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La expulsión de lo distinto

Byung-Chul Han la vuelve a liar con su provocador libro La expulsión de lo distinto que acaba de publicar Herder. Ya se cebó contra los biempensantes y acomodados en La agonía del ErosLa sociedad del cansancio pero ahora, sin agonía ni cansancio, da un giro de tuerca para arremeter contra quienes se atracan a series y se obsesionan con los selfies, para desenmascarar a los megustáticos y retuíticos y para denunciar, como es costumbre en sus libros, las tropelías del neoliberalismo que hace de la vida, según él, una obcecación por igualarse a todos los demás. Pareciera como si Han deseara convertirnos en monjes de clausura o en ermitaños.

Su tesis la deja clara desde principio: La proliferación de lo igual es lo que constituye las alteraciones patológicas de las que está aquejado el cuerpo social. (p. 9). De este modo, Han diagnostica la depresión, el trastorno border line y el narcisista a la luz de la tozudez con que la sociedad expulsa al distinto, es decir, al refugiado y al enfermo mental que, en realidad, somos todos. ¡Qué paradoja expulsar a alguien porque viene expulsado de otro lugar!

Han observa —como un paranoico— giros hegelianos por doquier. Así asevera que el terrorista en realidad es el resistente (Lo que mueve a los hombres al terrorismo no es lo religioso en sí, sino más bien la resistencia del singular frente al violento poder de lo global, p. 24) o, peor aún, afirma que el terrorista no es más que un adolescente automutilado (¿Podría ser que los terroristas compartieran el mismo cuadro psíquico de los adolescentes que se autolesionan, es decir, que dirigen su lesión contra sí mismos? (p. 45). Con afirmaciones así —que envalentonarán a algunos desdichados— a buen seguro que los servicios de inteligencia de medio planeta controlan las cuentas de Han, no vaya a emocionarse con su lectura un yihadista en ciernes y haya que dar un susto al filósofo para proteger al Estado o al stablishment.

Su obsesión por los giros dialécticos produce en el lector una sensación de desrealización, de liquidez, de blandura, de caminar por aguas pantanosas y, a veces, sensación de agonía mientras es succionado por las pantanosas arenas movedizas hanianas: el que quiere ser distinto es una oveja más (Hoy todo el mundo quiere ser distinto a los demás. Pero en esta voluntad de ser distinto prosigue lo igual, p. 38); el enemigo es el amigo (El enemigo es, aunque de forma imaginaria, un proveedor de identidad, p. 27); la vida es la muerte (Cuando se niega la muerte en aras de la vida, la vida misma se trueca en algo destructivo. Se vuelve autodestructiva, p. 51); la riqueza es pobreza (Tanto más se empobrece el trabajador cuanta mayor riqueza produce (63); la explotación es libertad (la explotación ya no se produce como alienación y desrealización de sí mismo, sino como libertad, como autorrealización y autooptimización (64).  Y así todo.

También propala obviedades que todo buen padre enseñaba antaño a sus retoños pero que no son tan evidentes, al parecer, en la posmodernidad: la televisión es nociva (Uno se queda mirando la pantalla como un pasmado hasta perder la conciencia, p. 10); hay que ser amables con el prójimo (El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad, p. 35); el nacionalismo no es bueno (El nacionalismo que hoy vuelve a despertar, la nueva derecha o el movimiento identitario son asimismo reacciones reflejas al dominio de lo global. (25); la xenofobia es contraproducente (La extranjería es hoy indeseable por cuanto representa un obstáculo para la aceleración de la circulación de información y capital (63). Etcétera.

En realidad Han es la antítesis del gatopartidismo: que todo siga igual para que todo cambie. En este sentido me gustó leer que los turistas no tienen experiencias que impliquen una transformación y un dolor. Se quedan igual. Viajan por el infierno de lo igual. (p. 58). Estas palabras resumen el libro de Han y es que los que presumimos de viajeros —disculpen mi arrogancia— y despreciamos con repugnancia el turisteo sabemos que al turista más le vale quedarse en su casa, pues no viaja sino que se traslada, no piensa sino que se expone a estímulos culturales que olvida sin dar tiempo a interiorizar. Para este viaje hacia lo igual sobraban las alforjas.

Su tesis igualafóbica la expresa muy bien la extraordinaria película Anomalisa. Miren el trailer y lean la preocupante cita: Mientras está desayunando con ella, para horror suyo la voz de Lisa se asemeja cada vez más a esa voz uniforme que tienen todos. Regresa a casa. Por todas partes el desierto de lo igual (20).

