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Las demenciales pruebas externas

Estados Unidos lleva varios años realizando pruebas externas estandarizadas a sus estudiantes porque así, aseguran los expertos de la cosa, saldrán al mercado de trabajo mejor preparados. De este modo, desde primaria hasta la High School las clases se interrumpen regularmente con este desagradable ritual que dificulta el desarrollo efectivo de la educación.

Estas pruebas convierten al docente en un maniático, obsesionado con que sus alumnos obtengan buenas calificaciones porque, si suspenden, el culpable, ante los ojos de la administración y de la sociedad, será el propio profesor. Así que es perentorio educar menos y practicar más los modelos de exámenes de los años anteriores hasta que los alumnos memoricen las respuestas que se repiten cada curso. Y es que aquí no se andan con bromas: existe una especie de acuerdo tácito para no renovar el contrato a quien presente malos resultados. 

Así que el docente se cuidará muy y mucho de que sus alumnos sean expertos contestadores de exámenes aunque el precio a pagar sea ruinoso: extirpar los debates de clase, eliminar la práctica del pensamiento crítico, no hacer lecturas sosegadas de textos interesantes, no improvisar lecciones fuera de la programación para comprender una noticia de actualidad, descartar los modos altamente efectivos de la Filosofía para Niños, impedir pasear o visitar un museo al modo peripatético, y demás actividades educativas que desperdician un tiempo precioso que debe dedicarse a la práctica del examen.

Para mayor fiasco, las pruebas estandarizadas no aportan nada al crecimiento del alumno, excepto ansiedad, indefensión aprendida y, sobre todo, predeterminar su rol social para que lo asuma con resignación haciéndole creer, falsamente, que es más torpe o más listo que el resto de examinandos. Las pruebas externas son una escandalosa maquinaria de selección de estudiantes para su reparto arbitrario por estamentos sociales.

Es cierto que, de alguna manera, hay que buscar la objetividad para evaluar al alumnado (la evaluación, sobra decirlo, es necesaria); sin embargo, la utopía objetivista y su armamento examentístico nos conduce inexorablemente hacia el fracaso estrepitoso. La subjetividad y la flexibilidad son parte natural del proceso educativo, y soslayarlas es contraproducente.

En este sentido, uno de los daños colaterales más perniciosos de esta insensatez es que los profesores se ven abocados a incrementar las notas a sus estudiantes. Ello resulta en una inflación de calificaciones que dificulta que los alumnos económicamente más desfavorecidos puedan estudiar en la Universidad porque si todos obtienen una A o una B (sobresaliente o notable), el único criterio para acceder a la Universidad es el dinero o saber jugar al baloncesto.

Las autoridades educativas de España están a tiempo de repudiar las demenciales pruebas externas que se les vienen encima. Ya veremos.

Por Rafael Robles

Me llamo Rafael Robles y en esta web comparto mis experiencias docentes en varios países (Irán, República Dominicana, Haití, China, Estados Unidos, España y República Checa) y reflexiones sobre filosofía y el mundo educativo.

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