Son las 7 de la mañana del domingo y la luz del sol lleva fundiendo las calles domingueras desde hace una hora. En cuanto me trasladen a mi hogar definitivo empezaré a colgar fotos, vídeos y archivos sonoros… mientras tanto habrá que conformarse con la palabra.

En mi paseo matutino por la playa oigo lo siguiente a unos metros:

Mira mi «amol», un blanquito. Anda, niño, acércate a él que te invitará a algo.

Me incomodo y me alejo.

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