Participé el pasado jueves en el programa de televisión «Para todos la dos» de La 2 de Televisión Española en un debate titulado «El castigo en la escuela«. Los contertulios eran Francisco Ayén (profesor en el IES Radio Exterior de Alicante) y José Miguel Campo (secretario general del Colegio Profesional de la Educación de Madrid). La amable y profesional presentadora Marta Càceres fue la conductora. A continuación trato de aclarar algunas de mis afirmaciones.
Comienzo mi intervención arguyendo que «hoy en día lo políticamente correcto es ser políticamente incorrecto». Creo que yerran quienes acusan de corrección política al que se escuda en argumentos que agradan a la mayor parte de la población, como si ello significara hacer demagogia; y es que no siempre que se agrada al público se ejercita el sofisma populista. En realidad olvidan que ha habido un giro hegeliano y que hoy en día lo políticamente correcto es acusar de ello al pensamiento cuidadoso y amable. El tema del castigo en la escuela se presta especialmente a estas acusaciones dado que proponer el no-castigo es visto como un ingenuo buenismo, en vez de verlo como la alternativa efectiva con los estudiantes más conflictivos para intentar construir una sociedad de ciudadanos y no de vasallos, cortesanos o delincuentes. El castigo no corrige al alumno difícil pero sí que puede empeorar su conducta.
Prosigo afirmando que el castigo es malo y por tanto no hay que castigar ni identificar la disciplina con el castigo en los institutos. Bien es cierto que los estudiantes en sus vidas van a sufrir castigos reales, se les va a despedir de los trabajos, van a sufrir a un jefe «maligno», etc. Pero un centro educativo tienen que EDUCAR -con mayúsculas-. El hecho de que el mundo sea una inmensa bola de dolor repleta de castigos no significa que debamos convertir los institutos en su réplica, sino que más bien deben ser un antídoto. En todo caso los centros educativos deben educar para tolerar la frustración pero siempre desde la cordialidad. La disciplina en el aula debe existir, pero como efecto de la imitación del ejemplo que dan los profesores, como ya nos enseñó Aristóteles: la virtud se aprende imitando a la persona virtuosa; y es que el profesor debe ser, ante todo, virtuoso.
A continuación me viene a la memoria un interesante pensamiento del filósofo cordobés Averroes sobre cómo educar sin coerciones. He buscado el texto exacto:
Afirmamos, pues, que las vías mediante las cuales las virtudes en general se desarrollan en las almas de los dirigentes de la política humana son dos. 1.ª Una de ellas consiste en el arraigo de las opiniones convenientes en sus almas por medio de la dialéctica, retórica y poética (…). 2.º El segundo camino, por el contrario, es el modo que se aplica a los enemigos, adversarios y a aquéllos cuyo comportamiento no está guiado por las virtudes correspondientes; ésta es la vía de la coerción y del castigo. Pero resulta evidente que este último modo no puede ser aplicado a los miembros de la sociedad virtuosa (…). (Exposición de la República de Platón, Tecnos, Madrid, 2011, pp. 11-12).
Aunque fuera escrito hace ocho siglos es perfectamente aplicable a las aulas de nuestros días. Si bien es cierto que Averroes se refería a la educación de los dirigentes de la política humana, es preciso aclarar que en una sociedad muy distinta a la de antaño, como es la actual democracia, el gobierno reside (o debería residir) en el pueblo y, de este modo, en tanto que ciudadanos con derechos y deberes, todos gozan de cierta cuota de poder. El profesor de secundaria debe tener altas expectativas y educar como si sus alumnos llegaran a ser dirigentes -líderes- algún día. Sólo a los enemigos se les debe castigar, y entiendan que la diferencia entre «adversario» y «enemigo» estriba en que los primeros son personas y a los segundos se les quita dicha condición: sólo cosificando al alumno se le puede castigar, pero cosificar es la mayor aberración educativa que pudiera existir, como ya nos avisó Philip Zimbardo en su imprescindible libro El efecto Lucifer.
