La aventura de viajar

El viajero no es un turista, eso está claro. En una época en que muchos hacen su viaje anual a Roma, al safari africano de turno o a Petra, el viaje ha perdido el sentido transcendental que tuvo antaño. Siempre se ha viajado para comerciar o evolucionar como persona, pero ahora se viaja por viajar, como se come una pizza o se ve un partido de fútbol.  Ya lo dice Lipovetsky (perdonen la cita de memoria): el viaje es un servicio de consumo más en una sociedad hiperconsumista.

Viajar debe doler y no puede estar planificado. Hay que vivir como las gentes del lugar, si no es así no se está viajando, se está asitiendo al cine con derecho a oler y sentir el aire. Viajar es sufrir y disfrutar con los nativos, sentirles y ser sentidos, trabajar como ellos.

Nuestras existencias suelen ser vidas repetidas una y otra vez a lo largo de la historia, aburridas, predecibles, diseñadas por otros ¡no somos propietarios de nuestro existir!; el viaje tiene la virtud de mejorarlas, de darles sentido, de aportarle un contenido transcendental. Nos sirve para conocernos mejor a nosotros mismos, aspecto este fundamental para el filósofo o el que aprecia la vida como algo más que servir hamburguesas con una sonrisa, clasificar por números a los estudiantes según su inteligencia o limpiar suelos, poner ladrillos, coser estómagos o encuadernar libros.  

Los seres humanos solemos pasar la vida en un solo lugar, nuestra cosmovisión se limita a los veinte kilómetros cuadrados que circundan nuestra casa y las miles de hectáreas virtuales que nos da la televisión e Internet. Permanecer toda la vida en un mismo sitio, sin estar enfermo, es, no se enfaden y disculpen mi osadía, desperdiciar la existencia. Ya saben: solo vivimos 80 años.

Javier Reverte es un modelo a seguir para quien siente hartazgo de la monotonía. Él es un viajero literario, no un turista ni un periodista, como bien explica en La aventura de viajar. Historias de viajes extraordinarios (DeBolsillo, 2008).  Con su deambular de viajero construye una vida nueva, no repite lo que ya han hecho otros. Además escribe muy bien, como ya expliqué en alguna ocasión. Les dejo con las perlas:

Hace poco, una criada mía se puso enferma. Y fui a verla al hospital. Eso no lo haría jamás un rico andaluz. los ricos catalanes somos más sociales. (p 49).

Los periódicos de hoy -y sigo hablando de España- nos cuentan lo que sucede en el mundo, incluso en grandes titulares, pero uno no puede explicarse casi nada de cuanto sucede en el mundo a través de la mayor parte de ellos. porque no nos relatan nada esencial sobre nosotros mismos salvo en muy raras ocasiones. (p 76)

Las soberanas de nuestros días tienen un gran entrenamiento en el luto y la lágrima y han desarrollado una vasta cultura sobre el dolor. (p 107).

Todos los intérpretes hablaban con acento gallego, por la sencilla razón de que el único profesor de español que había en Beijing en aquel tiempo era un gallego. (p 114).

Todos saben que el rey Juan Carlos es un  hombre simpático, dicharachero, campechano e incluso, en ocasiones, algo chusco. En los viajes, se unía con frecuencia a los periodistas para gastar bromas. Una mañana en Shangai, mientras dábamos un paseo en barco por el río Huangpu, afluente del gran Yangzi, se apartó de la Reina y se acercó a un grupo de informadores que charlábamos en popa. «Yo creo que nos dan bromuro en las comidas -comentó-, porque llevo unos días que nada de nada. ¿Vosotros funcionáis?» Alguien le contestó que nosotros no íbamos acompañados. (p 124).

Un periodista muy conocido entonces, entraba de cuando en cuando en el lavabo y salía al poco con la barba manchada de polvo blanco de la cocaína. (p 133).

Cuando llegué a Managua, trabajaban junto a los sandinistas muchos europeos entusiastas de la causa de la revolución, incluso había algunos etarras que combatían entonces en el frente y unos pocos chiscos y chicas de movimientos españoles de extrema izquierda: trotskistas, prochinos, revolucionarios de la autogestión y gentes de parecidos pelajes, rescoldos sesentayocheros, en suma. (p 151).

En los grandes viajes hay que estar dispuesto a dejar de ser quien eres y convertirte en una persona distinta. No existe el gran viaje si cuanto sucede en el camino no te transforma en alguna medida. (p 154).

Nada hay que me provoque tanto el deseo de viajar a un sitio como un libro, pues ahí nace una buena parte de mis nostalgia de lo que conozco. (p 163).

Aprendí a combati la amargura, una tentación que nos espera siempre, agazapada detrás de nuestro hombro, y que es tan fácil de aceptar como la locura. (p 172).

 Hay escritores capaces de crear excelentes novelas a partir de su propia capacidad inventiva, en un solitario proceso de abstracción. Son pocos. La mayoría precisamos de una inmersión profunda en la realidad y de los olores de la vida. Necesitamos escuchar historias para imaginra lo que queremos contar, aunque transformemos la realidad a nuestro acomodo. (p 275).

Hoy en día, son nuestros sentidos quienes nos hacen viajeros, no nuestra mente. (p 285).

Creo que los mejores momentos de mi vida de trotamundos han sido los que he decidido desviarme de la ruta trazada con aterioridad. (p 285).

El mejor de los viajes es el próximo. (p 296).

 No se pierdan el siguiente vídeo en el aparece el escritor explicando algunas ideas:

 

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