Contenidos
- 1 La Gaya ciencia, (trad. de Charo Crego y Ger Groot), ed. Akal, Barcelona, 1988: § 108, § 110, § 125, § 164, § 165, § 173, § 175, § 179, § 196, § 298, § 307, § 320, § 327, § 343, § 344, § 355
- 2 Explicación del texto
- 3 Preguntas para el debate
La Gaya ciencia, (trad. de Charo Crego y Ger Groot), ed. Akal, Barcelona, 1988: § 108, § 110, § 125, § 164, § 165, § 173, § 175, § 179, § 196, § 298, § 307, § 320, § 327, § 343, § 344, § 355
§ 108
Nuevas luchas. – Después de la muerte de Buda, se mostró aún durante siglos, en una cueva, su sombra –una sombra colosal y pavorosa. Dios ha muerto: pero, siendo los hombres lo que son, habrá acaso aún por espacio de milenios cuevas donde se muestre su sombra. – ¡Y nosotros – tendremos que vencer también a su sombra!
§ 110
El origen del conocimiento. – Durante lapsos tremendos, el intelecto no producía más que errores; algunos de ellos resultaban útiles y beneficiosos para la conservación de la especie: quien los encontraba, o los heredaba, contaba con ventajas en su lucha por sí mismo y su prole. Tales erróneos artículos de fe, que se transmitían de generación en generación y que finalmente llegaban a ser algo así como parte integrante del acervo humano, son por ejemplo los siguientes: que hay cosas perdurables, que hay cosas idénticas, que hay cosas, sustancias, cuerpos, que una cosa es tal como aparece, que nuestra voluntad es libre, que lo que para mí es bueno es bueno en sí. Solo en una etapa muy tardía surgieron los que negaron y pusieron en duda tales proposiciones. Solo muy tarde se presentó la verdad, como la forma más precaria del conocimiento. Parecía que con ella no fuera posible vivir, nuestro organismo estaba ajustado a lo contrario de ella: todas sus funciones superiores, las percepciones sensibles y, en un plano general, todas las sensaciones, de cualquier tipo, funcionaban con arreglo a esos antiquísimos y asimilados errores fundamentales. Aún más, esas proposiciones incluso dentro del conocimiento llegaron a ser las normas según las cuales se valoraba «verdadero» y «falso» –extendiendo su imperio hasta las esferas más apartadas de la lógica pura. Entonces: la fuerza de los conocimientos no reside en su grado de verdad, sino en su antigüedad, en su asimilación, en su carácter de condición vital. Cuando parecía surgir un conflicto entre la vida y el conocimiento, nunca se luchaba seriamente: se consideraba una locura negar y dudar. Los pensadores excepcionales tales como los eleáticos, que, no obstante, establecían y proclamaban las antítesis de los errores naturales, creían que era posible vivir esta antítesis; inventaban al sabio, como hombre de concepción inmutable, impersonal y universal, que era uno y todo a un tiempo, con una capacidad específica para ese conocimiento opuesto; opinaban que su conocimiento era al mismo tiempo principio de vida. Mas para poder afirmar todo esto, tenían que engañarse sobre su propia situación: tenían que atribuirse impersonalidad y duración sin cambio, interpretar mal la esencia del cognoscente, negar la fuerza de los impulsos en el conocimiento y, en un plano general, concebir la razón como actividad completamente libre que tenía su raíz en sí misma. Cerraban los ojos ante el hecho de que también ellos habían llegado a sus proposiciones contradiciéndolo imperante por el ansia de reposo o de posesión exclusiva o de dominio. […]
§ 125
El hombre loco. — “¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que en pleno día encendió una linterna, fue corriendo a la plaza y gritó sin cesar: «¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!?» Como en aquellos momentos estaban allí reunidos muchos de los que no creían en Dios, provocó gran regocijo. ¿Es que se ha perdido?, dijo uno. ¿Es que se ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Emigrado? — así gritaron y rieron a coro. El hombre loco saltó hacia ellos y los fulminó con la mirada. «¿Dónde se ha ido Dios?», gritó. «¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos hecho esto? ¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos al desatar esta Tierra de su Sol? ¿Hacia dónde va ella ahora? ¿Adónde vamos? ¿Alejándonos de todos los soles? ¿No estamos cayendo continuamente? