Marco Aurelio, Schopenhauer y un alumno de primero de ESO

Por la mañana me encontré con un estudiante de primero de ESO, de doce años, en la puerta del instituto poco antes de comenzar la primera clase. Hacía frío y este es el diálogo que mantuvimos:

—Buenos días, XXXXXX, te veo con poca ropa para el fresquito que hace. ¿No tienes frío?

—Un poco.

—¿Por qué no te pones más ropa antes de salir de casa?

—No pasa nada, de algo hay que morir.

—Claro, pero hay muertes evitables, como la de morir por congelación.

—No, la muerte nunca es evitable.

—En eso tienes razón, pero se puede posponer unos cuantos años. ¿No te gusta vivir más tiempo?

—Es que da igual morir antes o morir después.

Mientras se iba desdeñoso a clase, ajeno a su conmovedor estoicismo y a su sabiduría —aunque apenas sabe leer—, me acordé de Marco Aurelio. Mi alumno lo entendía sin haberlo leído y lo vivía sin verbalizarlo.

Aunque debieras vivir tres mil años y otras tantas veces diez mil, no obstante recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde. En consecuencia, lo más largo y lo más corto confluyen en el mismo punto. El presente, en efecto, es igual para todos, lo que se pierde es también igual, y lo que separa es, evidentemente, un simple instante. Luego ni el pasado ni el futuro se podría perder, porque lo que no se tiene, ¿cómo nos lo podría arrebatar alguien? Ten siempre presente que, por tanto, esas dos cosas: una, que todo, desde siempre, se presenta de forma igual y describe los mismos círculos, y nada importa que se contemple lo mismo durante cien años, doscientos o un tiempo indefinido; la otra, que el que ha vivido más tiempo y el que morirá más prematuramente, sufren idéntica pérdida, porque solo se nos puede privar del presente, puesto que este solo posees, y lo que uno no posee, no lo puede perder. (Marco Aurelio, Meditaciones, Gredos, Madrid, 2010, p 75. Trad. Carlos García Gual)

El lunes hablaré con él. Leeremos en clase dicho fragmento para hacerle ver la transcendencia del pensamiento que me confesó. Pero también discutiremos sobre este otro de signo contrario. ¿Cuál de ellos preferirán él y sus compañeros?:

La mayoría de las personas, cuando al final de sus días miran atrás, encuentren que han pasado toda su existencia viviendo ad interim [provisionalomente] y se asombren de que aquello que dejaron pasar sin apenas prestarle atención y sin haberlo disfrutado fuera precisamente su vida, es decir, aquello ante cuya experiencia vivían. Y así, pues, el curso vital del hombre, por norma general, estriba en que, burlado por la esperanza, baila hacia los brazos de la muerte. (Arthur Schopenhauer, El arte de obrevivir, Barcelona, Herder, 2013, p. 80

 

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