A continuación afirmo que los alumnos son los mejores expertos en docencia porque llevan muchos años viendo a profesores y comparándolos. El alumno respeta al profesor que trabaja y se entrega y (el alumno) tiene facilidad para detectar al profesor que se quiere escaquear. No siempre es así pero (la pereza) es una de las razones que explican que surjan problemas en el aula. La autoridad, por muchas leyes que hagan -hoy los políticos se llenan la boca con dar una ley de autoridad para el profesor que no sirve absolutamente para nada- sólo se puede ganar respetando a los alumnos, entregándose a ellos y trabajando duro. Nuestro oficio de profesor es muy complicado y, entre otras cosas, hay que atender a aquellos alumnos que son más conflictivos porque hay unas razones para esa conflictividad -familiares, económicas…-. Hay que tener un plan para evitar que surja la necesidad de castigar. Nuestro oficio es pura vocación y eso de coger a un alumno y expulsarlo es como echar a un enfermo del hospital.
En educación soy socrático, no sólo por aplicar todos los días su metodología dialógica haciendo de la ironía y de la mayéutica los ejes principales del proceso de enseñanza-aprendizaje, sino porque comparto el intelectualismo moral, es decir, los estudiantes no actúan contra lo mejor por gusto sino por ignorancia. Hay alumnos que aún no saben diferenciar el bien del mal y es preciso explicárselo porque el estudiante que desconoce lo que está bien no podrá ponerlo en práctica. Si su familia no lo hace -porque no puede o no sabe- sólo queda el sistema educativo público para intentar remediarlo. Si los profesores renunciamos a ello estamos colaborando, por negligencia, en la construcción de una sociedad violenta e injusta.
A continuación la presentadora Marta Càceres me invita a comparar los castigos de algunos países en los que he trabajado. Respondo que el otro día vi al ministro Wert en la televisión que estaba por China y yo me eché a temblar porque si ha ido a China para estudiar el sistema educativo chino verá que la disciplina es muy distinta a la que se aplica en España. Allí se fomentan valores como la sumisión, la obediencia y el espíritu crítico brilla por su ausencia. En Estados Unidos la enseñanza es mucho más abierta porque hay más recursos económicos en la educación y hay un experto en cada centro exclusivamente dedicado a casos complicados.
Obviamente es preciso matizar, por ejemplo habría que explicar cómo funcionan las charter schools (en EEUU existe una transformación paulatina de escuelas públicas en escuelas concertadas de dudosa calidad educativa) y los pantagruélicos intereses económicos que mueve el sistema educativo estadounidense sobre los que quieren caer como buitres las grandes multinacionales. Entre los dos vicios -chino y usamericano- debe existir un justo medio virtuoso, que quizá haya que encontrarlo en Finlandia. Pero España parece que prefiere a EEUU, aunque el último viaje del ministro despierte serias dudas.
Continúo aseverando que es más rentable económicamente para España dotar de un profesor particular por cada alumno conflictivo que tener ciudadanos delincuentes o gentes que den problemas sociales por no haber tenido una buena educación. El dinero no se puede quitar de la educación porque si no estamos condenados a tener una sociedad nefasta. Cada vez hay más delincuencia y quizá tenga que ver con cuestiones que desde el ámbito educativo no sabemos o no queremos solucionar.
Un profesor cuesta unos 30 000 euros brutos al año. En un instituto medio puede haber, más o menos, cuatro alumnos conflictivos, por lo que habría que contratar a cuatro profesores expertos y asignarlos a cada alumno. Por otro lado en España mantener un recluso supone 16 064 euros anuales, es decir, con lo que cuestan dos reclusos se puede mantener a un profesor. Dado que hay 68 000 presos en todo el territorio nacional pueden ustedes hacer los cálculos; intuyo que unos 6000 institutos se verían beneficiados. No todos los alumnos a los que se les asignara un «profesor particular» -una especie de mentor exclusivo- dejarían de delinquir, pero a buen seguro un porcentaje alto lo hará, en eso consiste el poder de la educación de calidad. Las consecuencias positivas para la economía del país son evidentes, todos salen beneficiados; algún economista debería hacer el estudio detallado.
