Byung-Chul Han le está cogiendo el puntillo a la sociedad occidental post-re-que-te-post moderna y mega-ultra-chachi-liberal a pesar de sus orígenes surcoreanos, y es que no hay nadie como un foráneo para diagnosticar los males de la patria en virtud de la sabiduría que otorga la perspectiva; que se lo digan a Orwell o a Hemingway respecto a España o a Julio Camba en relación con Alemania.
Bien es cierto que Han ya apuntaba provocativas maneras con La sociedad del cansancio (reseñada en nuestro blog) y La sociedad de la transparencia, pero me temo que ninguno de sus lectores llegó a intuir en el horizonte byungchulano algo tan desmesuradamente atrevido y sicalíptico como La agonía del Eros (Herder, 2014) cuya tesis principal es que
El neoliberalismo lleva a cabo una despolitización de la sociedad, y en ello desempeña una función importante la sustitución del Eros por sexualidad y pornografía. (p. 67).
Es lo que me faltaba por leer acerca de las maldades del neoliberalismo, al que no solo se suele culpar de empobrecer a los pobres a costa de enriquecer a los ricos sino que, además, llega Han y lo acusa de pornografiar la sociedad. Yo también detesto el neoliberalismo —como cualquier persona razonable— pero me incomoda que se le use siempre como chivo expiatorio de todos los males de la humanidad porque, en el fondo, el neoliberalismo carece de existencia real, es una ficción narrativa, es un constructo inferido perteneciente al imaginario colectivo.
Permítanme, para ejemplificar mi arriesgada e irónica afirmación, servirme de Jeffrey D. Sachs (uno de los paladines del neoliberalismo según Naomi Kleim en su libro La doctrina del shock) quien hace un par de años me contestó muy airado cuando comenté en Twitter las acusaciones de Kleim. ¡Dice él que «neoliberal» es un insulto! ¡Sí, él!
Por mucho que se haya transformado en asesor del Partido Socialista (cuyo programa reniega explícitamente del neoliberalismo) lo que Sachs puso en práctica hace treinta años era neoliberalismo inmisericorde y pornográfico y, presuntamente, sus recomendaciones económicas arruinaron a millones de personas en todo el planeta.
Por tanto si Sachs no es ni fue neoliberal nadie en el mundo mundial es neoliberal, por lo que la pornografía no es producto del neoliberalismo —ex nihilo nihil fit— sino que más bien ha estado acompañando al ser humano desde sus orígenes; lean, si no me creen, sobre Calígula, el Marqués de Sade o tantas otras biopornías. Y claro, aunque dichos pervertidos destruyeron sus respectivos Eros convirtiendo al prójimo en mero objeto de satisfacción carnal, sí que perfilaron, por contraste, un mundo erotómano que mira con displicencia y arrogancia a su hermano mayor pornomaníaco.
Y es que quizá Han debiera haber titulado su libro La sociedad del forniqueo porque ese acto impersonal o deshumanizado, a medio camino entre el Eros y el Tánatos, ha existido siempre, es decir, el Eros continuamente ha estado agonizando pero nunca acaba de morir; de hecho el narcisismo —cualidad necesaria y suficiente, según Han, para la destrucción del Eros— nunca fue ni será lo suficientemente arremetedor como para transformar a Eros en Dionisos, ni como para convertir la Storgé, la Philia y el Ágape en procaz obscenidad, ni como para tambalear los valores altruistas del humanismo cristiano.
En cualquier caso, tras la lectura de este instigador libro todavía me pregunto si se trata de un cursillo pre-matrimonial o si, por el contrario, es más bien una invitación nihilista al pecado carnal más desenfrenado, confusión típica con que los escritores de la postmodernidad suelen sumir a sus lectores. Digamos que en el medio está la virtud.
Les dejo con un fragmento que, a buen seguro, motivará a la lectura de este interesante y brevilocuente ensayo en esta mañana de Miércoles Santo:
El sujeto narcisista no puede fijar claramente sus límites. De esta forma, se diluye el límite entre él y el otro. El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo. La depresión es una enfermedad narcisista. Conduce a ella una relación consigo mismo exagerada y patológicamente recargada. El sujeto narcisista-depresivo está agotado y fatigado de sí mismo. Carece de mundo y está abandonado por el otro. Eros y depresión son opuestos entre sí.
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