Mi amigo Catuxo, uno de los fundadores de la importantísima ONGD dominicana Onè Respe, acaba de publicar un artículo subyugante. Lo ha titulado «Una conversación con Fito» y ustedes lo pueden leer aquí (3 páginas formato .doc).
Trata sobre las visicitudes, humillaciones y vejaciones que un joven haitiano tiene que aguantar cuando emigra a la República Dominicana en busca de un futuro mejor para su familia. Lo más pasmoso de todo esto es que la República Dominicana es una país de emigrantes, no en vano Nueva York es conocida como Dominican York, por no hablar de los dominicanos que llegan por miles cada mes a España en busca de trabajo.
¿Emigrar a España para ser acogidos con dignidad entra en conflicto con su forma de despreciar sin contemplaciones a los pobres del otro lado de la frontera? ¿Qué catadura moral tiene un pueblo que busca visa para un sueño todos los días pero que desprecia a sus vecinos haitianos como si fueran perros? ¿Por qué hay tantos dominicanos que presumen de tener la piel más clara que el prójimo aunque su propia tez sea negrísima?
ACTUALIZACIÓN 15 de noviembre de 2006
Hoy han expulsado a un sacerdote por ayudar a no morirse a los haitianos en República Dominicana. ¿Qué pensarían ustedes si expulsaran también a las monjitas que ayudan a las prostitutas dominicanas en España a tener una vida más digna? Ya saben, no sirvan a quien sirvió ni pidan a quien pidió.
Viernes, 15 de Septiembre de 2006 19:39
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Autor: Ricardo Mejía (un dominicano afincado en España)
Más de tres mil españoles emigraron a República Dominicana en el año 1939 como exiliados políticos. Otros cinco mil fueron llegando hasta el 1945 y diez mil más en años posteriores. Apellidos catalanes como Ferrer, Coll, Pujols, Palau, Balaguer, Bosch y Barceló abundan en el país. Grandes personalidades españolas de origen vasco como Galíndez o el Padre Arrupe han emigrado a la nación caribeña y trabajado allí. Los dominicanos no necesitaban visado para viajar a España hasta el año 1993, fecha en la que se instituyó el primer consulado español en Santo Domingo.
La Nación Dominicana ha sido, sin lugar a dudas, una gran receptora de inmigrantes a lo largo de la historia contemporánea, recordemos que acogió a más de cien mil japoneses supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, y el dictador Trujillo dio la bienvenida, en Azua, a miles de judíos holandeses, alemanes y polacos que huían del nazismo. El pueblo dominicano no es racista, en la actualidad tiene inmigrantes de diversas nacionalidades: turcos, chinos, iraníes, colombianos, peruanos, ecuatorianos, indúes, argentinos, etc… Recordemos a Salvador Estrella Sadhalá, de padre dominicano y de madre siria, que hoy en día es héroe nacional al haber sido uno de los principales ajusticiadores del Generalísimo Trujillo. Con todas estas personas no ha habido racismo y la sociedad les ha acogido.
Usted no puede reducir el problema de Haití a un racismo basado en una tonalidad «más clara» de la piel; esa no es la realidad. Se trata, por contra, de un problema más hondo con racies étnicas y culturales. En una isla relativamente pequeña conviven dos culturas completamente distintas: dos lenguas propias, dos folclores independientes, cada uno con sus respectivas riquezas, dos toponimias plenamente diferenciadas, dos religiosidades populares, dos ideologías nacionalistas cada una con su origen particular etc… La línea fronteriza que separa los dos Estados no fue trazada al azar ya que es la que toponímicamente separa no solamente dos territorios sino dos nacionalidades; la fundamentada en las tradiciones negras y la de inspiración plenamente romántica y europeizante.
Pero como todos los vecinos, siempre se acaba por rivalizar. Recordemos como España se querelló abiertamente durante ocho siglos con los islámicos e incluso contra Portugal o Francia. Aun he tenido la oportunidad de oír comentarios racistas en España contra franceses o portugueses (cuando todos son blancos) y ni hablar cabe contra los moros, con los que las diferencias se acentúan. Lo mismo pasa en la República. El racismo dominicano no es gratuito; es algo anclado en la historia desde hace un siglo y medio, duarante el efervescente siglo XIX de Herder y Humblodt con el nacional-romanticismo; incluso desde antes.
Cuando un dominicano es racista con un haitiano no lo es por que sí o porque el otro sea más oscuro (en Haití hay blancos); lo es «inconscientemente» por los condicionantes socioculturales que se le han transmitido desde la más trempana edad. Eso se lo puede constatar cualquier especialista en psicologia cognitiva o cualquier teórico del Conocimiento.
Por otro lado, no se debe olvidar que los haitianos son tradicionalmente racistas ya que su trayectoria es paralela a la dominicana. Cuando los dominicanos reprochan haber sido ocupados por los haitianos durante veinte años, ellos replican que fueron durante siglos esclavos de los dominicanos. Cuando los haitianos denuncian el racismo fascista que tuvo el trujillismo hacia ellos; los dominicanos se quejan de las vejaciones y torturas de los blancos por parte del dictador haitiano Duvalier, más conocido como Papá Doc. Muy pocos hablan de él, ofuscándolo con la sátrapa figura de Trujillo y olvidando que fue tan cruel como su homónimo. ¿Qué pasa con el existente racismo haitiano? Si algunos dominicanos presumen de occidentales por su cultura, ideología y religión europeizantes; los haitianos se basan en un nacionalismo que se remonta a África y se sustenta de la rebeldía contra los blancos.
Lo que ocurre en Dominicana es un conflicto étnico y la palabra racista es exagerada y abusiva en este caso; lo que allí pasa es muy parecido al conflicto de los Balcanes o al de las etnias de Sierra Leona. No se trata de pigmentación… sino de culturas que rivalizan debido a su gran diferencia y autonomía entre sí. Finalmente, no podemos negar que esto es dañino y contrario a los Derechos Humanos (normas universales que se pretender imponer sobre las diferencias que dan origen a vejaciones humanas). Pero le reitero que para tratar este tema tan delicado no valen los reduccionismos como el color de la piel; eso es típico de los pensadores ilustrados que, con un maniqueismo terminóligo ingenuo, lo dividían todo entre civilizado y no-civilizado, saliendo casi siempre bien parado lo concerniente a su país. Esa actitud es típica en intelectuales occidentales de antes y de entonces que creen tener la capacidad de abstraerlo todo en un corto tiempo, todo menos los problemas de sus paises, que claro está como son más civilizados son más complejos. Pues no, Señor, aquí no valen ingenuidades ni presunciones.
En cambio, lo que se necesita es una pedagogía de la tolerancia que logre inculcar, desde la más trempana edad, el respeto entre ambos países; incluso para la edad adulta y avanzada. Se deben elaborar con más urgencia y calidad proyectos pedagógicos para que ambos pueblos entiendan que su infinita diferencia no es motivo de riña sino de concordia al poder compartir cada uno las riquezas culturales que posee. Esa puede ser una tarea de los sistemas educativos, informativos y sociales de Haíti y de la República Dominicana.
Fecha: 29/09/2006 19:45.
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