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia delante, hacia todos los lados? ¿Existe todavía un arriba y un abajo? ¿No estamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del vacío? ¿No hace ahora más frío que antes? ¿No cae constantemente la noche, y cada vez más noche? ¿No es preciso, ahora, encender linternas en pleno día? ¿No oímos aún nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada de la podredumbre divina? —¡también los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podemos consolarnos, asesinos de asesinos? Lo más santo y poderoso que ha habido en el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, — ¿quién nos limpia de esta sangre? ¿Con qué agua podríamos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses para aparecer dignos de él? ¡Jamás ha habido acto más grande y todos los que nazcan después de nosotros pertenecerán por obra de este acto a una historia más grande que toda historia hasta ahora habida!» Entonces se calló el hombre loco, mirando de nuevo a sus oyentes: también estos callaron, mirándolo extrañados. Al fin él arrojó al suelo su linterna, así que se rompió en pedazos y se apagó. «Llego demasiado pronto», dijo luego. «Este acontecimiento tremendo está todavía en camino, — no ha llegado aún hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno requieren tiempo, la luz de los astros requiere tiempo, los actos requieren tiempo, aún después de cometidos, para ser vistos y oídos. Este acto para ellos está todavía más lejos que los astros más lejanos — ¡y sin embargo, han sido ellos quienes lo cometieron!» — Se cuenta que ese mismo día el hombre loco penetró en varias iglesias y en ellas entonó su requiem aeternam deo, y que cada vez que lo expulsaron y le pidieron cuentas se limitó a replicar: «¿qué entonces son aún estas iglesias sino las tumbas y monumentos fúnebres de Dios?»
§ 164
Los que buscan reposo. ─ Yo reconozco a los espíritus que buscan reposo por la multitud de objetos oscuros que colocan en su derredor: quien desea dormir sume su cuarto en oscuridad o se mete en una cueva. ─ ¡He aquí una sugestión para los que no saben lo que están buscando, en definitiva, y quisieran saberlo!
§ 165
De la felicidad de los que renuncian. ─ Quien renuncia a una cosa en forma categórica y durante largo tiempo, cuando luego casualmente la vuelve a encontrar, por poco cree que la ha descubierto ─ ¡y hay que ver la felicidad que experimenta todo descubridor! ¡Seamos más prudentes que las serpientes que están tendidas demasiado tiempo al mismo sol!
§ 173
Ser profundo y parecer profundo. ─ Quien sabe que es profundo, se esfuerza en ser claro; quien quiere parecer ante la masa como profundo se esfuerza en ser obscuro. Pues la masa tiene por profundo todo aquello cuyo fondo no alcanza a ver: ¡es tan miedosa y le repugna tanto entrar en el agua!
§ 175
De la elocuencia. ─ ¿Quién ha poseído, hasta ahora, la elocuencia más persuasiva? El redoble de tambor: y mientras los reyes tengan éste en su poder, serán siempre los mejores oradores y agitadores del pueblo.
§ 179
Pensamientos. ─ Los pensamientos son las sombras de nuestras sensaciones ─ siempre más oscuros, más vacíos y más simples que éstas.
§ 196
Límite de nuestro oído. ─ Sólo se oyen las preguntas a las que se es capaz de contestar.
§ 298
Suspiro. ─ Capté esta verdad en el camino y eché mano rápidamente de las primeras, pobres, palabras para atarla, para que no se me volviera a escapar. Y ahora se me ha muerto con estas áridas palabras y cuelga de ellas floja y desamparadamente ─ y mirándola ahora, apenas si me explico yo cómo pude sentirme tan feliz al capturar este pájaro.
§ 307
En favor de la crítica. ─ Ahora te parece un error lo que en un tiempo amaste como verdad o probabilidad: lo rechazas, y crees que se trata de un triunfo de tu razón. Sin embargo, tal vez ese error fuera para ti en ese entonces, en que aún fuiste otro —siempre eres otro— tan necesario como todas tus «verdades» de ahora, algo así como una piel que ocultaba y disimulaba mucho que por entonces aún no debías ver. Tu nueva vida, no tu razón, ha matado para ti esa opinión: no la necesitas más, por lo que ahora se deshace y la sinrazón sale de ella como un gusano a la luz. Cuando criticamos, no se trata de una actitud arbitraria e impersonal ─ se trata, con harta frecuencia por lo menos, de una prueba de que se encuentran en nosotros fuerzas vitales y dinámicas que provocan el desprendimiento de una costra. ¡Negamos y tenemos que negar, porque algo en nosotros quiere vivir y afirmarse, algo que acaso no conocemos aún, no vemos aún! ─ Esto en favor de la crítica.
