Leer Ébano de Kapuscinski (editorial Anagrama) cuando uno tiene la mente puesta en África como lugar en el que poner en práctica su labor docente durante una etapa de la vida, disuade y, a la vez, engatusa.
La dificultad de la vida en el continente negro convive con la posibilidad de enriquecerse con una cultura y una naturaleza únicas de las que uno no vuelve, pues se lo ha llevado la malaria o la guerrilla de turno, o regresa al hogar «mejorado» como persona.
Queda leído. Ahora resta vivirlo. Ya veremos. Mientras tanto, las perlas:
Sólo por una convención reduccionista, por comodidad, decimos «África». En la realidad, salvo por el nombre geográfico, África no existe. (p 7).
Es el olor del cuerpo acalorado y del pescado secándose, de la carne pudriéndose y la kassawa asada, de flores frescas y algas fermentadas, en una palabra, de todo aquello que, a un tiempo, resulta agradable y desagradable, que atrae y echa para atrás, que seduce y que da asco. (p 10).
El hombre blanco aparece como un cuerpo extraño, estrafalario e incongruente. Pálido, débil, con la camisa empapada en sudir y el pelo apelmazado, no cesan de atormentarlo la sed, el tedio y la sensación de impotencia. El miedo no lo abandona: teme a los mosquitos, a la ameba, a los escorpiones, a las serpientes; todo lo que se mueve lo llena de pavor, de terror, de pánico. (p 11).
El sol sale como catapultado, como si alguien lanzase al aire una pelota. (p 31).
El ataque de malaria no sólo se limita al dolor, sino que, como cualquier otro dolor, es una vivencia mística. (p 63).
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