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Diez razones para ser liberal: entrevista a Santiago Navajas

Hoy jueves 8 de junio entrevistaremos a Santiago Navajas, autor de Diez razones para ser liberal.

Hace seis años tuve el placer de organizar un debate entre él y Julio Anguita (pueden verlo en este enlace así como les recomiendo también este otro análisis muy crítico, y quizá algo injusto, de Rubén Hood). Ambos vídeos son una buena base sobre la que establecer la entrevista-debate que mantendremos hoy a las 20:30, hora España.

Se puede ver en directo en Twitch y en Youtube; y dejaré en esta entrada la grabación de vídeo y podcast.

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Vídeo: Ética y política

No todos los políticos son iguales, de hecho, según el filósofo Norberto Bobbio, hay seis formas de ser político y de hacer política. En este vídeo analizamos las 6 maneras como se relacionan la ética y la política que propone el filósofo Bobbio en su libro Teoría general de la política (editorial Trotta, pp. 175-236). Dichas formas son:

1. Monismo rígido

2. Monismo flexible

3. La teoría de la ética especial

4. Un dualismo declarado aunque aparente

5. Un dualismo real

6. Un dualismo consecuente

Es importante tener esto en cuenta antes plantearse la posibilidad de intervenir en política y aceptar la responsabilidad de un cargo político. ¿Cuál de estas categorías será la tuya?

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La mente de los justos

Si por algo se caracteriza la condición humana es por ser intolerante. El ser humano sobrevive frente a los demás porque se cree en posesión de la verdad y así impone nietzchianamente su voluntad de poder. Por definición solo se tolera lo que parece intolerable y pocos, algunos simplemente por indolencia y pereza, están dispuestos a pagar precio tan elevado. Las tribus, los partidos políticos, los medios de comunicación y las asociaciones hacen lo mismo: son intolerantes con la crítica, temerosos de la autocrítica y muy celosos de su buen nombre; no toleran el librepensamiento aunque presuman de ejercitarlo, no consienten la libertad de expresión aunque la adoren en sus estatutos, no permiten que cada cual piense por sí mismo porque les supondría un riesgo existencial.

Es por ello que el nuevo libro de Jonathan Haidt, La mente de los justos, es absolutamente imprescindible para tomar conciencia de que pensamos lo que pensamos por razones muy lejanas a nuestra libre decisión. El subtítulo es esclarecedor: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata. Su tesis fundamental es que nuestras ideas políticas y religiosas (por tanto, todas las ideas) están determinadas genéticamente, lo cual es aterrador, pero ya nos enseñó Spinoza que siendo conscientes de que no somos libres es como ganamos nuestra libertad.

En cualquier caso, cómo no aterrarse cuando Haidt afirma que «nuestro pensamiento moral se parece mucho más a un político que busca votos que a un científico que busca la verdad» (p. 121). O cuando asevera, con reminiscencias orteguianas, que «a las personas se les da muy bien cuestionar las afirmaciones hechas por otros, pero cuando se trata de su creencia, entonces es su posesión, casi como una hija, y en ese caso lo que quieren es protegerla, no cuestionarla y arriesgarse a perderla» (p. 125). O cuando arguye que «el coeficiente intelectual era el mejor predictor de la capacidad de debate de las personas, pero es capaz de predecir sólo el número de argumentos de mi lado» . (p. 127)

De este modo así es la escalofriante pregunta que Haidt nos lanza al lector:

¿Qué posibilidades hay de que la gente piense con la mente abierta y de manera exploratoria cuando en medio hay intereses personales, identidades sociales o emociones fuertes que les hacen querer o incluso necesitar alcanzar una conclusión predeterminada? (p. 128).

Lo resume bien Roberto Colom en su brillante reseña del libro: «La razón no domina porque, según Haidt, es más importante la reputación que la verdad»; culminando con que «este ensayo es, en suma, para estudiar, no para leer. Debajo de su supuesta sencillez y claridad hay una complejidad extraordinariamente seductora. Tan poderoso es el mensaje que es tentador aceptarlo sin dudar».

Sucumbo ante dicha tentación y acepto el mensaje del libro. Pero ya quedo a la espera de que el profesor Colom lo refute con alguno de sus brillantísimos artículos sobre la inteligencia.

Les dejo con el audio de esta entrada y un vídeo de Jonathan Haidt explicando su libro:

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Los ojos de la alcaldesa

Les dejo con el audio y el enlace a mi nuevo artículo en MiCiudadReal: «Los ojos de la alcaldesa«.

