Los otoños de Brno son amarillos.
Y verdes.
Y fríos.
Pero nada para captar el otoño checo como el poema «No quiero primavera» del poeta de Brno Frantisek Halas (Ediciones del oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1993, 197), cuya nieta, por cierto, he tenido el gusto de conocer por estos lares:
Emperejilada primavera, estación esmeralda
primavera altanera, lunática
todos se afanan en vano a por violetas
no me tragaré ese anzuelo
Ni oír la charla de las hojas quiero
ni beber de lo que nutre las yemas
sólo ese otoño mío me confirma
desollado como el pábilo del deseo.
Veamos también el estupendo poema otoñal de Juan Manuel Bonet «Otoño de 1952» que dedica a Checoslovaquia. (Praga. Doce poemas de Pavel Hrádok en versión de J.M.B., Granada, Comares, La Veleta, 1994).
Nunca me cansaré de mirar los montones de hojas secas
girando en la colina del Castillo. Estaba en contra
-tal era el programa de nuestra rara juventud-
de la poesía romántica, y sin embargo esos montones
de hojas secas conmueven mi viejo y roto
corazón, como lo conmueve el fluir del río. Las hojas,
el río, las nuebes en el cielo: lo único que en mi ciudad
todavía se expresalibremente.
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