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“La Doctrina del Punto de Vista”, en El tema de nuestro tiempo, en: Obras completas, tomo III, 1917/1925, Revista de Occidente/Taurus, Madrid, 2005, pp. 611-615, 616
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La doctrina del punto de vista
Contraponer la cultura a la vida y reclamar para ésta la plenitud de sus derechos frente a aquélla no es hacer profesión de fe anticultural. Si se interpreta así lo dicho anteriormente, se practica una perfecta tergiversación. Quedan intactos los valores de la cultura; únicamente se niega su exclusivismo. Durante siglos se viene hablando exclusivamente de la necesidad que la vida tiene de la cultura. Sin desvirtuar lo más mínimo esta necesidad, se sostiene aquí que la cultura no necesita menos de la vida. Ambos poderes —el inmanente de lo biológico y el trascendente de la cultura— quedan de esta suerte cara a cara, con iguales títulos, sin supeditación del uno al otro. Este trato leal de ambos permite plantear de una manera clara el problema de sus relaciones y preparar una síntesis más franca y sólida. Por consiguiente, lo dicho hasta aquí es sólo preparación para esa síntesis en que culturalismo y vitalismo, al fundirse, desaparecen.
Recuérdese el comienzo de este estudio. La tradición moderna nos ofrece dos maneras opuestas de hacer frente a la antinomia entre vida y cultura. Una de ellas, el racionalismo, para salvar la cultura niega todo sentido a la vida. La otra, el relativismo, ensaya la operación inversa: desvanece el valor objetivo de la cultura para dejar paso a la vida. Ambas soluciones, que a las generaciones anteriores parecían suficientes, no encuentran eco en nuestra sensibilidad. Una y otra viven a costa de cegueras complementarias. Como nuestro tiempo no padece esas obnubilaciones, como se ve con toda claridad en el sentido de ambas potencias litigantes, ni se aviene a aceptar que la verdad, que la justicia, que la belleza no existen, ni a olvidarse de que para existir necesitan el soporte de la vitalidad.
Aclaremos este punto concretándonos a la porción mejor definible de la cultura: el conocimiento.
El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y mañana —por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia.
La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esta deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad.
Es interesante advertir cómo en estos últimos tiempos, sin común acuerdo ni premeditación, psicología, «biología» y teoría del conocimiento, al revisar los hechos de que ambas actitudes partían, han tenido que rectificarlos, coincidiendo en una nueva manera de plantear la cuestión.
El sujeto, ni es un medio transparente, un «yo puro» idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y detiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar sin más ni más por ella, como acontecería al imaginario ente racional creado por las definiciones racionalistas, ni finge él una realidad ilusoria. Su función es claramente selectiva. De la infinitud de los elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas —fenómenos, hechos, verdades— quedan fuera, ignoradas, no percibidas.
Un ejemplo elemental y puramente fisiológico se encuentra en la visión y en la audición. El aparato ocular y el auditivo de la especie humana reciben ondas vibratorias desde cierta velocidad mínima hasta cierta velocidad máxima. Los colores y sonidos que queden más allá o más acá de ambos límites le son desconocidos. Por tanto, su estructura vital influye en la recepción de la realidad; pero esto no quiere decir que su influencia o intervención traiga consigo una deformación. Todo un amplio repertorio de colores y sonidos reales, perfectamente reales, llega a su interior y sabe de ellos.
Como con los colores y sonidos acontece con las verdades. La estructura psíquica de cada individuo viene a ser un órgano perceptor, dotado de una forma determinada, que permite la comprensión de ciertas verdades y está condenado a inexorable ceguera para otras. Así mismo, cada pueblo y cada época tienen su alma típica, es decir, una retícula con mallas de amplitud y perfil definidos que le prestan rigorosa afinidad con ciertas verdades e incorregible ineptitud para llegar a ciertas otras. Esto significa que todas las épocas y todos los pueblos han gozado su congrua porción de verdad, y no tiene sentido que pueblo ni época algunos pretendan oponerse a los demás, como si a ellos les hubiese cabido en el reparto la verdad entera. Todos tienen su puesto determinado en la serie histórica; ninguno puede aspirar a salirse de ella, porque esto equivaldría a convertirse en un ente abstracto, con íntegra renuncia a la existencia.
Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno? Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones que los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
Lo que acontece con la visión corpórea se cumple igualmente en todo lo demás. Todo conocimiento es desde un punto de vista determinado. La species aeternitatis, de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto. No dudamos de su utilidad instrumental para ciertos menesteres del conocimiento; pero es preciso no olvidar que desde él no se ve lo real. El punto de vista abstracto sólo proporciona abstracciones.
Esta manera de pensar lleva a una reforma radical de la filosofía y, lo que importa más, de nuestra sensación cósmica.
La individualidad de cada sujeto era el indominable estorbo que la tradición intelectual de los últimos tiempos encontraba para que el conocimiento pudiese justificar su pretensión de conseguir la verdad. Dos sujetos diferentes —se pensaba— llegarán a verdades divergentes. Ahora vemos que la divergencia entre los mundos de dos sujetos no implica la falsedad de uno de ellos. Al contrario, precisamente porque lo que cada cual ve es una realidad y no una ficción, tiene que ser su aspecto distinto del que otro percibe. Esa divergencia no es contradicción, sino complemento. Si el universo hubiese presentado una faz idéntica a los ojos de un griego socrático que a los de un yanqui, deberíamos pensar que el universo no tiene verdadera realidad, independiente de los sujetos. Porque esa coincidencia de aspecto ante dos hombres colocados en puntos tan diversos como son la Atenas del siglo V y la Nueva York del XX indicaría que no se trataba de una realidad externa a ellos, sino de una imaginación que por azar se producía idénticamente en dos sujetos.
Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo —persona, pueblo, época— es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.
El error inveterado consistía en suponer que la realidad tenía por sí misma, e independientemente del punto de vista que sobre ella se tomara, una fisonomía propia. Pensando así, claro está, toda visión de ella desde un punto determinado no coincidiría con ese su aspecto absoluto y, por tanto, sería falsa. Pero es el caso que la realidad, como un paisaje, tienen infinitas perspectivas, todas ellas igualmente verídicas y auténticas. La sola perspectiva falsa es ésa que pretende ser la única. Dicho de otra manera: lo falso es la utopía, la verdad no localizada, vista desde «lugar ninguno». El utopista —y esto ha sido en esencia el racionalismo— es el que más yerra, porque es el hombre que no se conserva fiel a su punto de vista, que deserta de su puesto.
Hasta ahora la filosofía ha sido siempre utópica. Por eso pretendía cada sistema valer para todos los tiempos y para todos los hombres. Exenta de la dimensión vital, histórica, perspectivista, hacía una y otra vez vanamente su gesto definitivo. La doctrina del punto de vista exige, en cambio, que dentro del sistema vaya articulada la perspectiva vital de que ha emanado, permitiendo así su articulación con otros sistemas futuros o exóticos. La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, donde aquélla se localice y adquiera movilidad y fuerza de transformación.
[….]
Ahora bien: la reducción o conversión del mundo a horizonte no resta lo más mínimo de realidad a aquél; simplemente lo refiere al sujeto viviente, cuyo mundo es, lo dota de una dimensión vital, lo localiza en la corriente de la vida, que va de pueblo en pueblo, de generación en generación, de individuo en individuo, apoderándose de la realidad universal.
