Dalia Sofer describe en Otoño en Shiraz (editorial Grijalbo, 2007) la humillante historia por la que han de pasar los que salen perdiendo de una revolución, en este caso la Revolución Islámica de Irán.
El sha, como bien explicó Kapuscinsky, fue un dictador cruel y ominoso que despertó la inquina del pueblo, llevándolo a la revolución y a sentar en el poder a los ayatollahs. Una vez derrocado el rey, fue necesario quitar de enmedio a todos aquellos que fueron poderosos con él; las venganzas y los rencores del pasado se materializaron con detenciones y asesinatos a los que fueron afectos al régimen anterior, por acción u omisión. Nada distinto a lo que ha sido habitual en la historia de todos los países del planeta.
Sofer describe el proceso de una de esas familias antaño poderosas y hogaño arrebatadas de todo, incluso de la vida. Las torturas en la cárceles, la huída por la frontera con Turquía, los registros, el temor continuo y la violencia extrema contra los que no cumplían los preceptos religiosos surgen en este libro, escrito con un lenguaje sencillo por esta joven iraní residente en Estados Unidos.
Creo que toda esa barbaridad que se explica en el libro ya ha pasado a la historia y no se pone en práctica en la actualidad. Creo.
Ahí van las perlas:
Los elegantes hombres y mujeres de antaño se han transformado en sombras barbudas y velos negros. (p 9).
A esto sí que cuesta acostumbrarse, eso de llamar a todo el mundo «hermano», «hermana», «padre», «madre». Esta revolución, como todas las demás, deseaba convertir a los ciudadanos en una gran familia. En otro tiempo existieron guillotinas para los «hermanos» extraviados y, más tarde, gulags. ¿Quién sabe lo que les espera aquí?. (p 17).
Como nunca podías estar seguro de que no hubieran intervenido el teléfono, las familias, cuando hablaban de un continente a otro, o incluso de un extremo de la ciudad al otro, inventaban lenguajes secretos. (p 43).
-¿Tienes testigos que demuestren que no eres un espía? -Una lógica demente, perop Isaac no contesta. (p 58).
-Es hora que comprendas, hermana Amin, que los tiempos en que gente como tú podía exigirnos cosas han terminado. Ahora nos toca a nosotros. (p 73).
En este país donde puedes meterte en un lío si miras a alguien como no es debido, si dices lo que no es debido, si eres de la religión que no debes, todo el mundo se calla sus opiniones, piensa. Ser hipócrita es necesario: decimos una cosa, pero el significado es otro. (p 167).
¿Cómo se transforma un afecto así en odio? ¿La gente deja de querer a alguien cuando la percepción de sí misma cambia? (p 257).
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