Les dejo con mi videoreseña:

En la serie de imágenes de Jeff koon Easyfun-Ethereal todo tipo de artículos de consumo se acoplan unos con otros en la pantalla del ordenador formando imágenes coloridas. Pasteles, salchichas, granos de maíz, ropa interior y pelucas vuelan arremolinadas mezclándose por el aire. Sus imágenes reflejan nuestra sociedad, que se ha convertido en unos grandes almacenes. Está abarrotada de cosas y de anuncios efímeros. La perdido toda alteridad, toda extrañeza. De este modo, tampoco es posible el asombro (p. 95).
Otra virtud del libro es su excelente traducción y además es de los pocos que, fieles a la Academia, no acentúan gráficamente «solo», en contra de la mayoría rebelde que se afana en permanecer iguales contra la lógica académica.
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La agonía del Eros


Byung-Chul Han le está cogiendo el puntillo a la sociedad occidental post-re-que-te-post moderna y mega-ultra-chachi-liberal a pesar de sus orígenes surcoreanos, y es que no hay nadie como un foráneo para diagnosticar los males de la patria en virtud de la sabiduría que otorga la perspectiva; que se lo digan a Orwell o a Hemingway respecto a España o a Julio Camba en relación con Alemania.

Bien es cierto que Han ya apuntaba provocativas maneras con La sociedad del cansancio (reseñada en nuestro blog) y La sociedad de la transparenciapero me temo que ninguno de sus lectores llegó a intuir en el horizonte byungchulano algo tan desmesuradamente atrevido y sicalíptico como La agonía del Eros (Herder, 2014) cuya tesis principal es que

El neoliberalismo lleva a cabo una despolitización de la sociedad, y en ello desempeña una función importante la sustitución del Eros por sexualidad y pornografía. (p. 67).

Es lo que me faltaba por leer acerca de las maldades del neoliberalismo, al que no solo se suele culpar de empobrecer a los pobres a costa de enriquecer a los ricos sino que, además, llega Han y lo acusa de pornografiar la sociedad.  Yo también detesto el neoliberalismo —como cualquier persona razonable— pero me incomoda que se le use siempre como chivo expiatorio de todos los males de la humanidad porque, en el fondo, el neoliberalismo carece de existencia real, es una ficción narrativa, es un constructo inferido perteneciente al imaginario colectivo.

Permítanme, para ejemplificar mi arriesgada e irónica afirmación, servirme de  Jeffrey D. Sachs (uno de los paladines del neoliberalismo según Naomi Kleim en su libro La doctrina del shock) quien hace un par de años me contestó muy airado cuando comenté en Twitter las acusaciones de Kleim. ¡Dice él que «neoliberal» es un insulto! ¡Sí, él!

Por mucho que se haya transformado en asesor del Partido Socialista (cuyo programa reniega explícitamente del neoliberalismo) lo que Sachs puso en práctica hace treinta años era neoliberalismo inmisericorde y pornográfico y, presuntamente, sus recomendaciones económicas arruinaron a millones de personas en todo el planeta.

Por tanto si Sachs no es ni fue neoliberal nadie en el mundo mundial es neoliberal, por lo que la pornografía no es producto del neoliberalismo —ex nihilo nihil fit— sino que más bien ha estado acompañando al ser humano desde sus orígenes; lean, si no me creen, sobre Calígula, el Marqués de Sade o tantas otras biopornías. Y claro, aunque dichos pervertidos destruyeron sus respectivos Eros  convirtiendo al prójimo en mero objeto de satisfacción carnal, sí que perfilaron, por contraste, un mundo erotómano que mira con displicencia y arrogancia a su hermano mayor pornomaníaco.

Y es que quizá Han debiera haber titulado su libro La sociedad del forniqueo porque ese acto impersonal o deshumanizado, a medio camino entre el Eros y el Tánatos, ha existido siempre, es decir, el Eros continuamente ha estado agonizando pero nunca acaba de morir; de hecho el narcisismo cualidad necesaria y suficiente, según Han, para la destrucción del Eros nunca fue ni será lo suficientemente arremetedor como para transformar a Eros en Dionisos, ni como para convertir la Storgé, la Philia y el Ágape en procaz obscenidad, ni como para tambalear los valores altruistas del humanismo cristiano.

En cualquier caso, tras la lectura de este instigador libro todavía me pregunto si se trata de un cursillo pre-matrimonial o si, por el contrario, es más bien una invitación nihilista al pecado carnal más desenfrenado, confusión típica con que los escritores de la postmodernidad suelen sumir a sus lectores. Digamos que en el medio está la virtud.