§ 320
Al volverse a ver. ─ A: ¿Te entiendo todavía? ¿Estás buscando? ¡Dónde está, en medio del mundo real de hoy, tu rincón y estrella! ¿Dónde puedes tenderte tú al sol, para que recibas un excedente de bien y se justifique tu existencia? ¡Cada cual debe hacer esto por su cuenta —pareces decirme— y eliminar de su cabeza el hablar en general y el preocuparse por los otros y por la sociedad! ─ B: Yo aspiro a más; no soy un buscador. Quiero crearme un sol propio.
§ 327
Tomar en serio. ─ En los más, el intelecto es una máquina torpe, lóbrega y chirriante que cuesta poner en marcha: le llaman «tomar en serio las cosas» cuando se proponen trabajar y pensar bien con esta máquina ─¡cuán molesto ha de ser para ellos el pensar bien! La graciosa bestia «hombre» pierde al parecer el buen humor cada vez que piensa bien: ¡se pone «seria»! Y «donde hay risa y alegría, el pensamiento no vale nada» ─ así reza el prejuicio de esta bestia seria contra toda «gaya ciencia» ─ ¡Muy bien! ¡Demostremos, pues, que se trata de un prejuicio!
§ 343
«Como está nuestra alegría. El más grande de los acontecimientos recientes —que «Dios ha muerto», que la creencia en el Dios cristiano se ha desacreditado— empieza ya a proyectar sus primeras sombras sobre Europa. A los pocos, por lo menos, cuya mirada, cuya suspicacia en la mirada, es lo suficientemente aguda y sutil para este espectáculo, les parece que se hubiera puesto algún sol, que alguna inveterada y profunda confianza se hubiera trocado en duda: nuestro viejo mundo se le aparece forzosamente cada día más vespertino, más receloso, más extraño, «más viejo». Pero se puede decir en general: que el acontecimiento mismo es demasiado grande, demasiado remoto, demasiado apartado de la capacidad de comprensión de los muchos como para que pueda decirse que la noticia de ello ya ha llegado; y menos aún que muchos sepan lo que en efecto resultará de ello —y cuántas cosas, una vez socavada esa fe, tendrán que desmoronarse por estar fundamentadas sobre ella, adosadas a ella, trabadas con ella: por ejemplo, toda nuestra moral europea. Esa larga plenitud y sucesión de demolición, destrucción, hundimiento y cambio que ahora se avecina: ¿quién lo adivina hoy por hoy suficientemente para tener que ser el predicador y pregonero de esta pavorosa lógica de terror, el profeta de un ensombrecimiento y eclipse tal como probablemente jamás lo ha presenciado la tierra?… Hasta nosotros, descifradores natos, de enigmas que esperamos, por así decirlo, en las montañas colocados entre el hoy y el mañana y encajonados en la contradicción entre el hoy y el mañana, nosotros, primogénitos y prematuros del siglo futuro, que en rigor debiéramos ya percibir las sombras que no tardarán en volver a Europa: ¿cómo se explica que hasta nosotros aguardemos su advenimiento sin interés por este ensombrecimiento, sobre todo sin preocupación ni temor por nosotros mismos? Será que nos hallamos todavía demasiado sujetos a las consecuencias inmediatas de este acontecimiento ─y estas consecuencias inmediatas, sus consecuencias para nosotros no son, contrariamente a lo que pudiera acaso suponerse, en manera alguna tristes y ensombrecedoras, sino muy al contrario como una especie nueva, difícil de definir, de luz, ventura, alivio, alegría, aliento, aurora… En efecto, los filósofos y «espíritus libres», al enterarnos de que «ha muerto el viejo Dios», nos sentimos como iluminados por una aurora nueva; con el corazón henchido de gratitud, maravilla, presentimiento y expectación ─ por fin el horizonte se nos aparece otra vez libre, aunque no esté aclarado, por fin nuestras naves pueden otra vez zarpar, desafiando cualquier peligro, toda aventura del cognoscente está otra vez permitida, el mar, nuestro mar, está otra vez abierto, tal vez no haya habido jamás mar tan abierto.
