Eduard Punset escribe en la página 102 de El viaje a la felicidad (editorial Destino, 2005):
El modelo educativo imperante consiste en encerrar en un espacio reducido a un grupo de niños de la misma edad, para que desarrollen exactamente las mismas aptitudes: treinta niños escuchando a un maestro sentando cátedra sobre lo que él sabe, más que sobre lo que a ellos les puede interesar y necesitan aprender para situarse más tarde en la vida. Se trata de amoldarlos a un modelo concreto; no de una convivencia entre una variedad de personas de edades y aptitudes variadas, desarrollando caminos personales y colaborando entre sí para ayudarse mutuamente y como grupo. Los avances realizados en la digitalización de los bancos de datos y conocimientos permitirán, con el tiempo, individualizar la oferta educativa, en lugar de digitalizar lo obsoleto, como ocurre en la mayoría de centros educativos.
Este modelo cerrado crea, inevitablemente, condiciones competitivas extremas. Los niños se comparan constantemente unos con otros. No aprenden a apoyarse, a colaborar ni a dividirse las tareas. Todos sirven para lo mismo, llevan a cabo tareas idénticas; no aportan nada específico al grupo, ni desarrollan sus cualidades personales, ni valoran las diferencias, ni se responsabilizan de su entorno, sus compañeros o su propio aprendizaje, y compiten por la atención del mismo profesor. Si se pretende formar adultos que sepan colaborar, éste es el peor sistema posible.
¿Qué está impidiendo que el mundo educativo dé el paso hacia la innovación y al cambio de paradigma docente? ¿Son los sindicatos, quizá dependientes de una actitud conservadora de aquellos a quienes defienden? ¿Es el gobierno autonómico, quizá temeroso de que si obligan al profesorado a usar las TIC (la tecnología es crucial para corregir lo que denuncia Punset) se le «eche encima» o no le vote? ¿Es el alumnado que quizá se muestra indiferente? ¿Son los padres que quizá aún no pueden instalar Internet en sus casas por el coste económico o el desconocimiento de su uso? ¿Son los profesores quizá reticentes por el enorme esfuerzo que supone el cambio? En cualquier caso, ¿es necesario cambiar de modelo educativo? ¿Es malo competir? ¿Qué sería de nuestro país si de repente se eliminara todo atisbo de competición y nos limitáramos a colaborar unos con otros?, ¿empobreceríamos o nos enriqueceríamos?, ¿seríamos por ello mejores ciudadanos?
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