«Hoy se ha marcado un antes y un después en mi vida», me dijeron algunos alumnos el pasado viernes en el autobús de vuelta a casa.
Todo empezó la mañana del viernes 27 de mayo cuando veinticuatro de mis jóvenes estudiantes del IES «Los Batanes» de Viso del Marqués se dispusieron a contrastar sus prejuicios y valoraciones éticas acerca de los gitanos rumanos. La animadversión generalizada en toda Europa contra este grupo étnico hacía necesaria una actividad extraescolar como la nuestra.
A las 10:45 de la mañana llegamos a «El Gallinero», el poblado de gitanos rumanos situado en la Cañada Real Galiana a su paso por Madrid, una de las zonas más problemáticas de España. A esa hora una treintena de simpáticos gitanos rumanos subieron impetuosamente al autobús provocando la consternación inicial de mis estudiantes. Los prejuicios son difícilmente erradicables siendo su eliminación uno de los objetivos del viaje.
Este vídeo (haga clic aquí) captó el momento del primer contacto entre mis estudiantes y los vecinos de «El Gallinero» (a los que me referiré desde ahora como «gallináceos», término cariñoso con el que le denominan algunos cooperantes). Se trataba de generar vínculos para que -quizás- al finalizar el día nos abrieran sus casas como a amigos y comprobáramos de frente la injusticia en la que se hallan inmersos a diario. Dos impresiones se constatan en el vídeo: la de la timidez de mis alumnos, rota por saludos artificiosos y asustados, y la de la ilusión eufórica de los gallináceos. Para mi alegría, al finalizar el día el resquemor desaparecería y el entusiasmo sería común a todos nosotros.
Antes de entrar en el autobús las alumnas de 2º de Bachillerato (mis monitoras a las que estoy realmente agradecido porque sin su ayuda esto no habría sido posible) repartieron las pegatinas que diseñaron días atrás; el logotipo que allí aparecía representa muy bien la finalidad de nuestro viaje: el cocodrilo (mascota de nuestro instituto) se dispone a desayunarse una rata, el animal nefando que campa a sus anchas en El Gallinero. Varios de los jóvenes que nos acompañaron han sufrido sus mordeduras ante la lamentable indiferencia del mundo. La sensibilidad de Fernando León de Aranoa explica muy bien esta ignominiosa situación en su reciente artículo «Hamelín, Madrid«, del diario Público.
Una simple pegatina es un regalo que despierta la sonrisa más entrañable de los «gallináceos». A pesar de la penuria con que han de convivir día tras día ¡los niños siguen sonriendo!
También agradecimos las camisetas con que nos obsequiaron a todos. En ellas se podía leer «Gallardón, bota a las ratas del Gallinero». Que existan niños viviendo entre ratas es algo malévolo y es obvio decir que debería haber mecanismos para evitarlo. Algún día escribiré acerca de lo que sucede en El Gallinero y las numerosas similitudes con la vida de los judíos en la Alemania nazi de los años treinta previa al Holocausto (creo que no exagero ni intento banalizar el sufrimiento judío).
Tras atravesar las penosas calles de la Cañada Real (vea el vídeo), llegamos a la Iglesia de Santo Domingo de la Calzada, perteneciente a la Diócesis de Madrid; su modesta edificación contrasta con su magnánima presencia en medio del mundo del dolor, rodeada de algunas tiendas de campaña en las que los drogadictos refugian sus últimos días en esta vida. Si alguien o algo representa el verdadero sentido del mensaje cristiano es esa parroquia de valientes en medio del infierno. En su interior se vive la divinidad, incluso para los no creyentes. Es la única Iglesia del mundo en la que el altar se utiliza como mesa de trabajo. Allí los gallináceos nos invitaron a comer el sarmale y otras ricas comidas romaníes.
Paco Pascual nos dio una emotiva bienvenida (haga clic aquí para ver el vídeo). Afirmó que «somos una raza, la raza humana y un solo país, el mundo». Algo que por tópico no deja de ser cierto y que precisamente por ser un discurso manido muchos no reparan en pensarlo detenidamente. De tan sencillo y obvio que es, parece como si sólo los niños fueran capaces de entenderlo. Paco prosiguió diciendo que mis alumnos «son unos héroes porque no cualquiera es capaz de llegar allí», donde estaban ellos; el silencio emotivo que se produjo se rompió con un sonoro aplauso. Fue con la emoción de Paco cuando mis alumnos tomaron conciencia de la importancia de esta convivencia y desde ese instante el optimismo, la alegría y el compañerismo se hicieron presentes en todo momento.
