Desde que leí la Ética mínima de Adela Cortina siempre he prestado atención a sus numerosos artículos en la prensa referidos a asuntos éticos; no en vano espero tener un hueco pronto para leer su Ética de la razón cordial, galardonada con el prestigioso premio Jovellanos de ensayo de este año 2007.
Reflexiones como las que hace hoy en El país (gracias al profesor y amigo Pepe por darme la noticia) son las que se necesitan para no dramatizar ni sacar las cosas de quicio contra esa nueva asignatura sobre la ciudadanía, ni despotricar contra los profesores de filosofía a quienes algunos denominan como «sacerdotes laicos» y «adoctrinadores» si llegan a impartir dicha asignatura. ¿Es adoctrinar explicar los derechos humanos, valores para la convivencia en sociedad como la compasión e, incluso, hablar sobre resolución de conflictos?
Dejemos algunas perlas del artículo de hoy:
(…) Distintos proyectos educativos fueron diseñando los trazos de esa educación ética, que algunos tacharon de excesivamente racionalista, de excesivamente centrada en el conocimiento; otros, de sobradamente sentimental, porque tampoco la ética es negocio sólo del sentimiento. Unir ambas cosas se hacía necesario, pero también sacar a la luz otras que quedaban en la penumbra y, sin embargo, forman parte de lo más profundo de las personas. Aquella ética cívica tenía que desvelar su dimensión cordial. Porque no hay ética pública ni privada sin corazón. Tal vez porque nos falta estamos tan cansados de discordia en la vida pública, de inmisericordia en la privad (…)
(…) Una educación en la ciudadanía cordial atendería a la inteligencia para descubrir cuál es nuestro interés más fuerte, y sucede que nos interesa actuar bien si no queremos perder vida y propiedad; al cultivo de los sentimientos con los que descubrimos mundos inéditos, como el sufrimiento, el gozo y la indignación ante la injusticia; al reino de los valores con los que podemos acondicionar el mundo y hacerlo habitable; a la autonomía por la que somos protagonistas de nuestras vidas, autores de nuestra propia novela. Pero también a la compasión, al ser con otros que nos constituye como personas, y es un descubrimiento de la razón cordial (…)
(…) Educar para el siglo XXI sería formar ciudadanos con buenos conocimientos y con prudencia para calibrar qué les interesa. Pero también con un profundo sentido de la compasión. Por eso la virtud soberana del siglo XXI será la cordura, que es un injerto de la prudencia en el corazón de la justicia.
En fin, el problema como siempre es la fundamentación de la ética (¿cómo fundamentar que hay que impartir «educación para la ciudadanía»?) como bien explica Cortina en Ética mínima (pp 30 y 31), explicación que he tratado de resumir en este mapa conceptual:
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