Carlos Díaz, conocido desde hace muchos años en los círculos filosóficos personalistas, y creador de escuela, saltó recientemente a la fama «internáutica» por criticar a Losantos en un programa de radio, críticas por las que acabó siendo expulsado en lo que fue un bochornoso atentado contra la libertad de expresión. Puede escucharlo aquí.
No tiene pelos en la lengua y eso se nota en su último libro Pedagogía de la ética social (editorial Trillas), que a pesar de constituir en gran parte un batiburrillo de textos pedagógicos y psicológicos escritos por otros autores (muchas veces carente de citas, como cuando habla de los mecanismos de defensa en la página 148 o de la evolución moral del niño en la página 266) atiza sin complejos a los profesores que se alejan de la virtud docente.
Es fácil descubrir sus raíces anarquistas en varios pasajes del libro, sobre todo cuando habla de democracia y derechos humanos pero lo interesante de su obra es la crítica ácida y sin complejos que hace al profesorado. Tomo nota y empiezo la autocrítica. Mientras tanto les dejo con algunas perlas:
No hay saber que pueda ser considerado razonable sino en diálogo, pues del diálogo viene y al diálogo va cuanto en verdad se ha aprendido. El fanático, para que no se le escape la verdad, la agarra tan fuerte que la mata. Quien no quiere dialogar es un fanático; quien no sabe dialogar es un tonto, y quien no se atreve a razonar es un esclavo. (p 40).
No mostramos nuestro lado afectivo afectivo a quienes nos rodean: si son alumnos, los tratamos como a máquinas de archivar. (p 107).
(…) tras este baño de mierda uno se pregunta si todo esto no tendrá como objeto lograr despertar en cada televidente la sensación de que su propia vida es menos desastrosa. (p 192)
(…) ante papá Estado el individuo se vuelve protestón, pero nunca crítico. (p 205)
Hay que actuar localmente y pensar globalmente, y a la inversa: actuar globalmente, pensar localmente. ¿Cómo? Con los necesitados. Desde abajo. Frente a lo injusto. Con resistencia pacífica. (p 243)
Por eso a la pregunta «¿Por qué eres voluntario?» suelen responder: «Porque me apetece» o similares, pero nunca o casi nunca «porque es mi deber» o «porque lo exigen razones objetivas». Por eso, cuando se cansan suelen irse a casa contando con una carga de experiencia más o menos exótica o excitante, que entre copa y copa podrán evocar mañana en sus largas noches de ocio. Esta es la razón por la cual no existen veteranos en estos círculos, ya que el voluntariado queda reducido a una especia de escultismo para boy scouts en prácticas. (p 247)
Uno cree que muere por la patria y muere por ciertos industriales. (p 266)
Hoy resulta aterradora la carencia de experiencia personal entre quienes debían tenerla más. ¡Cuántas aulas llenas de enseñantes están a la vez vacías de maetsros! (p 281).
Otro tipo de intelectuales va tomando su relevo entre burgueses con sensibilidad social, personas que escriben manifiestos contestatarios de cuando en cuando, que hacen un viaje corto a un país difícil, viaje que les da ocasión para vender un jugoso librito , o para ofrecer un sugestivo ciclo de conferencias, pero que no ponen nunca en juego su vida. En definitiva, intelectuales mediáticos, o de tertulia radiofónica, implicados pero jamás comprometidos. (p 287).
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