A continuación nos dispusimos a organizar la convivencia (haga clic aquí para ver el vídeo). El parque de atracciones no era más que una excusa para generar un ambiente que propiciase la comunicación. Mis alumnos españoles y los gitanos rumanos no se consideraban interlocutores válidos respectivamente, así que había que crear con ímpetu una comunidad de diálogo.
La llegada al Parque de Atracciones transcurrió sin apenas problemas (vea el vídeo de mis intentos para que mis estudiantes y los gallináceos se sentaran). Los encargados del Parque me llamaron la atención porque algunos chavales daban volteretas y saltos (vea en este vídeo algunos ejemplos de sus habilidades). Tuve que hacer que me enojaba pero por dentro decía «menudo arte tienen»). El comportamiento de todos fue exquisito.
La comida en común en el merendero del Parque transcurrió sin incidentes. Las viandas manchegas se mezclaron con las rumanas en lo que fue un estupendo intercambio culinario. Tras montar en las numerosas atracciones nos preparamos para volver a «El Gallinero» y despedirnos de los que ya empezábamos a considerar amigos. Por cierto, si hubiera que poner banda sonora a nuestra excursión, sería la de «El canto del loco»; sonaba constantemente y las palmas de gallináceos y manchegos estaban totalmente compenetradas (vea este vídeo).
Contemplar sus casas y su escuelita (mantenida por Flora, la abnegada maestra que hace milagros educativos en los niños) causó una gran impresión (vean el vídeo). Algunas alumnas no pudieron reprimir sus lágrimas. Dicen que esa imagen no se les va a olvidar fácilmente. La vida es así, es bueno que sepan que hay una realidad distinta a la suya. Además queda claro el mensaje: al saber que hay un problema pueden empezar a buscar soluciones (antes ni siquiera eran verdaderamente conscientes de esta penuria más allá de noticias distantes y ajenas).
Si al principio había miedo, en la despedida había lágrimas. La tristeza embargó a mis estudiantes así como el deseo de volver a visitarles. Mientras exista este mundo del dolor no es fácil seguir jugando con la PlayStation. Creo que se les despertó la conciencia y me consta que han surgido vocaciones para dedicarse al mundo de la cooperación.
Como colofón final, el domingo, dos días después de nuestro viaje, se celebró la comunión de uno de nuestros jóvenes amigos de «El Gallinero». Como pueden ver, nuestro cocodrilo se disponía a comerse sin miramientos una de las asquerosas ratas en la parte frontal del altar.
Agradezco a mi compañero el profesor Ramón, a mi alumna Laura, a Casandra (vecina de El Gallinero) y al gran Paco Pascual (profesor de Filosofía jubilado que ha entregado al prójimo los años que le quedan) las preciosas fotografías y filmaciones que hicieron, algunas de las cuales ilustran este artículo. Si clican en ellas se ven ampliadas. También pueden ver más imágenes de la convivencia en estas dos páginas: Picasa y Flickr, y organizaremos toda la documentación generada por el viaje en la web Viaje a El Gallinero de la Cañada Real. También dedicaré futuros posteos a cuestiones más concretas de este viaje.
Gracias también al equipo de cooperantes que sigue allí a diario al pie del cañón, al citado Paco Pascual, a María José, José David así como tantos otros que no pudieron acercarse aquel día. También a Luismi, que por encima de su condición de periodista creo que es un auténtico cooperante; gracias por su vídeo que hizo para el diario ABC con el que comienza este artículo.
Para finalizar he de decir que ya llevo en mi mochila de las buenas personas que voy encontrando por el mundo a los veinticinco estudiantes que hicieron posible este viaje, uno de los que más me han marcado en mi vida: María, Isabel, Laura M., Eva, Luciano, Carmen, Alicia, Sara, Cristina, Patricia, Laura F., Verónica, Nazaret, Marta, Fernando, Irene, Beatriz, Saray, Jaime, Karina, Sandra, Francisco Javier, Inma, y Beatriz.
Ya estamos pensando en que los gallináceos nos devuelvan la visita. ¡Gracias amigos! ¡Estamos en deuda con vosotros! ¡Nos habéis ayudado a ser un poquito mejor personas!
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