Tengo entre mis manos un ejemplar de la revista infantil Pumby del año 1956. Costaba dos pesetas, es decir, un céntimo de euro, y en ella aparecen entrañables historietas para niños y adolescentes como «Pumby, el gatito feliz«, «Trompy el elefante«, «Cangurito«, «Becerrín«, «Caperucita encarnada», «Nicotín», «El conejito atómico», «El faunito Pepino«, «El pájaro loco», «Miguelín», etc.
Pero el motivo de mi artículo no es comentar las ingenuas historietas que condensan el espíritu nacional de la España franquista que anunciaba el fin de la autarquía y el inicio del desarrollismo. Escribo porque sigo desolado tras leer atentamente y con escalofríos la sección «Amiguitos de Pumby».
Dicha sección servía para que los niños publicaran sus fotografías y explicaran qué querían ser de mayores. Con la perspectiva que me da el tiempo quise indagar, ayudado por Google, los sueños frustrados de aquellos niños que, llenos de candor, se creían inmortales y capaces de alcanzar cualquier sueño que se propusieran.
El caso que más me ha perturbado es el de la niña Patrocinio Cordero Oslo. Ella quería ser artista de cine, pero la vida le llevó por derroteros menos glamourosos. Sé que se casó. También que el juzgado de primera instancia de Barcelona la estuvo buscando infructuosamente junto a su marido don Francisco el 22 de mayo de 1984, pero estaban en paradero desconocido. Del mismo modo sé que el 12 de octubre de 1989 falleció doña Patrocinio y que seis años más tarde lo haría su marido tras haberse casado en segundas nupcias.
La vida no da más oportunidades así que carpe diem! Sirva este posteo como un homenaje a doña Patrocinio que haga perdurar su nombre y contravenir, por tanto, las duras palabras de Marco Aurelio: En suma, recuerda que dentro de brevísimo tiempo, tú y ése habréis muerto, y poco después ni siquiera vuestro nombre perdurará (Meditaciones, III, 6).
No puedo menos que dedicar este escrito a la persona que me está leyendo ahora, dentro de cien años.
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