La semana pasada un alumno en la edad del pavo escribió una pequeña nota amenazante y la dejó en uno de los pasillos del centro educativo. Decía que
«Algo malo va a suceder en el instituto el viernes. Habrá heridos y posiblemente muertos».
Alguien hizo una fotografía del mensaje y se expandió viralmente por las redes sociales y medios de comunicación locales, televisión incluida. Tanto iba creciendo la bola de nieve que el instituto se vio obligado a seguir el protocolo de seguridad pertinente en estos casos e informó a los padres de que existían amenazas a pesar de que eran muy poco creíbles; en cualquier caso, para curarse en salud, el día de marras se dotaría al centro de mayor presencia policial a pesar de que todos sabemos que quien comete estos atentados jamás avisa de ellos.
Cuando llegó el viernes me sorprendí al comprobar que había varios coches-patrulla cercando el instituto y, sobre todo, que apenas acudió al centro un cuarto de los tres mil estudiantes. Es posible que algunos novilleros utilizaran la gamberrada como excusa para no venir a clase y así disfrutar del extraordinario sol de esta tierra, pero la gran mayoría no acudió porque estaban asustados —sobre todo sus padres— por el manipulador mensaje de la televisión.
Por supuesto, nada sucedió aquel día más allá del ligero y «emocionante» pánico adolescente avivado cada media hora con ridículos rumores que recibían por Snapchat: «¡Guys! ¡At noon is gonna happen something!». Y es que en el inconsciente colectivo usamericano está muy presente la masacre de la Escuela Secundaria Columbine y tantas otras que se producen, cíclicamente, en el país de la Asociación del Rifle. No olvidemos tampoco que hace cuatro meses sufrimos un código rojo.
Pero en este caso el problema surgió cuando la travesuras tontas e inofensivas llegaron a la televisión para transformarse en un alarmante masaje (McLuhan dixit). En este sentido, observen a la presentadora-masajista con qué seriedad trata lo risible y cómo niega la credibilidad de las amenazas mientras, en contraste, muestra la nota amenazante como si fuera peligrosa —sobra decir que si sinceramente quisieran transmitir que la amenaza no era creíble no la habrían televisado—; vean con qué afectación narra lo inane, con qué fingimiento trata de asustar al personal, cómo vende vísceras y mugre para que los televidentes sigan pegados a la pantalla; miren cómo alimenta los miedos de los crédulos espectadores y convierte a la falacia de la pendiente resbaladiza en máxima expresión de la racionalidad de un pueblo herido que responde dando zarpazos. Así se crean los espectadores masajeados que luego votan a Trump.
No se ha confirmado oficialmente, pero dicen mis alumnos que ayer atraparon al desagradable bromista. Todo apunta a que las pesquisas policiales, animadas por la trascendencia mediática del caso, dieron con él porque el joven llevaba varios días presumiendo de su hazaña. Verse inesperadamente en la televisión despertó al demonio vanidoso que todos llevamos dentro y ha arruinado su vida con tan solo diecinueve años. Vanitas vanitatis, et omnia vanitas.
Sin ninguna duda el estudiante merecía una dura reprimenda y, quizá, recibir atención psicológica; pero no entrar en prisión. Al joven se le olvidó que en este país encarcelan a estudiantes gamberros (para mayor felicidad de los accionistas de la cárcel), expulsan a pasajeros de los aviones por hablar «lenguas extrañas» y consideran que la solidaridad es un peligro para la paz social.
Aún así, Estados Unidos es un país extraordinario aunque decirlo no atraiga a los lectores. Ustedes sabrán disculpar mi masaje; y mi mensaje.
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