Estamos estudiando estos días los principales tipos de falacias, dentro de la unidad didáctica titulada «El pensamiento lógico». Como todos los años, al explicar la falacia de confundir una relación accidental con una relación causal (Post hoc, ergo propter hoc) cuyo ejemplo más claro es el de las supersticiones, dos tercios de la clase (10 de 32) se declaran supersticiosos y creen sin ninguna duda en el mal de ojo o en el hombre del saco.
La superstición, fuente de muchos males, es un problema gravísimo contra el que soy incapaz de luchar. Este componente irracional de la mente humana, ese resquicio que nos queda del cerebro reptiliano, es algo que no se puede corregir con la educación. Uno nace predispuesto a la superstición y no se le puede suspender por ello, por mucho que se me revuelvan las entrañas al constatar que aprobar filosofía sea compatible con creer en las maldades de los «martes y trece» o «pasar debajo de una escalera».
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