§ 344
En cuanto también nosotros somos aún piadosos. […] De modo que la «voluntad de verdad» no significa «no quiero dejarme engañar», sino —no queda otra alternativa— «no quiero engañar, ni aún a mí mismo»: —y con esto nos encontramos en el terreno de la moral. Pregúntese con profundidad: «¿por qué no quieres engañar?», sobre todo si parece —¡como parece en efecto!— que la vida tiende a la apariencia, es decir, al error, el engaño, la simulación, el deslumbramiento, el autodeslumbramiento […] La «voluntad de verdad» — pudiera ser una oculta voluntad de muerte. — De esta suerte, el interrogante: ¿por qué ciencia?, retorna al problema moral: ¿por qué aún la moral, si la vida, la Naturaleza y la historia son «inmorales»? No cabe duda que el veraz, en ese sentido audaz y último que presupone la fe en la ciencia, afirma con eso un mundo diferente al de la vida, de la naturaleza y la historia; y en tanto que afirma este «otro mundo», ¿cómo?, ¿no niega por fuerza su antítesis, este mundo, nuestro mundo? … Se habrá comprendido loque me propongo decir, que sigue siendo una fe metafísica, la fe sobre la que descansa nuestra fe en la ciencia — que también nosotros, los cognoscentes de ahora, los ateos y antimetafísicos, tomamos nuestra llama del fuego que ha encendido una fe milenaria, esa fe cristiana, que fue también la fe de Platón, según la cual Dios es la verdad y la verdad es divina… Pero ¿y si esta fe precisamente se hace cada vez menos creíble, y si ya nada se muestra divino como no sea el error, la ceguera y la mentira — y si Dios mismo se muestra nuestra más inveterada mentira?
§ 355
El origen de nuestro concepto de «conocimiento». — Tomo esta explicación de la calle; oí a alguien del pueblo decir que «él me ha conocido»—: entonces me pregunté: ¿qué entiende el pueblo, en definitiva, por conocimiento? ¿qué quiere cuando quiere «conocimiento»? Nada más que esto: algo desconocido debe ser reducido a algo conocido. Y los filósofos — ¿hemos entendido, en rigor, más por el conocimiento? Lo conocido, quiere decir: aquello a que estamos acostumbrados, así que ya no nos sorprendemos de eso, nuestra rutina diaria, alguna regla a la que estamos atados, todo aquello con que nos sentimos familiarizados —¿cómo?, ¿no es nuestra necesidad de conocimiento precisamente esta necesidad de lo conocido, la voluntad de descubrir en medio de todo lo extraño, lo insólito y problemático algo que ya no nos inquiete? ¿No será el instinto del miedo lo que nos impulsa al conocimiento? ¿No será la exultación del cognoscente la exultación de la sensación de la seguridad recuperada?… Tal filósofo creía «conocido» el mundo al haberlo reducido a la «idea»: ay, ¿no sería porque la «idea» le era tan conocida, tan familiar?, ¿porque la idea ya no le daba tanto miedo? — ¡Qué contentadizos son los cognoscentes! ¡No hay más que ver sus principios y sus soluciones de los enigmas del mundo! ¡Cuán contentos se ponen no bien encuentran en las cosas, debajo de las cosas y detrás de las cosas algo que desgraciadamente nos es harto conocido, por ejemplo nuestro uno-por-uno o nuestra lógica o nuestra voluntad y deseo! Pues «lo que es conocido es reconocido»: en eso están de acuerdo. Hasta los más cautelosos de ellos opinan que lo conocido por lo menos es más fácilmente reconocible que lo ajeno; así, por ejemplo, se exige metódicamente partir del «mundo interior», de los hechos de la conciencia» ¡porque este sería el mundo que nos es más conocido! ¡Error de los errores! Lo conocido es lo acostumbrado; y lo acostumbrado es lo más difícil de «reconocer», es decir, de verlo como problema, vale decir, como cosa ajena, lejana, «exterior a nosotros»… La gran seguridad de las ciencias naturales, en comparación con la psicología y crítica de los elementos de conciencia —ciencias innaturales, casi pudiera decirse—, se basa precisamente en el hecho de que toman como objeto lo ajeno; mientras que es algo que casi incurre en lo contradictorio y en el absurdo el querer tomar lo no ajeno como objeto…

Explicación del texto
Friedrich Nietzsche puede parecer un filósofo intimidante, con su bigote y su fama de «tipo complicado». Pero en realidad, muchas de sus ideas en La gaya ciencia son como tuits filosóficos de hace 150 años: breves, potentes y diseñados para hacerte pensar sobre todo lo que dabas por sentado.