Les dejo con un fragmento que, a buen seguro, motivará a la lectura de este interesante y brevilocuente ensayo en esta mañana de Miércoles Santo:

El sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo. La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro. Eros y depresión son opuestos entre sí.

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La sociedad del cansancio


Vivimos en una sociedad narcotizada para olvidar que estamos cansados. Drogarse con noopastillas es socialmente recomendable porque facilita la concentración del cirujano, la creatividad del artista y la resistencia del soldado; quizá su uso sea reprobable -cada vez menos- para divertirse, ganar oposiciones o rendir en el deporte, pero está claro el camino que ha abierto la sociedad para luchar contra el hastío: la «positividad» artificial de las pastillitas.

Byung-Chul Han es un filósofo neohegeliano de origen surcoreano que se ha sacado de la chistera posmoderna -que no arroja chistes sino bofetadas dialécticas- un libro titulado La sociedad del cansancio (editorial Herder, 2012). Sus tesis van en la línea del compromiso social y pesimista de Sennet y Lipovetsky pasadas por el filtro de la apatía bartlebiana que encuentra por doquier y que es el resultado de un espíritu excesivamente positivista. Han, gran seductor del lenguaje, pretende convertir al lector en un cómplice del secreto que ha descubierto y que se empeña en hacer público: nuestra sociedad premia el multitasking y la positividad, aspectos enormemente negativos para el correcto desarrollo humano. Ahí tienen varias muestras:

El explotador es al mismo tiempo el explotado (p. 32)

El amo mismo se ha convertido en esclavo del trabajo (p. 48)

El lamento del individuo depresivo, «Nada es posible», solamente puede manifestarse dentro de una sociedad que cree que «Nada es imposible». No-poder-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión. (p. 31)

El multitasking está ampliamente extendido entre los animales salvajes. Es una técnica de atención imprescindible para la superviviencia en la selva (p 33-34).

La rabia es una facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo. Actualmente, cada vez más deja paso al enfado y al estado enervado, que no abren la posibilidad a ningún tipo de cambio decisivo (p. 56)

La sociedad del rendimiento, como sociedad activa, está convirtiéndose paulatinamente en una sociedad de dopaje (p. 71)

Avisados quedan de su gran poder de seducción. Pregunten, si no me creen, a Miguel Santa Olalla quien quedó atrapado entre sus redes hegelianas en un seminario que le impartió en Alemania.

Solo un surcoreano puede contravenir a Foucault para alegar que no vivimos en una sociedad disciplinaria de «hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas» sino en una sociedad del rendimiento llena de «gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos» (p. 25). Quizá lo diga porque en Corea del Sur se suicidan por suspender exámenes. Su libro avisa de un peligro que está por llegar a España, donde la ausencia de perfeccionismo y obsesión por el trabajo y, por tanto, de exceso de positividad, retrasará la llegada del espíritu de las sociedades suicidas cuyo elemento más destacado es la absurda «positividad» del infumable «sí se puede». Así se desfoga Han al respecto:

Las enfermedades neuronales del siglo XXI siguen a su vez una dialéctica, pero no de la negatividad, sino de la positividad» (p. 18).

A la sociedad disciplinaria todavía le rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados. (…) La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber (p. 27)

De hecho el mayor peligro que tiene el Movimiento 15-M es su exceso de positividad. Si no quieren acabar derrotados por cansancio deberían dejarse de tanto «¡sí se puede!» y empezar a embestir al Estado corrupto sin panderetas, tambores ni consignas ilusamente positivas.

La lectura de La sociedad del silencio -aunque breve- es muy exigente, no apta para la sociedad cansada que critica. No es libro de divertimentos y pensamientos fáciles para amenizar una tertulia, sino de reflexión interior, de diálogo con uno mismo. Recomendable para profesores que, agotados, interiorizan la ley del mínimo esfuerzo, o para aquellos ingenuos que con tanta positividad confunden el buenrollismo con el circo, y para descreídos del movimiento 15M que han sucumbido ante la agotadora y constante acción de los corruptos. Tanta positividad que encontramos en la sociedad es agotadora, menos mal que Han nos reinserta en la sociedad con una buena carga de energía realista.

FICHA

Título original: Die Müdigkeitgesellschaft
Traducción: Arantzatzu Saratxaga Arregi
Idioma original: Alemán
Fecha de aparición05/10/2012
Encuadernación: Rústica con solapas
80 pag.
12.2 x 19.8 cm
ISBN 9788425428685