Terminaron las clases. Una vez finalizado este intenso curso he de reconocer que he acabado agotado. En la República Checa se trabaja mucho más, y con enorme diferencia, que en cualquier otro lugar en el que yo haya estado. También vuelvo un poco más «pobre» dado que ahora me dan menos euros que en septiembre por las coronas que he podido ahorrar.
Las notas han sido buenas en general, y estoy satisfecho salvo por la pequeña decepción de ayer cuando me percaté de dos alumnas que utilizaban chuletas en el examen. Al menos una de ellas estaba «fabricada» a mano, lo cual es un atenuante.
He de reconocer que he tomado cariño a todos los estudiantes, incluso a aquellos que pasan más desapercibidos o que se hacen notar demasiado en clase por asuntos ajenos a la misma. Deseo que me escriban de vez en cuando para contarme qué tal les va. Les estoy eternamente agradecido porque me han ayudado a enriquecerme como persona, a evolucionar en el oficio de enseñar y, sobre todo, a perfeccionar un poquito más mi anhelado objetivo de alcanzar la bondad.
Chequia era hace un año un lugar frío que asociaba, entre otros, al comunismo y a los Sudetes; hoy la asocio, sobre todo, al afecto y a la emoción de enseñar. ¡Gracias!
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