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Estados Unidos

Pobreza estadounidense

Los homeless conforman un elemento importante del decorado usamericano; les encontramos al lado de los Wallmarts empujando carritos, de pie en los semáforos tocando guitarras, fingiendo que leen en las bibliotecas públicas para protegerse del frío; y derrotados por el alcohol, como el señor de la fotografía.

Acabar con la pobreza del país está al alcance de Estados Unidos, pero el espíritu estadounidense —existencialista, arrogante y egocéntrico— considera que uno es pobre por decisión propia y el Estado carece de autoridad para obligar al homeless a dejar de serlo; ello extralimitaría las funciones del Estado convirtiéndolo en totalitario.

Si no hubiera difuminado su cara, contemplarías el miedo cerval que lanzan sus ojos para, instantes después, comprobar que son los tuyos proyectados en él. En realidad transmiten esperanza porque se aproxima un nuevo trago de vino barato mezclado con Coca-cola.

A este país se le ha ido la mano con el neoliberalismo.

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Estados Unidos

Cientos de kilómetros a pie y una nevera

Ayer, como cada semana, llegó a mi clase una alumna nueva. Tiene dieciséis años y ha recorrido a pie Centroamérica para cumplir con el sueño familiar de alcanzar los Estados Unidos de América. Comienza su presentación diciendo —risueña como si no fuera una tragedia— que ha estado tres meses andando, y entra en detalles sonriendo con la satisfacción de quien ha dejado atrás el infierno y a sabiendas de que nuestros problemas —los de los occidentales— son una broma comparado con lo que ella ha sufrido desde que nació. Así que muestra una sonrisa perenne y un rostro aliviado, distendido y relajado. Lo que no ha podido matarla la ha hecho más fuerte y la fragilidad de su delgado cuerpo se compensa con la fortaleza de una mirada que ha visto cosas que una niña no debería ver jamás.

[pullquote]La fragilidad de su delgado cuerpo se compensa con la fortaleza de una mirada que ha visto cosas que una niña no debería ver jamás[/pullquote]Mi alumna refleja felicidad tras tres meses destrozando los pies por los empedrados caminos de bosques hondureños, selvas salvadoreñas y desiertos mexicanos; unos caminos que además están plagados de insectos repugnantes y animales venenosos, donde se esconden siniestros maleantes que roban y violan a los más débiles —¡cobardes hijos del diablo!—, y en los que las temperaturas extremas son un aperitivo del infierno.

Por si eso fuera poco, el recibimiento en la tierra prometida no fue amable porque también se vio forzada a residir durante un mes en La nevera, el gélido e inhumano almacén en el que las autoridades estadounidenses encierran a los menores cuando cruzan ilegalmente la frontera; allí se les alimenta como animales, enferman sus pulmones y tratan de sobrellevar una condena injusta que a cualquier occidental haría enloquecer. Allí pasó todo un mes sin amigos, sin familia.

[pullquote]su mirada es limpia, a diferencia de muchos otros a quienes experiencias similares les ha maleado el rostro y despertado los demonios internos del resentimiento[/pullquote]Lo que me cautiva de ella es que no muestra rencor alguno y su mirada es limpia, a diferencia de muchos otros a quienes experiencias similares les ha maleado el rostro y despertado los demonios internos del resentimiento.

Cuando mi nueva alumna terminó de presentarse un compañero levantó la mano y dijo, sonriendo como si fuera una simple anécdota intrascendente: «a mí, además de todo eso, las mafias me tuvieron secuestrado durante un mes vagando por la montaña y comiendo monte, es decir, raíces y plantas que íbamos encontrando«.

En ese momento sonó el timbre y me despedí de los treinta estudiantes balbuceando un «me dan ganas de llorar». Hoy no tuve tiempo para explicar la lección que tocaba, la Ilustración francesa; ni falta que hizo: mi alumna es la razón de ser de las obras de Rousseau.

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Estados Unidos

Huyendo de la pobreza, de la violencia y del analfabetismo

Tengo alumnos cuyos padres no saben leer, ni siquiera en su lengua materna. Sin embargo ellos, sus hijos, —que muestran la amplia sonrisa de alivio que se dibuja a quien se le ha terminado la pesadilla— están sobreponiéndose a las enormes dificultades de sus progenitores y estudian con gran esfuerzo y dedicación. Valoran la educación pública, gratuita y de calidad que en sus países de origen ni siquiera podían soñar porque allí solo estudian los ricos.