A vuestra edad, estáis en un momento de cuestionarlo todo: las ideas de vuestros padres, la sociedad, vuestro propio futuro. Nietzsche es el filósofo perfecto para este momento. Vamos a desglosar estos fragmentos como si estuviéramos comentando un hilo viral, porque, en cierto modo, lo es.
El título, La gaya ciencia, no se refiere a la homosexualidad (gay); de hecho en traducciones más actuales se traduce este libro como La ciencia jovial. «Gaya» aquí significa «alegre» o «gozosa». Es la «ciencia alegre», una forma de conocimiento que celebra la vida, incluso con sus partes más duras. Es una filosofía para espíritus libres.
Tema central: La muerte de Dios y sus consecuencias
Este es el concepto más famoso de Nietzsche y el corazón de estos fragmentos.
§ 125: El hombre loco
Imagina esta escena: un tipo aparece en medio de la plaza del pueblo, en pleno día, con una linterna encendida, gritando «¡Busco a Dios!». La gente se ríe de él. Piensan que está loco.
- ¿Por qué una linterna de día? Porque está buscando algo que todos creen que es obvio y visible, pero que él sabe que ha desaparecido. La luz del sol (la razón, la ciencia moderna) ya no es suficiente para encontrarlo.
- La reacción de la gente. La multitud en la plaza representa a la sociedad moderna de la época (y la nuestra). Son ateos o agnósticos «casuales». No creen en Dios, pero no se han parado a pensar en las consecuencias reales de esa falta de creencia. Para ellos, es como si un personaje de un libro dejara de existir. No le dan importancia.
- «¡Lo hemos matado, vosotros y yo!». Esta es la frase clave. Nietzsche no dice que Dios no exista, sino que el concepto de Dios como base de toda la moral, el sentido y el orden en Occidente ha dejado de ser creíble. ¿Quién lo ha matado? La ciencia, la Ilustración, el pensamiento crítico… en resumen, la propia humanidad.
- Las preguntas del loco. “¿Cómo pudimos vaciar el mar? ¿Quién nos dio la esponja para borrar todo el horizonte?”. Estas metáforas muestran la enormidad de lo que ha ocurrido. No hemos quitado una pieza del puzle; hemos borrado el dibujo entero. El «horizonte» era el marco que daba sentido a todo (el bien, el mal, el propósito de la vida). Sin él, estamos a la deriva en una «nada infinita».
- Las consecuencias. “¿No hace ahora más frío? ¿No cae constantemente la noche?”. Sin una fuente de sentido y calor (Dios), el universo se vuelve frío y oscuro. La responsabilidad es tan grande que nos obliga a convertirnos en nuestros propios dioses, a crear nuestros propios valores.
- «Llego demasiado pronto». El loco se da cuenta de que la gente no está preparada para entender la magnitud del evento. Han oído la noticia, pero no han sentido el impacto. Es como ver el relámpago y tener que esperar mucho tiempo para oír el trueno. La gente aún vive en las ruinas de la moral cristiana sin darse cuenta de que los cimientos han desaparecido.
§ 108: Nuevas luchas
Este fragmento es el prólogo perfecto para el hombre loco.
Después de la muerte de Buda, se mostró aún durante siglos, en una cueva, su sombra… Dios ha muerto: pero… habrá acaso aún por espacio de milenios cuevas donde se muestre su sombra.
