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Cientos de kilómetros a pie y una nevera

Ayer, como cada semana, llegó a mi clase una alumna nueva. Tiene dieciséis años y ha recorrido a pie Centroamérica para cumplir con el sueño familiar de alcanzar los Estados Unidos de América. Comienza su presentación diciendo —risueña como si no fuera una tragedia— que ha estado tres meses andando, y entra en detalles sonriendo con la satisfacción de quien ha dejado atrás el infierno y a sabiendas de que nuestros problemas —los de los occidentales— son una broma comparado con lo que ella ha sufrido desde que nació. Así que muestra una sonrisa perenne y un rostro aliviado, distendido y relajado. Lo que no ha podido matarla la ha hecho más fuerte y la fragilidad de su delgado cuerpo se compensa con la fortaleza de una mirada que ha visto cosas que una niña no debería ver jamás.

[pullquote]La fragilidad de su delgado cuerpo se compensa con la fortaleza de una mirada que ha visto cosas que una niña no debería ver jamás[/pullquote]Mi alumna refleja felicidad tras tres meses destrozando los pies por los empedrados caminos de bosques hondureños, selvas salvadoreñas y desiertos mexicanos; unos caminos que además están plagados de insectos repugnantes y animales venenosos, donde se esconden siniestros maleantes que roban y violan a los más débiles —¡cobardes hijos del diablo!—, y en los que las temperaturas extremas son un aperitivo del infierno.

Por si eso fuera poco, el recibimiento en la tierra prometida no fue amable porque también se vio forzada a residir durante un mes en La nevera, el gélido e inhumano almacén en el que las autoridades estadounidenses encierran a los menores cuando cruzan ilegalmente la frontera; allí se les alimenta como animales, enferman sus pulmones y tratan de sobrellevar una condena injusta que a cualquier occidental haría enloquecer. Allí pasó todo un mes sin amigos, sin familia.

[pullquote]su mirada es limpia, a diferencia de muchos otros a quienes experiencias similares les ha maleado el rostro y despertado los demonios internos del resentimiento[/pullquote]Lo que me cautiva de ella es que no muestra rencor alguno y su mirada es limpia, a diferencia de muchos otros a quienes experiencias similares les ha maleado el rostro y despertado los demonios internos del resentimiento.

Cuando mi nueva alumna terminó de presentarse un compañero levantó la mano y dijo, sonriendo como si fuera una simple anécdota intrascendente: «a mí, además de todo eso, las mafias me tuvieron secuestrado durante un mes vagando por la montaña y comiendo monte, es decir, raíces y plantas que íbamos encontrando«.

En ese momento sonó el timbre y me despedí de los treinta estudiantes balbuceando un «me dan ganas de llorar». Hoy no tuve tiempo para explicar la lección que tocaba, la Ilustración francesa; ni falta que hizo: mi alumna es la razón de ser de las obras de Rousseau.

Por Rafael Robles

Me llamo Rafael Robles y en esta web comparto mis experiencias docentes en varios países (Irán, República Dominicana, Haití, China, Estados Unidos, España y República Checa) y reflexiones sobre filosofía y el mundo educativo.

Una respuesta a «Cientos de kilómetros a pie y una nevera»

Muy buen artículo para meditar.Si se piensa despacio cada párrafo y se aplica a nivel personal, deja uno de darle vueltas a la cabeza pensando en nimiedades haciéndonos en muchas ocasiones «las víctimas» con tonterías inventadas.

Gracias y saludos.

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