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Hoy sábado 13 de junio, a la una de la madrugada, llegué por fin a mi pisito prefabricado de Brno. El cansancio provocado por las decenas de horas de intenso trabajo se ve compensado por la extraordinaria actitud de mis estudiantes, quienes no dieron tregua a la anarquía, ni al pesimismo, ni a la apatía. Estoy muy orgulloso de ellos y ha sido un honor mostrarles mi patria.
Esta última jornada la dedicamos a cruzar la frontera que marca el Rin para desplazarnos desde Lyon hasta Brno a lo largo de 1276 kilómetros y 18 horas de tedioso trayecto.
Antes de partir, a las 5:45 de la mañana, me llamó la atención un enfadado recepcionista porque aparecieron varias pegatinas en la puerta de una de las habitaciones. Me aseguró que fue alguno de mis estudiantes; hay un sospechoso pero creo, con bastante certeza, que no es ninguno de ellos. Con la ayuda de dos alumnas lo limpiamos en treinta segundos dado que el desaguisado era minúsculo. Doy las gracias a Tereza y Jessica.
Tras el desayuno típico de hostal F1 y el aseo en las duchas de pasillo emprendimos el camino de regreso. Algunos dormían, varios leían libros, otros tantos entonaban suaves melodías, los había que se dejaban la vista en los diminutos monitores para ver una pelicúla y también quienes trasteaban con el teléfono móvil y las consolas portátiles de videojuegos.
Al cruzar la frontera checa aplaudieron y al llegar a Brno abrazaron a sus cansadas familias: no son horas para que un checo esté en la calle, además lloviendo. Agradezco mucho al padre de mi alumna Gabriela que me acercara a mi panelak.
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