- La sombra de Dios. Dios ha muerto, pero su «sombra» permanece. ¿Qué es esa sombra? Toda nuestra moralidad europea, nuestras ideas sobre el bien y el mal, la culpa, el pecado, la caridad, el propósito de la vida. Aunque ya no creamos en el Dios que las creó, seguimos viviendo según sus reglas, por costumbre.
- Nuestra lucha. La verdadera tarea no es solo dejar de creer en Dios, sino vencer también a su sombra. Es decir, examinar críticamente todos esos valores heredados y decidir si todavía nos sirven. ¿Por qué consideramos que «ser bueno» es ayudar al débil? ¿Por qué la culpa es una emoción tan poderosa? Son ecos de una creencia que ya no sostenemos.
§ 343: Como está nuestra alegría
Aquí Nietzsche nos muestra la otra cara de la moneda. Para el hombre loco, la muerte de Dios es aterradora. Para los «espíritus libres» como él, es una liberación.
- Un nuevo amanecer: Para los que estaban atrapados por la vieja moral, la noticia es como una «aurora nueva». El horizonte que antes estaba bloqueado por Dios, ahora está «otra vez libre».
- El mar abierto: La metáfora del mar es central. Antes, la navegación estaba limitada por mapas antiguos y dogmas. Ahora, «nuestras naves pueden otra vez zarpar». Significa que toda aventura del conocimiento está permitida. Podemos explorar nuevas formas de vivir, de pensar, de valorar, sin miedo a ser herejes. Es peligroso, sí, pero también es la máxima expresión de libertad.
Tema 2: ¿Qué es la «verdad» y el conocimiento?
Si Dios (la Verdad absoluta) ha muerto, ¿qué pasa con nuestra búsqueda de la verdad?
§ 110: El origen del conocimiento
Este es uno de los fragmentos más revolucionarios. Nietzsche ataca la idea de que nuestro intelecto busca la «verdad».
- El intelecto como herramienta de supervivencia. Durante milenios, la mente humana no produjo verdades, sino errores útiles. Creencias como «hay cosas idénticas» o «nuestra voluntad es libre» no son ciertas en un sentido estricto (cada hoja de un árbol es única, nuestras acciones están condicionadas), pero nos ayudaron a sobrevivir, a organizar el mundo y a sentirnos en control.
- La verdad como peligro. La «verdad» (la complejidad, el caos, la falta de sentido inherente del universo) llegó muy tarde y es algo para lo que «nuestro organismo no estaba ajustado». Vivir en la incertidumbre constante es agotador y paralizante. Por eso, preferimos nuestras cómodas mentiras vitales.
- La fuerza del conocimiento no es su verdad, sino su antigüedad. Valoramos una idea no porque sea verdadera, sino porque estamos acostumbrados a ella, porque se ha convertido en una «condición vital». Piensa en conceptos como la justicia o el amor romántico. Son construcciones, pero actúan como pilares de nuestra sociedad.
§ 344: En cuanto también nosotros somos aún piadosos
Aquí Nietzsche va un paso más allá y critica la propia ciencia.
- La «voluntad de verdad» es moral. Incluso los ateos y científicos que buscan la «Verdad» con mayúsculas están siendo «piadosos» sin saberlo. Esta obsesión por la verdad es una herencia de la fe platónica y cristiana: la idea de que «Dios es la verdad, y la verdad es divina».
- ¿Y si la vida es engaño? Nietzsche se pregunta: si la vida misma se basa en la apariencia, la perspectiva, el error… ¿no es la búsqueda de una «verdad» única y absoluta una voluntad de muerte? Es decir, un rechazo a este mundo, nuestro mundo, en favor de un «mundo verdadero» abstracto e inexistente.
- Nuestra fe en la ciencia. Creemos en la ciencia, pero esta creencia se apoya en una fe metafísica (la fe en que la verdad es alcanzable y es el valor supremo) que es, irónicamente, la sombra del Dios que la propia ciencia ayudó a matar.
§ 355: El origen de nuestro concepto de «conocimiento»
- Conocer es reducir lo desconocido a lo conocido. Nuestra necesidad de conocimiento es, en el fondo, el instinto del miedo. Lo desconocido nos inquieta, así que lo etiquetamos, lo clasificamos y lo reducimos a algo familiar para sentirnos seguros.
