Hay ocasiones en que me siento de derechas y otras veces en que aflora mi vena más izquierdosa, lo que me convierte en un claro ejemplo de lo que Bauman denomina pensador líquido, o que Vattimo tilda de pensamiento débil lo cual algunos confunden con no ser inteligente -«débil inteligencia», intuyen- pero que en realidad alude a la imposibilidad del hombre postmoderno, usted y yo mismo, de mantener una postura firme si no se quiere caer en el irracionalismo o, incluso, en la inmoralidad. Intento asumir lo bueno de unas y otras corrientes políticas en la línea de lo que propone el sociólogo Anthony Giddens en su recomendable libro La tercera vía.
En esta línea de relativismo e incapacidad de fundamentar nuestro modo de estar en el mundo, Vattimo nos sorprende ahora con más incertidumbres, menos asas, más desestructura y nihilismo llevado al paroxismo en Ecce Comu. Cómo se llega a ser lo que se era, publicado por Paidós. El autor intenta convencernos, infructuosamente, de que nos hagamos comunistas.
Dice mi amigo Alejandro Martín que en este libro Vattimo «da rienda suelta a las generalizaciones y a los vínculos imposibles», y estoy de acuerdo con él. Este ex político italiano, como buen postmoderno, es un engatusador, un orador, un sofista, un portento en el arte de la palabra, un seductor falaz por su intentona irracional de enhebrar comunismo con catolicismo, y a Heidegger con Cristo. Pero solo eso, no hay forma de concretar o aplicar su pensamiento en el mundo. No es más que un apostol de la utopía que denuncia los males del mundo pero que no aporta soluciones: solo propone convertirnos en cristianos y en comunistas. Pues vale.
Parece claro que en época de crisis toca repartir e intervenir en el mercado y en época de bonanza soltar lastre y laissez faire. Así es como interpreto el pensamiento débil de Vattimo. A él le acerca hoy a la extrema izquierda y a mí, atenuado por Aristóteles, a la socialdemocracia liberal o a la liberal socialdemocracia, tanto monta, aunque ambos romperemos nuestras débiles convicciones en cuanto el viento económico sople en sentido contrario. ahí van las perlas:
No tenía mucho que decir a Fidel, aparte de la admiración que siento por él y por su resistencia al imperialismo estadounidense (…) el embargo y la hostilidad activa y constante de los Estados Unidos impiden a Cuba desarrollar una política de cariz más democrático (la amenaza de invasión y de ataque por sorpresa obligan a la isla a un clima de alerta permanente, como si se tratase de un país en guerra. (p 88)
La democracia actual es un asunto de disponibilidad financiera (¿Te presentas como candidato a la Cámara? ¿Tienes quinientos millones para gastar?, ¿podrías «conseguirlos»?). (p 90)
Las masas que se han movilizado, más o menos vía Internet, para manifestarse en todo el mundo no sólo occidental contra la invasión de Irak, son el nuevo proletariado, aunque desconozcan la conciencia de clase y no sean una clase en el sentido marxista del término. (p 107)
«Sólo os limitáis a decir que no; no tenéis proyectos». Y la izquierda combativa y comprometida hace bien en responder que el proyecto consiste en derrocar a la derecha y a sus leyes liberticidas, y que luego veremos. (p 115)
Para muchos de nosotros, el momento de la reconversión al comunismo ha sido la guerra iraquí. (p 120)
La verdadera culpa (o error) de Stalin fue la adopción del mito del «desarrollo»; lo mismo que, en estos momentos, se echa en cara a la izquierda de cualquier país, agitándole delante de las narices las cifras del PIB y la consiguiente petición de que abra las puertas al mercado de una vez por todas y reduzca los «excesos» de la Seguridad Social. (p 122)
Si en política existiera una verdad, un orden genuino que debiéramos conocer y aplicar, no tendría sentido votar y bastaría que depositásemos nuestra confianza en premios nobel, sabios y papas. (p 124)
No es fácil librarse de la imbecilidad berlusconiana. (p 131)
Los mismos defensores del mercado reconocen que éste, para funcionar, precisa muchísima ayuda de carácter «publicitario». (p 143)
De lo que se trata es de repensar el comunismo como ideal de una sociedad «justa» que, precisamente por serlo, no pueda pensarse como una sociedad «perfecta» y acabada que excluya cualquier transformación posterior, cualquier renovación desde abajo con los instrumentos de la democracia. Una sociedad justa no es una sociedad perfecta en la que los conflictos se gestionan como opiniones diversas sobre qué caminos deben tomarse; en la que no todos los intereses son necesariamente iguales. (p 144)
El capitalismo únicamente puede subsistir a costa de adoptar la guerra como estado «normal» (la «guerra infinita» de Bush). (p 146)
El sistema de la democracia modelo, la estadounidense, es un testimonio clamoroso de la traición a los ideales democráticos en favor de la plutocracia pura y simple. (p 154)
El sindicato debe responder a las expectativas de sus asociados: también ellos sólo aspiran a mejorar sus propias condiciones; buscan seguridad, aumento de sueldos; en resumen, unos valores «pequeñoburgueses». (p 162)
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