De esta manera, la peculiaridad de cada ser, su diferencia individual, lejos de estorbarle para captar la verdad, es precisamente el órgano por el cual puede ver la porción de realidad que le corresponde. De esta manera, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral sólo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo; y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta. Ahora bien: esta suma de las perspectivas individuales, este conocimiento de lo que todos y cada uno han visto y saben, esta omnisciencia, esta verdadera «razón absoluta», es el sublime oficio que atribuimos a Dios. Dios es también un punto de vista; pero no porque posea un mirador fuera del área humana que le haga ver directamente la realidad universal, como si fuera un viejo racionalista. Dios no es racionalista. Su punto de vista es el de cada uno de nosotros; nuestra verdad parcial es también verdad para Dios. ¡De tal modo es verídica nuestra perspectiva y auténtica nuestra realidad! Sólo que Dios, como dice el catecismo, está en todas partes y por eso goza de todos los puntos de vista y en su ilimitada vitalidad recoge y armoniza todos nuestros horizontes. Dios es el símbolo del torrente vital, al través de cuyas infinitas retículas va pasando poco a poco el universo, que queda así impregnado de vida, consagrado, es decir, visto, amado, odiado, sufrido y gozado.
Sostenía Malebranche que, si nosotros conocemos alguna verdad es porque vemos las cosas en Dios, desde el punto de vista de Dios. Más verosímil me parece lo inverso: que Dios ve las cosas al través de los hombres, que los hombres son los órganos visuales de la divinidad.
Por esto conviene no defraudar la sublime necesidad que de nosotros tiene, e hincándonos bien en el lugar que nos hallamos, con una profunda fidelidad a nuestro organismo, a lo que vitalmente somos, abrir bien los ojos sobre el contorno y aceptar la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo.

Explicación del texto
Este texto de Ortega y Gasset puede parecer un poco denso al principio, pero la idea que contiene es una de las más potentes y liberadoras de la filosofía del siglo XX. Vamos a desglosarla paso a paso, como si estuviéramos charlando sobre ello.
Imagina que el texto es una respuesta a una gran pregunta que la gente se llevaba haciendo siglos: ¿Qué es más importante, las grandes verdades universales (la Cultura) o mi propia experiencia personal (la Vida)?
El origen del problema: Dos bandos enfrentados
Ortega nos dice que, hasta su época, había dos respuestas principales a esta pregunta, y ambas eran extremas y, para él, insatisfactorias. Piensa en ellas como dos equipos de fútbol con tácticas opuestas:
- El racionalismo (team «cultura pura»): Este equipo dice que lo único que importa es la Verdad con mayúsculas: la ciencia, la justicia, la belleza… verdades eternas, únicas e invariables. Para alcanzarla, debes despojarte de todo lo que te hace «tú»: tus emociones, tu historia, tu cuerpo, tu época. Debes ser como una ventana perfectamente transparente para que la realidad pase a través de ti sin «mancharse».
- El problema, según Ortega: ¡Esto es imposible y niega la vida! La vida es cambio, desarrollo, peculiaridad. El racionalismo, al querer salvar la cultura, mata la vida.
- El relativismo (team «todo vale»): Este equipo se va al otro extremo. Dice que, como cada persona es un mundo y siente de una manera distinta, no puede existir una Verdad universal. Todo es subjetivo, una simple opinión. La «realidad» se deforma al entrar en nosotros, así que cada uno tiene «su» verdad y ninguna es mejor que otra.
- El problema, según Ortega: Esto es un callejón sin salida. Si nada es verdad, entonces todo da igual. El relativismo, al querer salvar la vida, destruye el valor de la cultura y nos deja sin un suelo común.
Ortega mira a estos dos equipos y dice: «Un momento, ambos os equivocáis. Estáis planteando mal la pregunta. No es ‘Vida o Cultura’, es ‘Vida Y Cultura’».
La solución de Ortega: La doctrina del punto de vista
Aquí viene la idea central y más brillante del texto. Ortega propone una tercera vía, una síntesis. Para explicarla, usa dos analogías geniales.
Analogía 1: El filtro o cedazo
Imagina que la realidad es un río infinito que lleva de todo: piedras, arena, peces, plantas…
- El racionalista diría que para conocer el río, no debes interponerte en su camino. Debes dejar que pase todo, sin alterarlo.