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Pactar con el diablo

ESCUCHAR ¿Por qué estos espíritus selectos se someten a otros más vulgares? ¿Qué les habrá conducido a dedicar parte de su existencia a escuchar vaguedades predecibles? ¿Por qué parece que disfrutan serenos de las medias verdades en un ámbito de continua falsedad? ¿Por qué su buena voluntad para con los embaucadores? ¿Por qué están incapacitados para decir que “no” a sus dirigentes que, enloquecidos, insisten una y otra vez en el error? LEER EL ARTÍCULO COMPLETO

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Trabajo de chinos

Comparto con ustedes un fragmento de mi último artículo en MiCiudadReal titulado «Trabajo de chinos». También puede escucharlo: Trabajo de Chinos 

(…)La llegada masiva a España de grandes empresas-patera y financieras chinas supone un desafío democrático de primera magnitud. Su entrada gradual está cimentando, con el respaldo de la reciente legislación laboral diseñada a su medida, el hundimiento de los salarios de los trabajadores españoles, el incremento hasta la náusea de los horarios laborales y la interiorización de la filosofía laboral china que afirma que hay que “vivir para trabajar” en detrimento del “trabajar para vivir”. Tantas décadas de maoísmo les ha despertado una inusual voracidad neoliberal fuera de sus fronteras.

Si la democracia-como-nación pretendió, hace no mucho tiempo, dulcificar el inevitable capitalismo, en nuestros días la democracia-globalizada es el peligroso artífice que allana el camino a culturas empresariales —¡dichoso multiculturalismo!— que desprecian a los trabajadores, chantajean a los pequeños emprendedores y ocultan a sus clientes el porqué de sus precios sorprendentemente baratos. (…) CONTINUAR LEYENDO



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El gobierno de las emociones

Hubo una época en la que parecía que en el PSOE había algunos asesores con formación filosófica de primer nivel cuyo trabajo se veía reflejado en una acción de gobierno de clara orientación ética, al menos lo intentaban. El PP también tenía algunos buenos asesores intelectuales que hoy en día han sido sustituidos por expertos en malabarismos financieros; en ambos partidos políticos ya no importa tanto el «florecimiento humano» como el rendimiento económico, ignorando que el desarrollo humano es pieza fundamental del desarrollo económico como nos indican los premios Nobel de economía Krugman y Stiglitz. Esto es abyecto y nauseabundo. Sin embargo saber que alguien que ha sido diputada ha escrito un libro como El gobierno de las emociones (editorial Herder) me reconcilia durante unos minutos con la clase política, sea del signo que sea.

La tesis principal de la ex-diputada Victoria Camps es que no existe razón práctica sin sentimiento, es decir, que

La ética no puede prescindir de la parte afectiva o emotiva del ser humano porque una de sus tareas es, precisamente, poner orden, organizar y dotar de sentido a los afectos o las emociones (p. 25)

Con esta premisa de fondo se describe en El gobierno de las emociones la relación de amor-odio que mantuvo la razón con la emoción a lo largo de la historia del pensamiento, relación que se aprecia en las ideas que al respecto propusieron Aristóteles, Spinoza y Hume -protagonistas del libro- acompañados por Séneca, Locke, Hobbes, Nietzsche y Adam Smith. A partir de lo que dijeron dichas mentes preclaras, Victoria Camps compone una ética de las virtudes -de las virtudes cívicas- cuya idea fundamental es que la razón debe gobernar las emociones, pero nunca anularlas y que los sentimientos se pueden educar. Es decir, el intelectualismo moral es erróneo porque de nada vale conocer el bien si no media un sentimiento; lo explicó bien Spinoza en su Ética: «el conocimiento del bien y del mal no sirve si no se transforma en un afecto que potencie la acción».

Por tanto la razón mejora las emociones, y así mismo rediseña el comportamiento moral porque -prosigue Camps- «lo que la razón hace no es eliminar el sentimiento, sino modificarlo, transformarlo en otro sentimiento distinto o más moderado, que será parte del modo de ser de la persona». (p. 46). En este sentido la autora pone un ejemplo que también gusto de compartir con frecuencia con mis alumnos:

Enfadarse es, en principio, un sentimiento natural. Lo que hay que aprender es a enfadarse por lo que merece un enfado. Aristóteles construyó parte de su Retórica para enseñar dicha lección: cómo aprender a tener los sentimientos justos o, diríamos hoy, las emociones adecuadas. (p. 21).

