Uno llega a la conclusión de que ser pobre es un estilo de vida. No es una imposición venida del exterior sino una forma de estar en el mundo. El pobre interioriza tanto su condición que acaba creyéndosela y es incapaz de luchar por una vida mejor, es más, no la desea. Los hay que sufren tremendas carestías desde que nacen y no sabrían vivir sin ellas. También algunos, desde un masoquismo enfermizo, disfrutan despertando pena en las gentes. Para más inri, a los gobiernos les encanta la resignación cristiana de los desheredados de la fortuna.
Este comentario no deja de ser una mera impresión, aunque quizá me tenga que tragar algún día mis palabras.
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