Los estadounidenses viven en perpetuo estado de aceleración. Encuentran el sentido de la vida en el trabajo y cuantas más horas le dedican mayor plenitud alcanzan. Detecto en ellos cierto masoquismo porque parece que gozan con el estrés; cuando menos, presumen de tenerlo. Además sienten la culpa en los momentos ociosos, se enorgullecen de sus horas extra no remuneradas y de que solo tengan una semana de vacaciones al año.
Lo interesante es que saben motivar a los estudiantes para que estén ocupados de sol a sol e interioricen que hay que vivir para trabajar y no trabajar para vivir. Como tienen claro cuál es el sentido de la vida no reflexionan sobre el mismo y se dejan llevar, confiados, por la corriente de un río que creen protector.
De este modo los lemas y logotipos de los centros educativos aluden a la competitividad y a la lucha, al vencedor orgulloso y al derrotado humillado, al esfuerzo constante y al imponerse sobre el prójimo. Es así como logran reproducir la mayor potencia económica conocida en la Historia, pero el precio que pagan es desmesurado: han vendido el alma al diablo.
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