La máxima nota es un «uno» y la peor un «cinco». Si el alumno obtiene un «cuatro» suele refunfuñar y con un «tres» suelen darse por satisfechos. Solo unos pocos logran la excelencia, por defición, y se les otorga un «uno». Los que obtienen «dos» también se sienten muy orgullosos.
Noto que aquí estudian con bastante más interés que en España, aunque no todos. Los exámenes que ya he corregido son buenos y sus faltas ortográficas, a pesar de no escribir en su lengua materna, son como las que veía en España. Veo que la mayoría hace las tareas que propongo para casa, aunque también hay unos cuantos a los que se les olvida o que se justifican arguyendo que tenían muchas otras cosas que hacer. A medida que pasa el tiempo son más los que hacen su trabajo porque saben que las notas del semestre se acercan y que sus padres estarán muy pendientes de ellas.
No veo por ninguna parte la indiferencia absoluta que uno pocos (repito que solo «unos pocos») mostraban en España, aunque hay algunos a los que hay que prestar más atención para que no se pierdan. A diferencia de España, a los que no son inteligentes ni trabajadores no les es permitido estudiar en mi centro. Aquí no equiparan la igualdad de oportunidades con la igualdad como fin en sí mismo.
Sin embargo, si se compara con años anteriores, parece que el nivel de los estudiantes está bajando, lo cual hay que achacar al decrecimiento de la población. Ya se sabe: si hay menos jóvenes menor será la competencia para entrar a estudiar en los centros educativos.
Los malos alumnos lo tienen difícil para entrar en la enseñanza pública, así que han de ir a institutos privados donde pagan una buena suma de dinero. Los profesores de los privados cobran más que en la enseñanza pública; justo lo contrario sucede en España.
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