En el momento en que uno se percata de que «las emociones no son algo que me ocurre, sino algo que yo hago» (p. 24), es factible que la razón tome las riendas emocionales. Se trata, en definitiva, de transformar lo inadecuado en adecuado, evitando con dichos términos la tentación maniquea de dividir la realidad en buena o mala, celestial o demoníaca:

Transformar las ideas inadecuadas en ideas adecuadas es el objetivo de la ética para Spinoza. ¿Cómo hacerlo? No anulando el afecto que las ha producido, sino cambiando la idea del mismo. (p. 69)

Más que demonizar las pasiones sin más, lo que conviene es ver cómo podemos reconvertirlas (p. 70)

Lo que separa al hombre dueño de sí del esclavo es la capacidad para transformar los afectos que impiden actuar en afectos que potencian la acción (p. 84)

Además las emociones son ambivalentes según el contexto en el que se produzcan. Por ejemplo, el miedo durante un examen podría ser un camino directo hacia el suspenso, pero ante el ataque de un oso el miedo prepara el cuerpo para una huida más rápida. Del mismo modo se intuye que los afectos poseen una base neurológica y que más que de ética habría que hablar de neuroética como indica Adela Cortina en su magnífico libro Neuroética y neuropolítica. En definitiva, el proceso de hominización ha diseñado cerebros que sobreviven mejor si tienen emociones en las que intervenga una razón que las pula.

Además los cerebros que mejor sobreviven son aquellos predispuestos a la cooperación frente al enfrentamiento. La bondad es racional, natural o neuronal, como ustedes prefieran, pero está claro que es preciso ejercitarla. El ejercicio de la bondad  no es cultural sino genético y quien lo practica tiene más probabilidades de sobrevivir; en esta línea de argumentación Steven Pinker explica en Los ángeles que llevamos dentro que a pesar de toda la violencia que asola a la humanidad, nunca el mundo ha sido tan pacífico como en la actualidad. Parece que los genes de cerebros violentos no transmiten con facilidad su patrimonio genético.

En cualquier caso lo fundamental es que los seres humanos practiquen la virtud cívica porque conduce hacia el bienestar individual y colectivo, representado por un Estado justo. Ello invita a Camps a criticar un sistema imperfecto que debería corregirse con urgencia:

Complacer a todos es, en primer término, complacer al poder económico, y al poder político. Luego, habrá que tener en cuenta también a la audiencia en general. Pero enseguida nos damos cuenta de que estamos ante tres factores imposibles de sumar. Para hacerlo, hay que reducirlos todos a un solo factor, el más importante, el del dinero. (p. 61).

La política y la economía pendientes del dinero catalizan el proceso de deshumanización, que junto a los medios de comunicación que los apuntalan configuran un triángulo peligroso: «No es que los medios se dirijan a un público que está ahí en espera de recibir información. Al contrario, los medios crean ese público, lo construyen» (p. 62). Aunque Camps hace extensiva esta crítica a internet -que no comparto en absoluto- bien es cierto que los mass media en general ayudan a desensibilizar a las personas, haciéndoles perder el fundamental sentimiento de compasión que impide sentir dolor por el prójimo que sufre porque se han acostumbrado, por empacho de imágenes, «a la exterminación de seres humanos, especialmente si uno consigue olvidarse de que son humanos» (p. 149); además estos medios tienen el poder de transubstanciar a los villanos en héroes: «los héroes de nuestro tiempo son personajes que no llaman la atención por su buen hacer, por su conducta impecable ni por su entrega a los demás». (p. 114).

Todo ello invita a pensar que si las emociones del hombre son fácilmente manipulables, sea necesario hacerse con un sistema jurídico impregnado de razón y de emoción:

Es preciso instaurar el derecho para que desaparezca el miedo, o, de otra forma, hay que limitar la libertad para preservarla. (p. 176)

Las instituciones que no son los puntales de la democracia no s revitalizan y se muestran incapaces de despertar credibilidad ninguna. (p. 197).

Si no es así el ciudadano vivirá constantemente atemorizado porque «el principio de «desconfianza sistemática», a su vez, es «productor de miedo» (p. 209). El mensaje de Camps es claramente socialdemócrata puesto que de sus palabras se infiere la necesidad de un Estado muy fuerte que además facilite la libertad e independencia de los ciudadanos para que puedan desarrollar sin trabas su vocación. Sin embargo las opciones más liberales o conservadoras deberían tomar nota de este libro para reescribir sus programas políticos en orden a fomentar la virtud cívica entre la ciudadanía; es posible hacerlo desde distintas sensibilidades.

