¿Qué haría usted si una empresa de refrescos azucarados le propusiera pagar los gastos de calefacción del curso escolar en su instituto a cambio de incorporar publicidad en el aula? ¿Lo aceptaría? Este dilema moral lo planteé hace varios años a mis alumnos cuando el instituto donde trabajaba no podía pagar la gasolina para calentar las aulas y nos veíamos obligados a dar clase muy abrigados. No era más que un experimento mental pero ya es realidad en algunos lugares.
En Estados Unidos todos los días se proyecta en la clase un vídeo de cinco minutos de duración en el que aparece un estudiante jurando lealtad a la bandera (Pledge of Allegiance). A continuación se muestran los anuncios del día (dónde es el partido de baloncesto, plazos para solicitar una beca, fechas de exámenes estatales, etc) y se termina entonando como un mantra el lema del instituto (en el mío es Be respectful. Be responsible. Be kind. And always be your best —Sé respetuoso. Sé responsable. Se amable. Y siempre sé tú mismo—).
La cuestión es que el otro día emitieron también, en plena clase, un anuncio publicitario tras la jura de la bandera. Y es que Universal Studios ha emprendido una agresiva campaña publicitaria que no solo se cuela insistentemente en los televisores, radios y periódicos de los estadounidenses, sino que también se adentra sutilmente en las aulas en horario lectivo con la excusa de ayudar a los centros escolares a financiar sus gastos.
Las necesidades financieras de los centros educativos son obvias y los ciudadanos no parecen dispuestos a ayudar a mitigarlas pagando más impuestos pero ¿es de recibo crear necesidades a algunos estudiantes que jamás podrán asistir a un parque temático cuya entrada cuesta ciento cincuenta dólares? ¿Están vendiendo los centros educativos públicos su alma al diablo?
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