar a mis hijos en ideologías distintas a las mías, etcétera.

Aparte de la imposibilidad de fundamentar los derechos humanos hemos de lidiar además con sus continuas contradicciones. Por ejemplo en España, donde nos las damos de buenrollistas,  está prohibido criticar esta declaración ante los alumnos (no toda posición personal es ética si no está basada en el respeto a principios o valores universales como los que encierra la Declaración de los Derechos Humanos), lo que entra en conflicto con el artículo 19 y 18 sobre la libertad de expresión y conciencia, convirtiendo al profesorado en meros doctrinarios de la ideología dominante. ¿Se puede defender la DUDH cuando en el proceso se prohíbe ejercer uno de sus artículos?

Concuerdo con Marina en que esta declaración no está legitimada más que por una tomadura de pelo, pero hasta que se encuentre algo mejor hay que ir tirando con ello y seguir adoctrinando a nuestros jóvenes ciudadanos (y dejándonos adoctrinar en plan longuis) para seguir sobreviviendo «en paz» en lo que es una postmodernez líquida (o mercurial como lo denomina Marina) caracterizada por el maniqueo «lo-que-hoy-es-bueno-mañana-será-malo-y-viceversa».

En cualquier caso tengo muy claro que, a pesar de la vulnerabilidad de sus cimientos, seguiré comportándome como si los derechos humanos fueran verídicos, sólidamente fundamentados y cumbre desde la que emana la esperanza para construir un mundo mejor. No hacerlo todos así supondría el fin de nuestra civilización.

Si buscan la fundamentación de este posteo arriesgado háganlo en el libro de Marina, pero luego deberán emprender la imposible misión de fundamentarle a él. Mientras lo intentan les dejo con las perlas del libro, por si ayudan:

El nivel de cortisol de los animales dominantes sube bruscamente en los momentos de estrés, pero desciende rápidamente una vez resuelta la situación. En cambio, los baduinos subrodinados tienen siempre unas cifras de cortisol elevadas, lo que nos permite suponer que están continuamente estresados o asustados. (p 39).

¿Debemos educar a nuestros alumnos para la obediencia o para la rebelión? (p 48)

El papa Urbano II, en su epístola CXXII, reconoció que matar a un hereje era un acto virtuoso, «porque ese cristiano ejemplar que le cortó la cabeza a su hermano lo hizo con las entrañas atravesadas de amor a su Santa Madre Igkesia». (p 67)

La eficacia del poder de castigo se basa precisamente en que éste no se aplique, sino que baste con la amenaza, porque cuando una persona castiga a otra, junto al comportamiento de sumisión refuerza un comportamiento de oposición y rebeldía. (p 82)

Idealmente todo el mundo debería estar solo ante la pantalla del televisor viendo deportes, culebrones o comedias, privado de las estructuras organizacionales que permiten a los individuos que carecen de recursos descurbrir lo que piensan y creen en interacción con otros, formular sus propias preocupaciones y programas y actuar para hacerlos realidad. (p 106).

Conviene tener presente que aunque los medios de comunicación -la prensa, la radio, la televisión e internet- son imprescindibles para una democracia, el poder que confieren a sus propietarios o dirigentes no es democrático. No representan formalmente a nadie y pueden estar defendiendo intereses privados. (p 124)

La educación se convierte en un sistema de reproducción social, de estructuras de poder. No hay que olvidar la confianza -sospechosa- que los grandes dictadores tuvieron en la educación como medio para «forjar el hombre nuevo», que era en realidad el hombre sometido a la ideología del jefe. (p 142).

La masa no sabe ni lo que piensa, ni lo que desea, ni lo que debe hacer. Es un rebaño que espera a su pastor carismático, que lo sabe todo. (p 195)

Recuerdo que hablando con miembros de Herri Batasuna sobre quién podría votar en un posible referéndum para la independencia de Euskadi, me contestaron: «Los verdaderos vascos, es decir, os que están identificados con la independencia de Euskadi». (p 202).

Nuestra salvación estriba en que aceptemos el axioma de la dignidad, y nos comportemos -respecto a los demás y a nosotros mismos- como si fuera verdadero. (p 220)

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Mientras se diluyen los últimos minutos de 2008 aprovecho para desearles un feliz año 2009 en el que se dejen llevar por la pasión del saber.

Por Rafael Robles

Me llamo Rafael Robles y en esta web comparto mis experiencias docentes en varios países (Irán, República Dominicana, Haití, China, Estados Unidos, España y República Checa) y reflexiones sobre filosofía y el mundo educativo.

2 respuestas a «La pasión del poder»

Difícil dilema el de Marina…»¿Debemos educar para la obediencia o para la rebelión?»
En principio, creo que debemos educar para el análisis, para la crítica, para la razón. El problema es que -uniéndolo a otras dos de las citas del libro- los medios de comunicación no fomentan ese espíritu crítico, sino que más bien, adocenan, y por eso es más fácil ser masa que persona.
Feliz Año, Rafa.

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