Hoy he recibido en el instituto una carta anónima de amor. Me hizo reír por el barroquismo de su lenguaje que, quizás, intentaba amablemente caricaturizar una forma de hablar atildada que algunos incautos podrían considerar preciosista. Gracias, por el fondo y por la forma.
Estimado Sr. Robles:
Es usted un docente virtuoso cuyas clases son, cuando menos, apetecibles.
En estos días de lluvia, frío y amor me aderezo a reflexionar sobre tantas incógnitas planteadas en sus horas lectivas.
Ahora que mi moralidad está sosegada y puedo consentir el yerro de manifestar el jugo de mis pendencias y necedades, dejo atrás mi inferioridad hacia su sapiencia y compruebo su insospechada pericia para desovillar todas las cuestiones que acometen violentamente a mi yo interior.
En definitiva, queremos retribuir a su magnánima persona y mostrarle nuestra más sincera alabanza.
Siempre suyos,
Sus admiradores ocultos.
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