Estatua en honor de los inmigrantes. Barrio cubano de Tampa, FL

Llegaron a Estados Unidos cruzando a nado el Río Grande tras recorrer cientos de kilómetros por Centroamérica con la ayuda de un coyote al que entregaron los ahorros de su vida y el efectivo obtenido de usureros sin escrúpulos: 6000 dólares. Mis alumnos también me cuentan sus desventuras en el tren conocido como «La bestia» o «El tren de la muerte» (vea este vídeo para hacerse idea de sus condiciones infrahumanas), o en las vulnerables balsas que tratan de sortear las peligrosas olas del Golfo de México, o los nervios que sufrieron al tratar de sobornar a la policía para que les permitieran proseguir su viaje. Aunque arriesgaron sus vidas, me dicen, mereció la pena. Yo también lo habría hecho.

Unos alcanzaron los Estados Unidos huyendo de las agresivas maras que les chantajeaban, otros de la pobreza más exacerbada que les condenaba a la calle y a la enfermedad, los hay que tienen la condición de refugiados políticos porque su gobierno les perseguía por haber sido críticos con el sistema; también hay quien huye de un ambiente familiar de alcoholismo, violencia y machismo, un mal predominante en los Estados fallidos. A todos ellos les une la desesperación por huir del infierno.

Faltan mucho a clase porque han de asistir a citas con los funcionarios de inmigración que amenazan con incoarles un expediente de expulsión, y a citas con jueces implacables dispuestos a aplicar rigurosamente una ley que detesta al inmigrante porque le considera un peligro para la estabilidad social, y a citas con sus padres analfabetos a quienes tienen que asistir como intérpretes en sus entrevistas para conseguir un trabajo ilegal.

A pesar de ello, me dice un alumno que Estados Unidos le ha permitido dar el saldo de la animalidad a la humanidad, y por ello estará agradecido de por vida: ya se siente estadounidense aunque le falte el documento que así lo acredite.

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Estados Unidos

Fracasos y éxitos

El estresante ritmo de vida que se vive en Estados Unidos hace perder la cabeza a unos cuantos. Supongo que por ello los supermercados venden painkillers en botes de cien pastillas sin necesidad de prescripción facultativa, se llenan las iglesias evangélicas de fieles que lloran mientras cantan y se pueblan las paradas de los semáforos de derrotados del sistema. Tener una buena familia en la que sustentarse podría ayudarles para convivir con las hostilidades del día a día, pero aquí casi todos están divorciados o sin tiempo para atender a los hijos.

Bien es cierto que sonríen constantemente y expresan con desmesurada alegría frases como «it is so cute!», «awesome!» y «you´re great!», pero es una fachada que esconde su tristeza generalizada y una freudiana formación reactiva. La razón de la infelicidad del estadounidense hay que encontrarla en su continua exposición al fracaso. Y es que el éxito, que no existiría sin la posibilidad del fracaso, es la razón de ser American way of life.

conspiranoico
Un tipo pidiendo la encarcelación de Obama y otros despropósitos sobre la Gestapo, Snowden y las virtudes del anarcocapitalismo. ¿Ha perdido la cabeza?

Cada día viven con intensidad el probable riesgo a dar un paso en falso que les sumerja en el abismo del fracaso y conviven con un miedo cerval y secreto a ser considerados loosers; pero aceptan con entereza, de forma temeraria, la posibilidad de la derrota porque creen que el American dream les dará una nueva oportunidad. De este modo asumen con naturalidad que la vida es una montaña rusa y todo intento de nivelarla lo consideran despreciable socialismo.

Intentan sedar su tristeza en los pantagruélicos centros comerciales, las catedrales donde el sancta sanctorum se ha reconvertido en una caja registradora ante la que se implora un ascenso a paraísos repletos de refrescos azucarados, pick ups con GPS integrado, computadoras ultraligeras y suscripciones premium a Netflix.

Como me adhiera al dicho «donde fueres haz lo que vieres» acabaré con el síndrome del quemado pidiendo ayuda en los semáforos o conduciendo un coche con letreros conspiranoicos como el de la fotografía.

