Dicen algunos que La Mancha, mi región, es tierra de perdedores. Afirman que los espíritus emprendedores brillan por su ausencia porque se van a enriquecer otros lugares o porque les matan las ilusiones a base de garrulismo y desdén. Los profesores que llegan de fuera sueñan con que llegue el día en que les den un destino alejado. Cuentan que la irracionalidad aniquila iniciativas de los pocos que no se resignan a tolerar que nuestra tierra esté plagada de ciudadanos sumisos, genuflexos, aficionados al carajillo mañanero, a los vinos de sobremesa y a los cubatas de garrafón de fin de semana.
Es humillante observar que la nuestra sea una tierra pobre atenuada por la caridad europea (todos los pueblos muestran a la entrada un enorme cartel en el que se cantan las bondades de Europa y resalta el guarismo millonario invertido en el desarrollo de quienes no saben desarrollarse a sí mismos). El manchego solo muestra pasión por el fútbol (y carece de equipo propio), por los toros (y carece de plaza decente) y por los bares (de eso sí hay mucho, pero sucios, llenos de humo y de tristes ludópatas que consumen el jornal del día).
Menos mal que las nuevas generaciones de manchegos van rompiendo, poco a poco, con el espíritu perdedor. Eso hace que cada vez aprecie más a mi tierra de calles vacías y mentes apunto de despertar.
El perdedor radical es el título del nuevo libro del poeta Hans Magnus Enzensberger (Anagrama, 2007) quien analiza el carácter del perdedor que no he podido evitar asociar a La Mancha. No en vano aquí siguen existiendo las dos Españas y, como me dijo un amigo, interesa que sigan, cada uno juega su papel en un equilibrio dinámico que nos convierte en resignados perdedores.
Les dejo con algunas perlas:
Lo que al perdedor le obsesiona es la comparación con los demás, que le resulta desfavorable en todo momento (...). La irritabilidad del perdedor aumenta con cada mejora que observa en los otros. (p 16).
El perdedor aprovecha el material que flota libremente en la sociedad. No es difícil localizar a los poderes conminatorios que le tienen ojeriza. Se trata generalmente de los inmigrantes, servicios secretos, comunistas, norteamericanos, multinacionales, políticos, infieles. Y casi siempre los judíos. (p 18)
¿Y qué sucede cuando el perdedor radical supera su aislamiento, cuando se socializa y encuentra una patria de perdedores con cuya comprensión e incluso reconocimiento pueda contar, un colectivo de congéneres que le dé la bienvenida, que lo necesite? Entonces la energía destructiva encerrada en él se potencia hasta la más brutal ausencia de escrúpulos; se forma una amalgama de deseo de muerte y delirio de grandeza, y de su falta de poder le redime un sentimiento de omnipotencia calamitoso. (p 23).
Puesto que son inmunes a los argumentos, sobra entrar a discutir sus insulsas y repetitivas consignas. (p 53).
El tener que soportar a cada paso el atraso de la civilización propia se hace insoportable. (p 59).
El objetivo del perdedor radical consiste precisamente en convertir en perdedores a un máximo número posible de personas. (p 63).
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