- Lo más difícil de ver es lo acostumbrado. Las cosas que damos por sentadas (la conciencia, el «yo», el tiempo) son las más difíciles de analizar, porque nunca las vemos «desde fuera». La ciencia natural es «fácil» porque estudia lo ajeno; la psicología es difícil porque intenta que el ojo se vea a sí mismo.
Tema 3: Reflexiones psicológicas y consejos para el espíritu Libre
Estos aforismos son más cortos y directos, como píldoras de sabiduría.
- § 173: Ser profundo y parecer profundo. Quien sabe de verdad algo, se esfuerza por explicarlo con claridad. Quien solo quiere aparentar sabiduría, usa un lenguaje oscuro y complicado. La masa confunde lo incomprensible con lo profundo. (Un consejo genial para detectar a los farsantes intelectuales).
- § 179: Pensamientos. Nuestros pensamientos son solo «sombras» simplificadas y vacías de nuestras sensaciones y emociones. Lo que sentimos es mucho más rico y complejo de lo que podemos poner en palabras.
- § 196: Límite de nuestro oído. Solo podemos entender las preguntas para las que ya estamos, de alguna manera, buscando una respuesta. Si una idea es demasiado ajena a tu experiencia, simplemente no la «oirás».
- § 307: En favor de la crítica. Cuando cambias de opinión y rechazas una idea que antes amabas, no es un simple triunfo de la «razón». Es una señal de que has crecido. Tu «nueva vida» ha matado esa vieja opinión porque ya no la necesitas. Criticar no es un acto frío, es una prueba de que estás vivo y en constante transformación.
- § 320: Al volverse a ver. Este diálogo es clave.
- Persona A: Es un «buscador». Busca su lugar, su verdad, su propósito en el mundo, como si fuera algo que hay que encontrar.
- Persona B (el espíritu nietzscheano): «Yo no soy un buscador. Quiero crearme un sol propio». No busca la luz, la crea. No busca un sentido, lo inventa. Es la máxima expresión de la libertad tras la muerte de Dios.
- § 327: Tomar en serio. Nietzsche critica a la gente que cree que para pensar bien hay que ser «serio». Para él, el pensamiento más elevado debe ir acompañado de risa y alegría. La «gaya ciencia» es precisamente eso: una filosofía que no es pesada y académica, sino ligera, ágil y afirmativa de la vida.
En resumen para vosotros:
A los 18, estáis viviendo la «muerte de Dios» en vuestra propia vida. Las verdades absolutas de la infancia («mis padres siempre tienen razón», «el sistema es justo», «hay un camino correcto en la vida») empiezan a desmoronarse.
- La Sombra (§ 108): Sentiréis la tentación de seguir viviendo según las reglas que os dieron, aunque ya no creáis en ellas.
- El Hombre Loco (§ 125): Os daréis cuenta de que muchos a vuestro alrededor no comprenden la magnitud de vivir sin un guion preestablecido. Puede que os sintáis un poco solos en esta realización.
- La Alegría (§ 343): Pero también sentiréis la increíble libertad de tener el «mar abierto». Podéis explorar quiénes queréis ser, qué valores queréis tener.
- Crear vuestro propio Sol (§ 320): La lección final de Nietzsche no es desesperarse en un mundo sin sentido (nihilismo), sino aceptar el desafío de crear vuestro propio sentido. No busquéis un propósito, construidlo. No sigáis una luz, sed la luz.
Nietzsche no os da respuestas. Os da preguntas más potentes y el permiso para que encontréis vuestras propias y valientes contestaciones. ¡Buena suerte en vuestra navegación!
Preguntas para el debate
Estos textos de Nietzsche son perfectos para encender un buen debate. Aquí tienes una serie de preguntas diseñadas para explorar las ideas principales y conectar su filosofía con el mundo actual. Están divididas por temas para que podáis organizar la discusión.
Tema 1: La «muerte de Dios» y sus consecuencias
- Sobre §125 (El hombre loco). ¿Creéis que nuestra sociedad actual ya ha «oído el trueno» de la muerte de Dios, o seguimos, como la gente en la plaza, sin entender las consecuencias de vivir en un mundo sin un fundamento moral absoluto? Dad ejemplos de la «sombra de Dios» (§108) en nuestras leyes, costumbres o moralidad cotidiana.
