Después del terremoto de Haití cualquier palabra que digamos, ajena a la tragedia, es inmoral. Después de Auschwitz, de Ruanda y de Gaza también, pero se sucedieron los años narcotizándonos con el fútbol, los cantantes y el Prozac. Contemplábamos frente al televisor el espectáculo de la muerte -como el del trapecista sin red del circo- mientras comíamos pizza, curiosos pero inalterables ante el dolor del prójimo, y unos días después todo estaba olvidado. También olvidaremos a Haití, es lo que conlleva ser hijos de la posmodernidad.
Mientras escribo suena de fondo la alegre música de Men konpa cuya alegría exacerbada contrasta con la penuria que siempre ha vivido su país de origen; tengo en mis manos el CD que, como todos los de allí, es una copia pirata con la carátula fotocopiada a todo color; ¿qué habrá sido de la persona que me lo vendió cuyos ojos vidriosos y enrojecidos recuerdo nítidamente? Dado que dicho grupo canta bien se largaron hace tiempo de la carcelaria isla para agradar los oídos de los ricos; sospecho que si sus cuerdas vocales no fueran tan agraciadas también habrían intentado la huida como limpiabotas o esclavos.
Los nueve millones de haitianos supervivientes deberían emigrar, no les queda alternativa. Quizá unos pocos, con más recursos, deban debatirse entre su sentimiento patriótico o el de supervivencia; el vencedor está claro. Deben superar su característico orgullo y destruir su patria -como concepto-, una patria que les construimos ad hoc los españoles, los estadounidenses, los franceses y los británicos. Haití no es la patria de los haitianos, Haití es la patria de la vergüenza; allí solo debería existir un gigantesco monumento conmemorativo del sadismo humano y un museo dedicado al peor de los holocaustos habidos en la historia. Sería inapreciable diluir a nueve millones de haitianos entre los 6500 millones de habitantes del planeta. Los haitianos no echarán de menos al Estado fallido que solo les dio dolor. Además, como ya dijo la Escuela de Frankfurt, la patria es «el estar a salvo».
Bien es cierto que mi propuesta es una utopía porque los haitianos emigrados sufrirán el desprecio de las clases oprimidas de sus países de acogida. Hablo por hablar. Al menos el terremoto ralentizará la gran hecatombe afgana.
Descansen en paz.
ACTUALIZACIÓN 18 de enero
Hoy leo la noticia «Senegal ofrece tierra a los haitianos» y me quedo estupefacto, atónito y pasmado. Y conmovido.
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