En el juego de la vida a algunos les ha tocado limpiar las calles y a otros limpiar las mesas. Están contentos porque algo les dice que su proyecto existencial aún podría ser peor. Pero, ante todo, son felices porque no acaban de creerse que vayan a pasar el resto de su vida barriendo aceras o recogiendo los restos de la sopa de gato; es la misma estructura de pensamiento de los soldados que van a la guerra creyendo, contra la probabilística, que regresarán a casa.
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