
El policía se hace el serio aunque desprende un aire de ingenuidad y teatralidad que elimina el dramatismo de la escena, mientras que la mujer -solitaria- le discute aparentemente serena con el gesto de desprecio más conmovedor que jamás haya visto; a buen seguro que la joven no está lidiando por primera vez con la policía del velo. La invitan a entrar al furgón y se la llevan, supongo, a la comisaría más próxima desde la que telefonearán a algún familiar para pedirle ropa adecuada. Parece que este verano están siendo especialmente rigurosos con la vigilancia de las vestimentas en las calles.
Estos pequeños gestos de desobediencia civil son los que permiten que gradualmente se devuelvan cuotas de libertad a las mujeres iraníes. Son objeciones de conciencia cargadas de esperanza. Sin embargo el camino que queda por delante es muy largo y lleno de sufrimientos y sinsabores.
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