Hacía mucho tiempo que no aparcaba sobre mis piernas un libro, con los dos pulgares sobre la portada y el índice de la mano derecha a modo de marcapáginas, mientras mis ojos se perdían en el infinito recreándose y reflexionando sobre lo recién leído. Este gesto lo habré hecho unas 20 veces con la lectura de Una mujer en Jerusalén (editorial Anagrama 2008), uno de esos libros que dan enjundia al lector, que le ensoberbece porque le hace pensar frente a los demás, en un duro ejercicio de autorrepresión para alejar antipatías: «anda, cierra el pico, lee esto y luego hablamos».
Se puede contar de muchas maneras la historia de un jefe de recursos humanos que, presa del complejo de culpa por no haberse enterado a su debido tiempo de que una de sus empleadas, inmigrante y de contrato temporal, había sido víctima de un atentado suicida en Jerusalén (mientras escribo recibo esta noticia), se decide a repatriar el cadáver. De muchas maneras, digo, se puede contar este argumento sencillo, pero la maestría en la narración solo está en manos de escritores como Abraham B. Yehoshúa.
Los que leemos no pretemos más que meter en nuestras cabezas el libro de instrucciones de la vida, que es un manual infinito que viene dado por la buena literatura como la de Yehoshúa. ¡Quién pudiera escribir así de bien! ¿Quizá Proust? ¡A las perlas!:
Como la fallecida tenía contrato temporal y temía mucho perder el puesto de trabajo, se aislaba aún más y no le gustaba perder el tiempo hablando. (p 39).
Al árabe le agrada tener la oportunidad de quedarse solo en su lugar de trabajo, como dueño y señor, y así poder levantarse más tarde y ahorrarse la humillación de tener que pasar por tres puestos de control. (p 73).
Se había fijado para ese día una reunión extraordinaria para valorar un incremento de la producción debido al cierre de los territorios, ya que esa medida había aumentado la demanda de pan en las zonas palestinas, y mucho más cuando algunas pequeñas panificadoras palestinas habían sido destruídas por ser sospechosas de fabricar también explosivos. (p 136)
En nuestro ejército si atamos a un comandante a un árbol lo encontramos diez años más tarde convertido en coronel. (p 227).
El verdadero amor exige mantenerse distante de la persona amada. (p 231).
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