Después digo que lo que está claro es que expulsar es humillar, porque hay dos tipos de alumnos: el que le sienta mal que le expulsen, con lo cual se siente humillado y el otro al que le da igual que les expulsen, es más, se pone contento, está en su casa, sus padres no van a estar ahí para que se levante pronto para que hagan las tareas ¡no hacen las tareas! Expulsar no tiene ningún sentido. Esto ya lo expliqué en un posteo que titulé «Expulsar no es educar«. El problema quizá resida en que el castigo no se perciba por parte del docente como un ataque sino como una defensa lo cual resuelve la disonancia cognitiva que justificaría la antipedagógica acción de la expulsión.
Posteriormente se alude al «aula de convivencia». Digo que es mejor que el alumno esté en eso eufemísticamente denominado «aula de convivencia» que en una casa sin padres jugando a los videojuegos. Lo que está claro es que lo que debería ser una excepción, la expulsión, se ha convertido en una norma. Todas las semanas se expulsa a muchos alumnos en España y ese es el gran fracaso de la educación española. Hay que proponer un plan alternativo porque si no estamos haciendo un mal irreparable a la sociedad. Para tratar de mantener el buen comportamiento en el aula quizá haya que experimentar nuevas formas de docencia, aplicar las TIC en el aula, estudiar programas de renovación pedagógica como el de Filosofía para Niños y otros tantos que se han demostrado muy útiles en la motivación del alumnado, ajenos a la pizarra y al tradicional libro de texto. Si no es así miles y miles de estudiantes seguirán odiando una escuela en la que se sienten alienados y absurdos.
Igualmente muestro mi disconformidad con la cita de Maquiavelo que se pone sobre la mesa, porque considero que el temor y el miedo en un aula es nocivo. Una cosa es que se identifique el temor con la seguridad (el profesor tiene que estar muy seguro, tiene que conocer muy bien la materia porque si no va a perder enseguida el respeto del alumnado) pero ¿miedo en el aula? En absoluto, en absoluto, ¡es una aberración! Esta es la cita exacta a la que se alude:
Pero, siendo mi propósito escribir algo útil para quien lo lea, me ha parecido más conveniente ir directamente a la verdad real de la cosa que a la representación imaginaria de la misma. Muchos se han imaginado repúblicas y principados que nadie ha visto jamás ni se ha sabido que existieran realmente; porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería hacer, aprende antes su ruina que su preservación: porque un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son. Por todo ello es necesario a un príncipe, si se quiere mantener, que aprenda a poder ser no bueno y a usar o no usar de esta capacidad en función de la necesidad. (Maquiavelo, El príncipe. Trad. M. A. Granada, Madrid, Alianza, p. 83).
Un profesor no puede ser nunca maquiavélico, en todo caso un actor. Si se es malo, y por tanto se enseña la maldad, es altamente probable que el alumno sea malo en su vida y que contamine su entorno de maldad. Es por ello que el profesor debe enseñar a ser bueno siendo bueno. Disculpen mi tono maniqueísta y la ausencia de matices que exigiría un mayor espacio.
A continuación afirmo que los alumnos llegan tarde con los profesores que también llegan tarde. Si no damos ejemplo nosotros... Se pueden dar muchos más ejemplos similares: no se puede exigir al alumno que memorice algo que el propio profesor no ha memorizado, que entreguen las tareas a tiempo cuando él tarda demasiados días en corregir los exámenes, que no digan palabrotas cuando él mismo las dice, que escriban correctamente cuando jamás han visto cómo escribe él… Los estudiantes tienen una gran facilidad para absorber el currículo oculto que enseña el docente mediante su ejemplo.
En mi intervención final digo que castigo no, en absoluto, las terapias conductistas no valen. Castigar y premiar no. La educación es otra cosa más importante que hay que estudiar con seriedad. En una educación de calidad no se debe contemplar el concepto de castigar«. Aristóteles explicó que «guiamos la educación de los jóvenes por placer y dolor», en lo que era un adelanto del conductismo que prioriza la educación mediante premios y castigos. Sin embargo esta técnica educativa no construye personas sino robots, por tanto no hay que premiar porque la educación es un premio en sí mismo, algo que se percibe en la mirada sonriente de los estudiantes de los centros educativos de los países más pobres.
Pueden ver el debate a continuación:
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