He pasado mi vida docente percibiendo resignado que a la mayor parte de la ciudadanía le cuesta entender que los seres humanos nos educamos en comunidad. Educarse en comunidad implica alternar el rol de enseñante con el de estudiante lo cual es válido tanto para asignaturas instrumentales -la matemática y la lengua- como, sobre todo, para aquellas encargadas de «troquelar conciencias», es decir, las comprometidas con el crecimiento moral: «Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos«, «Educación Ético-Cívica» y «Filosofía y Ciudadanía«.
Enseñar estas asignaturas de forma unidireccional es un camino directo hacia la ineficiencia, la manipulación y la deshumanización. Por el contrario, si se entiende la enseñanza del crecimiento moral como una comunidad de investigación en la que todos enseñan y aprenden gracias al campo de actuación que facilita el profesor -el facilitador-, se estará incentivando que cada estudiante descubra por sí mismo formas de razonamiento crítico ante dilemas éticos, ideas filosóficas e, incluso, dramas personales. El profesor debe limitarse a mostrar el camino para evitar el obstinado peligro de confundir educación moral con adoctrinamiento. Solo de este modo se puede empezar a abandonar nuestra minoría de edad en la didáctica de los valores en la beligerante sociedad del nihilismo, la tecnocracia y la postmodernidad.
[pullquote]hacer de parteras de pensamientos morales es harto difícil y requiere de un esfuerzo continuado y sacrificado[/pullquote]Sin duda hacer de parteras de pensamientos morales es harto difícil y requiere de un esfuerzo continuado y sacrificado por parte del profesorado. Es imprescindible una formación continua en los aspectos teóricos y prácticos de la asignatura porque numerosos profesores, presos de una enfermiza humildad, entonan un funesto «¿quién soy yo para enseñar algo que debería transmitir la familia?». La respuesta es obvia.
[pullquote]solo siendo conscientes de la pertenencia a la clase opresora es posible desvincularse de la misma[/pullquote]Del mismo modo, existe una grave carencia en el conocimiento minucioso de los orígenes históricos de la asignatura. Solo conociendo de donde venimos será posible corregir los errores que nos permitan vislumbrar de forma optimista una sociedad más justa, en cuya construcción tienen un papel fundamental los profesores de ética. Es así que, por ejemplo, tomaremos conciencia de que los docentes de Ciudadanía somos posiblemente «troqueladoras» al servicio de los intereses de la clase dominante y que solo siendo conscientes de la pertenencia a la clase opresora es posible desvincularse de la misma -como quien empieza a curarse cuando sabe que está enfermo- para no seguir reproduciendo sus turbios intereses.
[pullquote]cualquiera que esté interesado en criticar o alabar las asignaturas pro-ciudadanas, como el Ministro de educación, debería leer antes este libro[/pullquote]Dicha laguna metahistórica la acaba de resolver Félix García Moriyón con su nuevo e importante libro El troquel de las conciencias (Ediciones de la Torre, Madrid, 2011). A partir de ahora cualquiera que esté interesado en criticar o alabar las asignaturas pro-ciudadanas, como el Ministro de educación, debería leer antes este libro. Así, por lo menos, evitaremos la osadía debida a la ignorancia.
Comparto con García Moriyón una de sus tesis principales que dice que la nueva sociedad de masas y de consumo, con sus potentes y omnipresentes medios de comunicación, ha mermado sensiblemente la importancia de la escuela como institución encargada de la educación moral de los niños y jóvenes (p. 20). De este modo una serie televisiva de moda o una actriz guapa influye moralmente mucho más que un simple profesor. Esto, en principio, no tiene por qué ser malo siempre que la serie o la actriz sean conscientes de su importante labor pedagógica, algo que, sin embargo, cuestiono.
Pero también dudo -y esto es más grave- de que todos los profesores de Ciudadanía sepan hacer eficientemente su trabajo pues algunos son acusados de negligentes por limitarse a proyectar películas ajenas a la asignatura o usar la clase para avanzar en materias distintas. También sospecho que hay docentes que caen en el extremo opuesto por creer que la educación moral consiste en modelar las almas de los niños en el troquel de las virtudes cívicas y de la propia vida escolar con sus premios y castigos, sus aprobados y sus suspensos, sus horarios de trabajo y sus reglas de disciplina interna. (p. 21); igualmente habría otro tercer tipo de docente irresponsable que, aunque víctima sin saberlo de las mafias financieras, se empeña en seguir legitimándolas al sostener que las virtudes cívicas que consideraban fundamentales aquellos ilustrados o burgueses liberales han dejado paso a unos valores seculares mucho más prosaicos, los propios de un capitalismo sustentado por el consumo y no por el ahorro y la laboriosidad (p. 27) haciendo valer una ética hedonista que solo fabrica pobres e injusticias porque el principio del placer sustituye al principio de realidad (p. 37).