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Estados Unidos

Pobreza en los semáforos

En Estados Unidos nadie se muere de hambre pero hay pobreza. En las paradas de algunos semáforos los homeless y los adictos se cubren con carteles de cartón solicitando ayuda económica a los conductores que esperan impacientes la lucecita verde.

En mis viajes por el mundo les vi vendiendo flores en Iránlimpiando parabrisas en España, ofreciendo pañuelos de papel en China, pidiendo en Chequia, abrillantando zapatos en la República Dominicana, vendiendo plátanos en Haití… Sí, doy fe de que también existen en Estados Unidos.

Una mujer pidiendo ayuda en una parada de semáforo de Estados Unidos

 

Casi todos los días, incluso cuando llueve, veo a este inaudible guitarrista cuando vuelvo del trabajo. De vez en cuando le doy un dólar
Un homeless junto a las vías de tren. El carrito de supermercado, el cartón de vino, el «split image» del anuncio… la estética de la pobreza y de la derrota.
También se les ve en los semáforos bajo lluvias torrenciales
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España

Tirado en la calle


La gente pasa indiferente ante este señor arrojado en la calle. Deben de pensar que es uno más, entre tantos, que intenta hacer negocio a costa de la compasión y de las neuronas espejo de las buenas personas. Hoy nadie se le acerca, pero si ahí sigue es porque otros días le lanzaron monedas.  Le miran pero no le ven. O le ven pero no le miran. Piensan que quizá sea otro parásito social, o un alcohólico, o un esquizofrénico que reniega de la medicación; o, lo más probable, se ven reflejados en él y, asustados, pasan de largo. La aporofobia, ya saben. ¡Si vistiera diferente!

Trato de superar mi pudor para grabar la escena con mi teléfono móvil, pero el pudor se impone  a mi morbosa necesidad de describir los trapos sucios del sistema. Bastan estos diez segundos para demostrar que nos hemos vacunado contra la piedad. El prójimo ya no existe.

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Irán

Sobreviven gracias a la construcción

Mire donde mire siempre verá edificios en construcción en Irán

Irán es un inmenso taller de construcción de edificios. Ha llegado a la treintena la generación del boom y es su tiempo de hipotecarse ciegamente para adquirir la casa con la que todo ser humano sueña. Las proyecciones demográficas apuntan a que dentro de cinco años ya no se renovará la generación consumista de la explosión demográfica, por tanto se verá muy reducida la demanda de vivienda y, en consecuencia, estallará la burbuja inmobiliaria.

Si hasta ahora los iraníes han sobrevivido gracias al consumo interior -las ganancias petrolíferas apenas llegaban al pueblo-, dentro de un lustro el desastre será dramático. Ya no habrá gente que quiera o pueda comprar casas. Deberían estudiar el caso español.

Será entonces, cuando la economía persa esté realmente hundida, el momento que las potencias occidentales aprovecharán para atacar como buitres. Y, como siempre, la población inocente pagará las consecuencias. Tras la guerra a buen seguro que el sector de la construcción vuelve a reactivarse; las constructoras y petroleras occidentales, me refiero.

Construyen tanto y tan rápido que la calidad de las edificaciones deja mucho que desear
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Irán

Los bazaríes no quieren pagar impuestos

Bazar de Teherán
El Bazar de Teherán, uno de los más grandes del mundo, donde los bazaríes controlan gran parte de la economía del país

En Irán hay ricos muy ricos y pobres muy pobres. Cuando el gobierno quiso arreglar esta situación haciendo que los ricos pagaran más impuestos los bazaríes se pusieron en huelga, la economía se hundió y el gobierno se vio obligado a cancelar su propuesta. Decir que Irán es un estado ultraliberal no es del todo correcto, pero ¿cómo denominaríamos al sistema cuyos empresarios casi no están obligados a pagar impuestos?

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República Dominicana

Niño limpiando las botas del militar

Joven limpia las botas a un militar en Santo Domingo, República Dominicana

¿El militar está haciendo una obra de caridad al permitir que un niño de la calle le limpie las botas o es un acto de abuso contra la infancia? Desde Occidente podemos poner el grito en el cielo, pero habría que vivir allí antes de juzgar. Esos dos pesos que gane el niño limpiando botas le dará de comer; al menos para hoy.

Joven limpia las botas a un militar en Santo Domingo, República Dominicana 2/2