Zygmunt Bauman sigue en sus trece, en el nuevo libro Miedo líquido (editorial Paidós), despotricando contra el proletariado aburguesado y el «Gran Hermano«, en la línea de la Escuela de Frankfurt. Hace una crítica contundente contra los «Estados securitarios», cuya fundamentación estriba en el miedo: a mayor temor mayores cadenas estaremos dispuestos a asumir los ciudadanos.
El problema es que este libro colabora en la expansión de ese miedo y, por tanto, con la consolidación de ese Estado que se nutre del pavor (ya saben ustedes que el diagnóstico de una enfermedad no implica curarla); al terminar de leerlo uno se queda con la terrorífica sensación de horror y vaciedad, que tanto gusta propalar a estos posmodernos en busca de sentido, por mucho que, a modo de Deus ex machina, intente dejar un resquicio a la esperanza al final del ensayo: El siglo que nos espera podría perfectamente ser una era de catástrofe definitiva. Pero también podría ser una época en la que se negociase un nuevo pacto entre los intelectuales y el pueblo -entendido ahora como la humanidad en su conjunto- y se le diese vida. Esperemos que la elección entre esos dos futuros siga estando en nuestras manos. (p 228).
Toda su obra está impregnada del concepto de muerte, como bien explica este vídeo:
Les dejo con las perlas. Cada una de ellas es una importante invitación a la reflexión, una reflexión sobre una invitación importante y una invitación a la reflexión importante:
«Miedo» es el nombre que damos a nuestra incertidumbre: a nuestra ignorancia con respecto a la amenaza y a lo quehay que hacer -a lo que puede y no puede hacerse- para deternerla en seco, o para cpmbatirla, si pararla es algo que está ya más allá de nuestro alcance. (p 10)
Como todas las demás formas de convivencia humana, nuestra sociedad moderna líquida es un artefacto que trata de hacernos llevadero el vivir con mido. (p 15).
Se trata de demorar la frustración, no la gratificación. (p 18).
Ningún peligro es tan siniestro y ninguna catástrofe golpea tan fuerte como las que se consideran de una probabilidad ínfima. (p 27).
Y lo que muestran es que la realidad se reduce a la exclusión como castigo inevitable y a la lucha por combatirla. Los reality shows no necesitan recalcar este mensaje: la mayoría de sus espectadores ya conocen esa verdad; es precisamente su arraigada familiaridad con ella la que los atrae en masa rente a los espectadores. (p 31).
Esta clase de sesiones están pensadas para hacer que usted viva feliz por siempre jamás con los mismos pensamientos e ideas que, hasta ayer, se le antojaban insoportables, y para que hoy desfile orgulloso ataviado con lo que, apenas unos días atrás, le habría parecido el ropaje de la infamia. (p 40).
Si el temor que sembraban las fábulas morales de antaño era redentor (…) los cuentos morales de hogaño tienden a ser inmisericordes: no prometen redención alguna. (p 45).
La precariedad de los lazos humanos es un destacado atributo -por no decir que el más característico- de la vida moderna líquida. El carácter flagrantemente escindible de los vínculos humanos y la frecuencia con la que éstos se rompen actúan como un recordatorio constante de la mortalidad de la vida humana. (p 64).
Las relaciones humanas, en definitiva, han dejado de ser ámbitos de certeza, tranquilidad y sosiego espiritual. En lugar de ello, se han convertido en una fuente prolífica de ansiedad. (p 94).
La generación tecnológicamente mejor equipada de la historia humana es la más acuciada también por sentimientos como la inseguridad y la impotemcia. (p 131).
La auténtica guerra contra el terrorismo (y la única que se puede ganar) no se lleva a cabo devastando aún más las ciudades y los pueblos medio en ruinas de Irak o de Afganistán, sino cancelando las deudas de los países pobres, abriendo nuestros ricos mercados a sus productos, patrocinando la educación necesaria para escolarizar a los 115 millones de niños y niñas actualmente privados de acceso a una escuela, y promoviendo con ahínco, decidiendo e implementando medidas de ese tipo. (p 143).
Una docena mal contada de conspiradores islámicos, dispuestos a matar, ha demostrado ser suficiente para crear el ambiente de fortaleza sitiada en el que vivimos actualmente y para agitar la presente ola de «inseguridad generalizada». (p 158).
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