[pullquote]la desidia, la educación decimonónica y el servilismo dificultan el gran objetivo de la educación[/pullquote]Este trío de vicios que amenazan a una didáctica responsable de la Ciudadanía -la desidia, la educación decimonónica y el servilismo- dificultan el gran objetivo de la educación que es a un tiempo liberar y domesticar (p. 55) en un difícil equilibrio sin el cual la sociedad democrática se resquebrajaría. La clave consiste en determinar en qué hay que «domesticar» y si más bien habría que hablar de enseñar a «autodomesticarse» como resultado final de un riguroso ejercicio personal de pensamiento crítico.
Además, es fundamental que el profesor de Ética no cometa el grave error de la enseñanza de valores que consiste en el absurdo imperativo inconsciente «Haz lo que te digo que hagas, no lo que me ves hacer» (p. 41). Para evitarlo, todo docente de moral y de ética debería prestar atención, entre otros, a los siguientes puntos que afloran del libro:
1) No etiquetar a los estudiantes con notas:
La responsabilidad del suspenso recae sustancialmente sobre las espaldas del estudiante al que le habrá faltado motivación o, sobre todo, esfuerzo y disciplina, y por eso es el único que paga el precio del fracaso con un año más de su vida en la institución escolar. A su padre y su madre no le pasa nada; sus profesores cobran lo mismo aunque suspendan la mayor parte de sus alumnos; las autoridades educativas políticas tampoco rinden cuentas por esos fracasos escolares. (p. 59).
2) No hundir la autoestima de los estudiantes:
La gente (…) percibe el fracaso como una cuestión personal (…) los estudiantes pertenecientes a la clase obrera y al sector de los agricultores y jornaleros fracasan en un porcentaje muy superior a los de la clase alta y los hijos de autónomos, y significativamente superior a los de clases intermedias. p. 60.
3) No dejarse influir por datos estadísticos absolutamente falsos:
El porcentaje, pequeño pero significativo, de niños y niñas que, por sus especiales capacidades intelectuales y afectivas logran salir adelante y llegar a la Universidad es suficiente para mantener con buena salud el ideal de la movilidad social para todos y para todas. (p. 61).
4) No colaborar de forma consciente o incosciente, activa o pasiva, en la perpetuación de las diferencias sociales injustas:
La clase alta (…) ha enviado a sus hijos a escuelas de pago garantizando de ese modo no tanto la calidad educativa cuanto el ambiente social en el que van a crecer sus hijos y las compañías que van a incidir en su desarrollo (p. 69)
5) No enseñar la democracia sin comportamientos democráticos:
La escuela como un todo debe convertirse en un espacio para la experiencia social y moral; por eso hay que transformarla en una comunidad democrática, con sus normas, sus representantes y prouectos gracias a los cuales los niños tienen experiencias sociales y morales que le van a ayudar a su propio desarrollo. (p. 137).
6) No suspender para, incomprensiblemente, ganar prestigio:
Algunos profesores caen en ese juego clasificatorio y buscan el prestigio de su asignatura a golpe de dificultad y de suspensos. (p. 164)
Ojala el profesorado en su conjunto, pero especialmente el encargado de la educación moral, logre acabar algún día con el hecho constatable de que la clase social de pertenencia sigue siendo un factor altamente predictivo del éxito académico y social (p. 247). Deseo también que los profesores seamos capaces de plantar las semillas morales que algún día fructifiquen en forma de paz mundial. Sin duda García Moriyón aporta con su nuevo libro una herramienta notable para seguir soñando con que otro mundo es posible. La clave está en mostrar arrojo moral evitando las moralinas:
El modelo de educación moral que este libro apoya, el que se manifiesta incipientemente en los comienzos, y va abriéndose camino, sin consolidarse realmente, señala expresamente que no corresponde al profesorado resaltar las moralejas para que los estudiantes las interioricen; esto es, la educación moral no debe ser nunca moralina. (p. 250).
Les dejo con una interesante charla de Noam Chomsky que, en la línea del libro de García Moriyón, acusa a la educación realmente existente de deseducar. Yo ya hago autocrítica. ¿Alguien más se atreve?
Noan Chomsky: El objetivo de la educación: La deseducación
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