Si uno pasea por el patio de recreo quedará perplejo y dibujará la cara de «¿es-cierto-lo-que-estoy-viendo?» al comprobar que son decenas las colillas de cigarrillos que ensucian el suelo arrojadas por estudiantes que, ocultos tras las paredes del gimnasio, intentan aportar nicotina compulsivamente a sus adictos cuerpos que ya no pueden sobrevivir sin ella. Cuando suena el timbre son numerosos, en torno a la treintena, los que salen despavoridos al rincón avivados por el terrible vicio, un vicio que ya se ha apoderado de su salud y calidad de vida para el resto de su existencia.
Incomprensiblemente, fumar a estas edades les da prestigio lo cual aumenta las posibilidades de flirteo -«hacerse el gallito«, ya saben, puro instinto animal-; algunos, por el contrario, aseguran que fumar tranquiliza y les hace pensar mejor; para mayor desesperación otros afirman, ¡era de esperar!, que ni siquiera saben por qué lo hacen. Tres razones falaces para resolver la disonancia cognitiva.
Gritan «¡agua!» con un tono serio, contundente y emocionado por la complicidad del «momento de peligro», cada vez que uno de nosotros se acerca, contraseña que comunica lo perentorio que es deshacerse del tabaco si no desean enfrentarse a medidas punitivas graves. Sin embargo, la verdadera gravedad vendrá después, dentro de unos años, cuando quieran dejar de fumar y contemplen estupefactos y horrorizados el dineral que desembolsan en deteriorar maxmordónicamente su salud.
Me inspiran compasión. Nuestra sociedad les ha engañado, les hemos timado. Y seguimos haciéndolo. Espero que a alguno de ellos no se le ocurra demandar a toda mi generación y a las anteriores por permitir convertirles en enfermos crónicos porque revelaría uno de los mayores fraudes de la historia cometido por la humanidad contra sí misma.
Ustedes entenderán, por aquello de la atracción por lo prohibido, que no se inmuten cuando les decimos que fumar es malo para su salud y que hacerlo dentro del instituto supone la expulsión inmediata. Tampoco parece que las siguientes imágenes les afecten. Si al menos uno de los jóvenes que me leen dejara el vicio habrá merecido la pena escribir este posteo.
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