- Sobre §343 (Nuestra alegría). Nietzsche describe la muerte de Dios como una liberación, un «mar abierto» para el conocimiento. ¿Estáis de acuerdo con esta visión optimista? ¿O la ausencia de un propósito y unas reglas claras genera más angustia y caos que libertad? ¿Es posible vivir sin un «horizonte», sin una verdad superior?
- El reemplazo de Dios. Si «nosotros lo hemos matado», ¿con qué hemos reemplazado a Dios? ¿Son la ciencia, el dinero, la fama, la ideología política o el «bienestar personal» los nuevos «dioses» que dan sentido a nuestras vidas? ¿Son estos reemplazos mejores o peores?

Tema 2: La verdad, el conocimiento y el engaño
- Sobre §110 (El origen del conocimiento). Nietzsche afirma que nuestro intelecto valora los «errores útiles» por encima de la «verdad» porque nos ayudan a sobrevivir. ¿Podéis pensar en «errores» o simplificaciones en las que basamos nuestra vida diaria (por ejemplo, la idea de un «yo» constante, el libre albedrío, la justicia)? ¿Sería posible vivir sin estas ficciones?
- Sobre §344 (La fe en la ciencia). ¿Es la «voluntad de verdad» de la ciencia, como sugiere Nietzsche, una herencia de la fe religiosa? Al buscar una verdad objetiva y única, ¿está la ciencia negando la naturaleza caótica y perspectivista de la vida? ¿Puede la ciencia darnos un propósito para vivir, o solo explicaciones sobre cómo vivimos?
- Sobre §355 (Conocer es reducir). Si conocer es simplemente «reducir algo desconocido a algo conocido» para calmar nuestro miedo, ¿qué valor tiene realmente el conocimiento? ¿Nos hace más sabios o simplemente nos da una falsa sensación de seguridad? ¿Cómo podemos «ver como un problema» aquello a lo que estamos más acostumbrados?
Tema 3: El individuo, la crítica y la creación
- Sobre §307 (En favor de la crítica). ¿Estáis de acuerdo en que cambiar de opinión no es un fracaso de la razón, sino una señal de «fuerzas vitales»? ¿Significa esto que nuestras creencias más profundas están más ligadas a nuestras necesidades vitales que a la lógica? ¿Cuándo fue la última vez que «matasteis» una opinión que ya no necesitabais?
- Sobre §320 (Al volverse a ver). ¿Qué diferencia fundamental hay entre ser un «buscador» y «crearse un sol propio»? En vuestra vida, ¿tendéis más a buscar vuestro lugar en el mundo o a crear vuestro propio mundo? ¿Qué riesgos y qué recompensas tiene cada enfoque?
- Sobre §165 (La felicidad de los que renuncian). ¿Qué cosas habéis «renunciado» en vuestra vida (ideas, hábitos, relaciones) y, al reencontrarlas, las habéis visto con nuevos ojos? ¿Es la renuncia una forma de debilidad o una estrategia para ganar una perspectiva más profunda?
Tema 4: La apariencia, la sociedad y el pensamiento
- Sobre §173 (Ser profundo y parecer profundo). En la era de las redes sociales, ¿cómo se manifiesta la diferencia entre «ser profundo» y «parecer profundo»? ¿Premiamos más la claridad o la oscuridad que aparenta inteligencia? Dad ejemplos.
- Sobre §327 (Tomar en serio). Nietzsche critica a quienes piensan que para reflexionar hay que ponerse «serio» y sin alegría. ¿Creéis que nuestra educación y nuestra sociedad asocian el pensamiento importante con la solemnidad? ¿Es posible aprender y pensar profundamente a través de la risa y la «gaya ciencia»?
- Sobre §175 (De la elocuencia). Nietzsche dice que el «redoble de tambor» es la forma más persuasiva de elocuencia. ¿Cuál sería el «redoble de tambor» de nuestra época? ¿Son los memes, los titulares sensacionalistas, los discursos populistas? ¿Qué nos persuade más hoy en día: la razón o la emoción visceral?
Espero que estas preguntas os sirvan para tener un debate apasionante. ¡A filosofar!
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