Resulta desalentador que la UNESCO haya cedido ingenuamente a las presiones de los filósofos de moda para cancelar la conferencia mundial de Filosofía que se iba a celebrar en Teherán los próximos días 21, 22 y 23 de noviembre. Creo que Habermas y Jahanbegloo han tenido mucho que ver con ello, el primero, supuestamente, por desconocimiento y el segundo, a buen seguro, por rencor. Considero que ambos, paladines del diálogo de civilizaciones, deberían haber dejado de lado sus problemas personales para dar una oportunidad a la palabra.
Es necesario indicar que, esencialmente, el oficio de filosofar consiste en criticar lo establecido y tocar las gónadas al poder; quizá uno no es un verdadero filósofo hasta que no ha sentido en propia carne las garras de algún poder atemorizado por los argumentos razonados más que por mil bombas nucleares; los puñetazos al aire del Estado demuestran al filósofo que su obra no quedó en mera palabrería sino que repercutió en la realidad para transformarla a mejor. Las bofetadas del Estado suponen el bautismo del filósofo.
Es por ello que hubiera sido una gran idea reunir en Teherán a la flor y nata de la filosofía contemporánea: imaginen ustedes el placer estético que hubiera supuesto contemplar a varias decenas de intelectuales discutiendo con argumentos acerca de los Derechos Humanos en un país en el que no se comparten del todo (no está tan claro que la libertad religiosa debiera ser un derecho humano cuando hay religiones-sectas que atentan contra el Estado, ni es tan obvia la necesidad del derecho humano a difundir informaciones sin limitación de fronteras cuando en la actualidad las guerras se ganan antes engañando a la opinión pública). Imagínenselos, digo, discutiendo sin tapujos las ideas bajo la atenta observancia de un Estado totalitario, el deleite que supondría al filósofo y a la Verdad hacerle un corte de mangas en su cara y no desde la seguridad de un despacho de Düsseldorf (nos dice la Historia que los filósofos suelen ser temerarios). O, quizá, en vez de esbozar un gesto obsceno, constataran que el Estado iranio es ajeno a lo que de él transmiten las televisiones y, de este modo, tornen la peineta en un abrazo no servil sino comprensivo y solidario.
Lejos de legitimar al régimen, esta reunión habría servido para ponerle, si se tercia, contra las cuerdas y mantener a la opinión pública mundial (a la formada, a la que lee, a la intelectual, no a la chusma que juzga a partir de eslóganes publicitarios) pendiente de ellos, de los argumentos y de las ideas. Irán no es Ahmadineyad ni mujeres sumisas, al igual que España no es Zapatero ni señoras tocando las castañuelas en trajes de sevillana.
Habría sido muy importante ver filosofar en Irán, pero parece que en Occidente tememos más los argumentos sosegados, sin prisas, bien trabajados, no vayan a ser más peligrosos que su inexistente armamento nuclear. Pensar que a los filósofos no les iban a dejar expresarse en libertad es tan cierto como afirmar que si el congreso se celebrara en España podrían despotricar a sus anchas contra la corona o contra la constitución. Estoy seguro de que con argumentos sí habrían podido hacerlo, tanto en Irán como en España, pero con las formas que indica Spinoza en su Tratado Teológico-Político:
Supongamos, por ejemplo, que alguien prueba que una ley contradice a la sana razón y estima, por tanto, que hay que abrogarla. Si, al mismo tiempo, somete su opinión al juicio de la suprema potestad (la única a la que incumbe dictar y abrogar las leyes) y no hace, entre tanto, nada contra lo que dicha ley prescribe, es hombre benemérito ante el Estado, como el mejor de los ciudadanos. Mas, si, por el contrario, obra así para acusar de iniquidad al magistrado y volverle odioso a la gente; o si, con ánimo sedicioso, intenta abrogar tal ley en contra de la voluntad del magistrado, es un perturbador declarado y un rebelde. (Alianza, p. 416)
Nota bene: Entiendo que escribir sobre estos temas es muy arriesgado porque uno desconoce toda la información para opinar con cierto rigor y, por tanto, uno corre el más que probable riesgo de estar diciendo una soberana estupidez; habría que estar en las cloacas del poder para poder hacerlo sin temor a errar en el juicio moral. Sin embargo es lícito que se me dibuje una mueca cuando escucho hablar mal de Irán a personas que creen que la verdad es lo que aparece en los medios de comunicación; en el fondo estas personas ingenuas se adueñan de una falsa superioridad moral que les hace creerse mejor que otros pueblos porque «se lo ha dicho la tele«. Les aseguro que no hablo de relativismo moral sino de la tristeza que me supone que se desconozca la realidad del Otro y que, por tanto, se le demonice. Igualmente es legítimo compartir con ustedes pensamientos que no son firmes pero que a buen seguro suponen un avance en mi infinito camino a la verdad.
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