Cuando terminan las vacaciones de Navidad siempre he tenido la sensación de que el curso empieza a desarrollarse de forma vertiginosa: se presenta junio sin que uno apenas se percate. Sin embargo mañana es el lunes negro del año. No sé cómo me encontraré a los estudiantes checos, pero en España esta jornada la afrontan tristones, apelmazados y con el tono vital por los suelos. Creo que a los profesores les sucede lo mismo. En la República Checa además deben superarlo con temperaturas «poco razonables» y con las evaluaciones a dos semanas vista, por lo que no se qué estado de ánimo me encontraré: el «de perdidos al río» o el «¡a por todas!».
El hervidero de «mansedumbre» que supone el primer lunes de trabajo del año debe ser roto por el profesor, quien debe sobreponerse al ambiente de adocenamiento para erigirse en fuente de motivación y pasión por el noble oficio de enseñar y aprender juntos. El docente mañana debe convertirse en hostigador de espíritus depresivos y no en su espejo. Si el lunes se supera «sin traumas» el resto de semanas irán rodadas. Lo que bien empieza…
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