Hola de nuevo, Irán

El avión de la Turkish que vuela a Teherán desde Estambul sobrevuela el Bósforo atestado de circunspectos iraníes que vuelven a su difícil realidad diaria tras varios días de compras en tiendas de moda, paseos con falda y sin velo, bailes e ingesta de alcohol en locales donde de fondo escuchan las dulces voces de cantantes femeninas vetadas en Irán.

Turquía es el único país desarrollado al que un iraní puede viajar sin visado, documento que, por las presiones internaciones de turbias intenciones y el miedo a la inmigración ilegal, les es muy difícil de obtener. Sí se les permite ir sin visado a países como Tanzania, Uganda y Haití que, aunque sumamente interesantes, no prestan todas las garantías que un turista hedonista necesita. Además, dado que Turquía e Irán comparten frontera, el viaje es asequible a las sesgadas carteras de la clase media persa, mermadas por la crisis económica internacional que en Irán se multiplica sin conmiseración gracias a las sanciones económicas con que les desangra Occidente.

A primera vista aprecio diferencias entre el Irán de 2005 y el de 2011: más chadores en pleno verano, más coches averiados en las cunetas y menos luces en los espacios públicos por las noches. Aún así, siguen adelante desafiando la presión internacional que, como siempre, acaban pagando los ciudadanos normales, los que se levantan a las seis de la mañana para volver a casa a las ocho de la tarde a cambio de un salario infame.

Llego a casa, enciendo la televisión estatal y veo que hablan con entusiasmo de la #spanishrevolution. Con estupefacción pienso para mis adentros que esto da para una tesis doctoral.

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