- El relativista diría que, al meter una red, la deformas y lo que sacas no es el «río real».
Ortega dice: Tú no eres una ventana transparente ni una red que deforma. Eres un filtro (un cedazo).
Un filtro no inventa lo que pasa a través de él, ni lo deforma. Simplemente, selecciona. Deja pasar las partículas que caben por sus mallas y retiene las demás.
Esto es exactamente lo que hacemos nosotros con la realidad.
- Ejemplo fisiológico: Tus ojos no ven toda la luz que existe (no ves los rayos ultravioleta o los infrarrojos), y tus oídos no captan todos los sonidos (no oyes los ultrasonidos). ¿Significa que los colores y sonidos que sí percibes son falsos? ¡No! Son perfectamente reales. Tu cuerpo actúa como un filtro que selecciona una porción de la realidad.
- Ejemplo cultural: De la misma manera, tu mente, tu educación, la época en la que vives, el idioma que hablas… todo eso forma tu «filtro» personal. Te hace especialmente sensible para captar ciertas verdades, mientras que te deja ciego para otras.
La conclusión es revolucionaria: tu individualidad no es un estorbo para conocer la verdad, ¡es tu órgano para percibirla!
Analogía 2: El paisaje (la más famosa)
Imagina que dos personas están mirando la misma sierra desde puntos diferentes.
- Una está en un valle y ve una montaña en primer plano, con todos sus detalles: los árboles, las rocas, las sombras.
- La otra está en la cima de una colina lejana y ve la misma sierra como una silueta azulada recortada contra el cielo.
¿Cuál de las dos vistas es la «verdadera»? Ambas lo son.

¿Cuál de las dos vistas es la «verdadera»? Ambas lo son
- ¿Tendría sentido que discutieran sobre quién tiene razón? No.
- ¿Tendría sentido que dijeran «como no vemos lo mismo, el paisaje es una ilusión»? Tampoco.
La realidad (el paisaje) es tal que solo puede ser vista desde una perspectiva concreta. La perspectiva no es una deformación de la realidad; es un componente esencial de ella. No existe una vista «desde ningún lugar» que sea la única y auténtica. La única perspectiva falsa es la que pretende ser la única.
Tu misión: «El tema de nuestro tiempo»
Esto nos lleva a la conclusión final y a tu papel en el mundo, según Ortega.
- La razón vital. No debemos aspirar a una «razón pura» y abstracta, desconectada de todo (eso es una utopía, una idea de «ningún lugar»). Debemos usar una «razón vital»: una razón anclada en nuestra vida, en nuestra circunstancia. «Yo soy yo y mi circunstancia» es su frase más famosa. Tu punto de vista es tuyo e insustituible.
- La verdad es un puzzle gigante. La Verdad absoluta y total no la puede poseer una sola persona, ni una sola época, ni una sola cultura. La Verdad completa sería la suma de todas las perspectivas posibles. Cada uno de nosotros tiene una pieza única de ese puzzle.
- Tu deber: Por eso, tu misión no es intentar escapar de tu punto de vista para encontrar una «verdad neutra». Tu deber es ser radicalmente fiel a ti mismo, a tu perspectiva. «Hincándonos bien en el lugar que nos hallamos», dice Ortega. Tu trabajo es explorar y expresar esa porción de la realidad que solo tú puedes ver desde donde estás.
Ese es «el tema de nuestro tiempo»: abandonar las viejas peleas entre absolutismo y relativismo, y entender que cada vida es un punto de vista esencial sobre el universo. Al aportar tu visión, complementas la de los demás y contribuyes a tejer esa verdad completa que, para Ortega, solo podría abarcar una entidad que estuviera en todas partes a la vez: Dios.
