Mi alumna Sára Mifajtová tiene sólo dieciséis años pero ya es cantante en el extraordinario musical «Los miserables» que se representa estos meses en Brno. Ha tenido a bien invitarme a ver su obra que, he de reconocer, me ha dejado impresionado -el uso excesivo de este verbo le ha arrebatado su significado original que es «conmover el alma hondamente«, al cual me refiero ahora. Igualmente tuvo la gentileza de enseñarme, durante el intermedio, los camerinos, el escenario y la sofisticada tramoya que exige este musical.
Hace unos quince años tuve la oportunidad de ver «Los miserables» en Madrid y en distintas ocasiones me he dejado llevar por las melodías del cedé que adquirí en su momento, así que pude apreciar mejor la excelente puesta en escena de hoy. Además en checo suena con la fuerza, desgarramiento y sonoridad que a buen seguro hubiera agradado a Víctor Hugo. Las tres horas de extraordinario espectáculo se sucedieron rápidamente provocando la más absoluta de las delectaciones.
Sara canta hoy en día con una compañía artística checa de primer nivel y disfruta del aplauso y entusiasmo del público gracias, entre otras causas, a que el sistema público de enseñanza facilita cauces para que los estudiantes den rienda suelta a su creatividad y vocación. No en vano Sara se luce siempre que hay acontecimientos escolares de carácter musical, los cuales brillan por su ausencia en la educación pública española.
En España, desde la educación pública, solemos matarles las ilusiones, les cercenamos la creatividad, les educamos para que sientan vergüenza cuando hablan en público, les incitamos a bajar la cabeza cuando deben subirla y a subirla cuando deberían bajarla, les enseñamos iniciativa para no tener iniciativa de la que, curiosamente, se adueñan solo «los más gamberros». La escuela pública española mata la creatividad porque quizá los profesores no sabemos o no podemos enseñarla, lo que provoca que nos estemos perdiendo a miles de Sáras que deleiten a la sociedad a cambio de fabricar jóvenes sin inquietudes, nihilistas y muchos de ellos amargados por su vocación robada. Solo las familias que puedan pagar a sus hijos actividades extraescolares tendrán alguna oportunidad de dar salida a su potencial creativo.
Recuerdo a una alumna de España que cantaba muy bien pero que se negaba a hacerlo en público. ¡Tenía miedo! ¿Por qué alguno, entre sus decenas de profesores, no le enseñó a dominarlo, a comportarse con naturalidad ante el público, a transmitir sus sentimientos con confianza, a vivir? Para más inri, aunque a veces algún profesor con iniciativa intente organizar un acto, los alumnos españoles (disculpen la generalización) se mostrarán reticentes a colaborar, tan reticentes como el resto del equipo docente.
Pero no solo se muestra la participación activa en quienes tienen vocación artística, también, y principalmente, en los estudios. En este sentido, cuando pido opiniones y reflexiones en mis clases de Chequia siempre se alzan varias manos deseosos de responder, pero en España las primeras semanas del curso consisten en una dificultosa lucha por hacerles hablar. ¡El sistema educativo público español cierra la boca a los buenos estudiantes!
En nuestro entramado psicológico como nación está demasiado asentado el pesimismo y la ociosidad, que ya nos encargamos de transmitir, curso tras curso, los docentes a las nuevas generaciones. Además es muy típico decir en mi país que quien quiere dedicarse al teatro o tiene iniciativas «solo posee afán de protagonismo«. Según me cuentan y he podido observar, tanto el pueblo español como el checo somos muy envidiosos; sin embargo nuestras dos fortísimas envidias son bien distintas: la envidia española consiste en desear que el compañero que actúa fracase y la envidia checa desea que el talento del envidioso alcance al del envidiado.
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