PASADO UN AÑO ESTE ARTÍCULO CARECE DE VALIDEZ. HE PECADO DE INGENUO. ¡NOS HAN ESTAFADO!
Sin ánimo de rigurosidad y como meras anotaciones perfectamente refutables apunto a continuación algunas razones por las que no haré huelga el próximo 29 de septiembre. Obviamente puedo estar equivocado en algunas de mis argumentaciones, así que pido por favor que se refuten con argumentos y no con insultos. No tengo problema en desdecirme de algunas de ellas si algún lector me hace recapacitar.
Porque desprecio la violencia y amo el diálogo. Hacer huelga es lo contrario del diálogo, es un acto de chantaje y extorsión al Estado social y democrático de derecho.
Porque creo en la fuerza de la argumentación y no en la de los demagogos «piquetes informativos» y manipuladoras y sectarias campañas publicitarias de los sindicalistas de izquierdas. Porque nunca he escuchado ni un solo argumento de los líderes sindicales, únicamente proclamas panfletarias, discursos breves y demagógicos, así como falaces diatribas para movilizar a las masas obreras más preocupadas por la caña de cerveza con tapa de tortilla que por el compromiso con su nación y la solidaridad entre los seres humanos, sobre todo cuando estos no tienen la suerte de trabajar.
Porque amo mi profesión de profesor y sólo pierdo el día de trabajo cuando estoy enfermo o me invitan a dar conferencias.
Porque creo necesario sindicarse, pero estimo anacrónicos los sindicatos de izquierdas o de derechas.
Porque estoy de acuerdo con Guattari cuando afirma que «en el capitalismo se producen individuos en serie dotándolos de un yo conformista e infantiloide de forma que los explotados a nivel económico se transforman ellos mismos en opresores», entendiendo que los opresores son los que proponen la huelga con el fin de oprimir a los que desean ser libres y dar rienda suelta a su fuerza creativa sin las constricciones abusivas del Estado coaccionado por los hiperconsumistas obreros.
Porque la mayoría de los que harán la huelga carecen de conocimientos económicos ni políticos y no saben lo que les conviene; simplemente hacen la huelga porque sus líderes sindicales se lo piden, cometiendo, de este modo, la falacia ad verecundiam. No se puede ir a una huelga porque hayan dicho que se podrá beber menos cervezas al mes, hay que analizar los problemas con más profundidad.
Porque aunque pertenezco a la clase obrera como todo profesor, no me siento identificado con ella ni con sus valores, en la línea de lo que ya explicaron la Escuela de Frankfurt y Ortega y Gasset. Los obreros estamos «aburguesados» y cada vez pedimos más derechos que para conseguirlos, en último término, es necesario arrebatárselos a quienes más sufren.
Porque la mayoría de los que vayan a la huelga lo harán gracias a la agresiva y demagógica campaña publicitaria de los sindicatos convocantes, no por la reflexión personal sino por una necesidad creada ad hoc similar a las que fabrican en las televisiones las empresas de jarabe como Coca-Cola o de comidas sospechosas como las de McDonnald´s.
Porque los que se deberían manifestar son los desempleados para exigir facilidades a los emprendedores, a las clases creativas, para que pongan su ingenio a funcionar y creen puestos de trabajo de calidad sin las trabas que quieren los obreros que les imponga el Estado.
Porque considero que es razonable jubilarse a los 67 años, al menos en trabajos apasionantes como el de profesor. Porque la jubilación obligatoria es una afrenta contra la libertad, el primero de mis ideales como persona. Porque nuestra generación empezó a trabajar con mucha más edad que las precedentes. Porque las jubilaciones no se pagan por nuestra cara bonita. Porque desprecio la sopa boba.
Porque es razonable la flexibilidad laboral lo cual no implica simpatizar con los explotadores de trabajadores. Permítanme practicar la empatía: si yo fuera emprendedor (uno de esos heroicos pequeños empresarios que arriesgan su tiempo y dinero y con cuyos impuestos existe el sistema educativo para el que yo trabajo) me aterraría contratar a alguien con el que prácticamente deberé convivir toda la vida haga bien o mal su trabajo, sea educado o no, sea perezoso, pícaro, sinvergüenza o no; tengamos clientes o no.
Porque no me gusta el servilismo ni el clientelismo, sobre todo el que se da en Castilla-La Mancha, por el que la izquierda se asocia a la solidaridad y la derecha a la deshumanización y, de este modo, quien no se une a la huelga es tildado irracionalmente de egoísta, fascista y esquirol.
Porque carezco de la imagen marxista y decimonónica de las relaciones entre patrones y trabajadores.
Porque los millones de españoles en el paro no van a encontrar trabajo si esta huelga tiene éxito, sino, más bien , todo lo contrario. Los sindicalistas de izquierdas piden más protección a los que todavía trabajan, dificultando, de este modo, que existan puertas abiertas a nuevos trabajadores, en lo que es un ejercicio de egoísmo que me indigna. El miedo al futuro incentiva la codicia obrera condenando al ostracismo a los que están fuera del mercado laboral.
Porque en nuestro sistema de economía globalizada para que nos paguen más (a los que ya estamos dentro) es perentorio quitárselo a los que están obligados a permanecer fuera del mercado laboral, lo cual es, de todo punto, inmoral.
Porque los asalariados poco o medianamente cualificados -como albañiles, profesores, enfermeros o limpiadores- deben, debemos, ser parcos en el gasto. Si alguien de la clase obrera tiene una excesiva compulsión por el consumo que monte una empresa; el Estado debe recompensar sólo a los mejores -aquellos que crean puestos de trabajo de calidad- y al resto asegurarles educación, seguridad y sanidad pero no vacaciones en el Caribe ni cerveza por las tardes.
Porque dar más dinero a los obreros implica quitarlo a quienes saben usarlo para crear empresas que promuevan nuevos puestos de trabajo de calidad.
Porque no tengo miedo a la libertad pero tengo muchísimo miedo al poder irracional de las masas.
Porque un bienestar excesivo de los trabajadores españoles, tal y como nos indica la balanza económica, supone un malestar excesivo de los países más pobres. Robamos sin ser conscientes de ello.
Porque, y esta es una razón de todo punto prescindible, ir a la huelga me cuesta más de cien euros, algo que es difícil permitirse con una hipoteca de la que me quedan 24 años por pagar.
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