En resumen, para explicárselo a un amigo:
Ortega nos dice que dejemos de pelearnos sobre si existe «LA Verdad» o si «todo es relativo». La realidad es como una montaña gigante. Nadie puede verla entera de una vez. Tú la ves desde tu sendero, yo desde el mío. Tu vista no es falsa, y la mía tampoco. Ambas son reales y necesarias. La única estupidez sería intentar flotar en el aire para tener una «vista objetiva» (eso es imposible) o decir que como no vemos lo mismo, la montaña no existe. Tu misión es explorar a fondo tu sendero y compartir lo que ves. Esa es tu contribución única e insustituible al conocimiento.
Preguntas para el debate
Un buen debate es la mejor manera de digerir un texto como este. Aquí tienes una serie de preguntas, organizadas por temas, para encender la discusión en clase.
1. Comprendiendo las bases
- Ortega dice que su idea no es «anticultural». ¿Creéis que dar la misma importancia a la «vida» que a la «cultura» pone en peligro la búsqueda de la verdad y el conocimiento, o por el contrario, la enriquece?
- La analogía del filtro (cedazo) es clave. ¿En qué se diferencia fundamentalmente «seleccionar» la realidad de «deformarla»? ¿Creéis que es una distinción válida o es solo un juego de palabras?
- Si cada persona y cada época tiene su propia porción de verdad, ¿cómo es posible el progreso? ¿O la idea de «progreso» es una trampa del racionalismo que Ortega criticaría?
- Redes Sociales: Nuestros algoritmos nos crean «burbujas informativas» que nos muestran una realidad ajustada a nuestro punto de vista. ¿Son estas burbujas la manifestación moderna de la «perspectiva» de Ortega, o son una cárcel que nos impide ver otras perspectivas y nos acerca peligrosamente al relativismo del «todo vale»?
- Globalización: Ortega habla del «alma típica» de cada pueblo. En un mundo hiperconectado, donde las culturas se mezclan constantemente, ¿sigue existiendo esa «alma» o estamos avanzando hacia una perspectiva global única? ¿Sería eso bueno o malo?
- Ciencia: El método científico busca leyes universales y objetivas, válidas para todos en cualquier lugar. ¿Cómo choca esto con la «doctrina del punto de vista»? ¿Son la verdad científica y la verdad perspectivista dos cosas distintas, o puede la teoría de Ortega incluir a la ciencia?
3. Los límites de la perspectiva
- Esta es la pregunta más difícil: Si toda perspectiva es, en principio, «verídica y auténtica», ¿cómo podemos condenar puntos de vista que consideramos dañinos o falsos (como el racismo, el negacionismo climático, el terraplanismo)? ¿Dónde establece Ortega (o dónde deberíamos establecer nosotros) el límite entre una perspectiva válida y un error rotundo?
- Ortega afirma que «la sola perspectiva falsa es ésa que pretende ser la única». ¿Significa esto que cualquier ideología o religión que afirme tener la verdad última es, por definición, falsa? ¿Qué implicaciones tiene esto?
- ¿Puede la idea de ser «fiel a tu punto de vista» convertirse en una excusa para el egoísmo, para no escuchar a los demás y para no cambiar nunca de opinión? ¿Cómo diferenciamos la «fidelidad a nuestra perspectiva» de la simple terquedad?
4. Reflexión personal
- Ortega escribe la famosa frase: «Yo soy yo y mi circunstancia». Piensa en tu propia vida: ¿cuáles son los elementos más importantes de tu «circunstancia» (tu generación, tu ciudad, tu familia, tus amigos, tu educación) que moldean tu forma de ver el mundo?
- Describe una situación en la que te hayas dado cuenta de que tu visión sobre un tema era completamente diferente a la de otra persona, pero con el tiempo entendiste que su perspectiva también era real y válida.
- Al final, Ortega nos da una misión: aceptar «la faena que nos propone el destino: el tema de nuestro tiempo». Para vuestra generación, en el año 2025, ¿cuál creéis que es «el tema de vuestro tiempo»? ¿Qué tarea única os corresponde afrontar desde vuestra perspectiva?
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