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Filosofía Pedagogía

Filosofía para adolescentes

Ya se puede encontrar en los quioscos la revista Filosofía Hoy de febrero en la que me han publicado un artículo titulado «La clase de filosofía».  Este es:

Cuando entro en el aula mis estudiantes me esperan dispuestos en forma de “U” porque para dialogar hay que mirarse a los ojos y no a los cogotes. Así sentados puede dar comienzo un diálogo efectivo.

En esta ocasión comparto un texto de Deleuze que cautive a los alumnos porque de nada sirve enseñar a quien no desea aprender. Un voluntario comienza la lectura en voz alta: “Cuando alguien pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz…”. Durante la lectura sosegada, bien vocalizada, paladeando cada una de las palabras, las caras del alumnado muestran sorpresa y cierta indignación.

Creo que mi primer objetivo está cumplido porque consigo inducir un estado mental que propicie el pensamiento. No es un texto aburrido ni pedante de los que tantas vocaciones filosóficas han destrozado. A continuación mi labor se centra en que los estudiantes den a luz sus pensamientos, como cuando Sócrates hacía de partera.

Soy el facilitador de la comunidad de investigación, no el profesor que da una clase magistral inane, vana, fútil; es tan inútil como pedir que copien apuntes. Mi preocupación es formular buenas preguntas, matizar y conceptualizar las ideas que van apareciendo.

Hoy toca Deleuze, pero otros días organizo el debate sobre un capítulo de los libros de Lipman o de Sharp, sobre Luces y sombras de García Moriyón, sobre Pensando juntos, construyendo libertad del equipo de Marta Aja, sobre El juego de la argumentación de Tomás Miranda, sobre párrafos de las novelas de Sánchez Alcón, sobre los provocadores textos de Brenifier, sobre asuntos de exclusión social tratados por Lago y Paco Pascual, sobre los materiales del grupo IREF. También sobre noticias de actualidad, textos clásicos, fragmentos de películas, poemas…

Intento que surja el pensamiento crítico, independiente, cuidadoso, creativo y liberador entre los participantes que se educan en comunidad. Deseo que mis alumnos se conviertan, como dijo Lipman, en un grupo de científicos que van a colaborar juntos. Los alumnos aprenden entre ellos. Casi sobro.

No tengo miedo a perder el tiempo. Es preferible entender bien un concepto que obsesionarse con el cumplimiento de la programación didáctica. Me preocupo de que los alumnos no intercambien opiniones, sino argumentos. Que se centren en la búsqueda de la verdad porque la alternativa es asunto de contertulios de la telebasura, de misólogos y de filótopos.

Evalúo sus intervenciones sin que se percaten e intento ser solícito, cuidadoso y cordial, pero a la vez exigente. No me gusta calificar porque implica una coacción, pero es preciso que cuando yerren al argumentar se les corrija en base a unos criterios claros.

Tras el debate deben consolidar lo aprendido. Al inicio de la siguiente clase, como siempre, se lee el diario del día anterior. Se comentan las disertaciones y vídeo-disertaciones personales, en las que se plasma una opinión más reposada, ajena al inevitable ímpetu de los debates. Me gusta que el diálogo también se extienda por las redes sociales y que la comunidad de investigación sobreviva más allá del aula. No en vano es una preparación para la vida.

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