Es un libro de obligada lectura para los profesores cuya interacción constante con estudiantes pone a prueba cada día variados afectos. Conocer dichos afectos y los modos en que la razón puede domeñarlos hace a uno mejor docente. También es un libro recomendado a los indignados del 15M: no en vano la indignación es una ira controlada por la razón, algo que se aprende con la lectura de El gobierno de las emociones. Si ambas razones no le sirven, les doy la última: ha ganado el Premio Nacional de Ensayo. Les dejo con un vídeo en el que aparezco leyendo las interesantes páginas 44-46 sobre el modo de ser que es la virtud:

 

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La Educación para la Ciudadanía del Partido Popular

Mis alumnas de Educación para la Ciudadanía y otras asignaturas en el poblado gitano de El Gallinero de la Cañada Real de Madrid. Mayo de 2011. Fotografía de Ramón Martín.

Dice el Partido Popular en su programa electoral que

Elevaremos la formación cívica de los alumnos, sustituyendo la asignatura educación para la ciudadanía por otra cuyo contenido esté basado en el aprendizaje de los valores constitucionales y en el conocimiento de las instituciones españolas y europeas.

En primer lugar habría que enseñarles a escribir correctamente el nombre de la asignatura (con mayúsculas tal y como indica la Real Academia de la Lengua: «Educación para la Ciudadanía»).

En segundo lugar, ¿qué diantres he venido haciendo estos años si no ha sido enseñar los valores constitucionales (y, por tanto, de los Derechos humanos) así como el funcionamiento de las instituciones españolas, europeas (e internacionales)? ¿Cómo pretenden elevar la formación cívica proponiendo los mismos temas que ya se trataban?

Además, una directiva europea obliga a los estados miembros de la Unión a impartir esta asignatura. ¿Hablan por hablar? ¿Qué es lo que eliminarían exactamente de este programa que venimos impartiendo durante varios cursos?:

Es lamentable que jugando chapuceramente con la educación pretendan obtener unos cuantos votos. Pero lo peor es la ciudadanía que les cree, tanto a estos como a los otros. ¡Democracia real ya! ¡No nos representan!
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Hoy huelga de profesores de Castilla-La Mancha y el 18 de octubre ¡otra!

No me considero socialista aunque me preocupo por el bien de la sociedad, no me considero conservador aunque intento conservar los grandes valores que la humanidad ha descubierto con esfuerzo y sufrimiento, no me considero comunista aunque tengo una conciencia de clase que me hace vomitar contra los especuladores del capital internacional, no me considero liberal aunque considero que la libertad es el valor más importante del ser humano, no comparto el sindicalismo actual aunque sé que la unidad de acción de los trabajadores es la clave para que unos indeseables no nos dobleguen en el nombre de su caprichosa, enfermiza y agresiva codicia. Sólo me considero un profesor que cree que con el trabajo honrado y la ayuda a los demás podemos construir un mundo mejor.

Por tanto, a mí no me mueven intereses políticos para estar hoy de huelga, como afirma algún desvergonzado sindicato. Me mueve impedir la destrucción despiadada que se ha iniciado contra el sistema educativo público de Castilla-La Mancha, lo que ha despertado en mí todos los sistemas de alerta, de indignación y de animadversión frente al agresor.

Sólo sé que me están atacando unos políticos llevados por la histeria, el miedo y turbios intereses que no alcanzo a comprender. Su cerrazón al diálogo impide razonar con ellos acerca de la barbaridad infame que están cometiendo. Nos han insultado, nos han amenazado, han jugado con nosotros y, lo peor de todo, la agresión a la educación sólo acaba de empezar. Frente a las decisiones unilaterales la única solución que nos queda, a mi pesar, es la huelga.

El daño ha sido demasiado y sospecho que volverán a hacerlo sin contemplaciones. Aún me cuesta creer que estos gobernantes advenedizos se hayan atrevido a tambalear el pilar de la democracia que es la educación. Deseo que la huelga de hoy tenga un amplio seguimiento a pesar de la vergonzante desunión sindical.

Mañana jueves habrá también huelga de estudiantes y el próximo 18 de octubre otra huelga de profesores. Haré todas las que se convoquen este curso hasta que el gobierno regional deje de destruir la educación pública.¡Es intolerable! ¡Es inadmisible! ¡La educación no es una mercancía en manos de politicastros y banqueros!

Por cierto, los esquiroles parece que aún no se percatan de que la destrucción educativa es un peligro real y que son cómplices, por omisión, de dicha destrucción. Deberían dar explicaciones de su actitud. ¡Ánimo compañeros huelguistas! ¡Hay cosas con las que no se juega!