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“Relativismo y racionalismo”, en El tema de nuestro tiempo, en: Obras completas, tomo III, 1917/1925, Revista de Occidente/Taurus, Madrid, 2005, pp. 572-574
III
Relativismo y racionalismo
Late bajo todo lo dicho la suposición de que existe una íntima afinidad entre los sistemas científicos y las generaciones o épocas. ¿Quiere esto decir que la ciencia, y especialmente la filosofía, sea un conjunto de convicciones que sólo valen como verdad para un determinado tiempo? Si aceptamos de esta suerte el carácter transitorio de toda verdad, quedaremos enrolados en las huestes de la doctrina «relativista», que es una de las más típicas emanaciones del siglo XIX. Mientras hablamos de escapar a esta época, no haríamos sino reincidir en ella.
Esta cuestión de la verdad, en apariencia incidental y de carácter puramente técnico, va a conducirnos en vía recta hasta la raíz misma del tema de nuestro tiempo.
Bajo el nombre «verdad» se oculta un problema sumamente dramático. La verdad, el reflejar adecuadamente lo que las cosas son, se obliga a ser una e invariable. Más la vida humana, en su multiforme desarrollo, es decir, en la historia, ha cambiado constantemente de opinión, consagrando como «verdad» la que adoptaba en cada caso. ¿Cómo compaginar lo uno con lo otro? ¿Cómo avecindar la verdad, que es una e invariable, dentro de la vitalidad humana, que es, por esencia, mudadiza y varía de individuo a individuo, de raza a raza, de edad a edad? Si queremos atenernos a la historia viva y perseguir sus sugestivas ondulaciones, tenemos que renunciar a la idea de que la verdad se deja captar por el hombre. Cada individuo posee sus propias convicciones, más o menos duraderas, que son «para» él la verdad. En ellas enciende su hogar íntimo, que le mantiene cálido sobre el haz de la existencia. «La» verdad, pues, no existe: no hay más que verdades «relativas» a la condición de cada sujeto. Tal es la doctrina «relativista».
Pero esta renuncia a la verdad, tan gentilmente hecha por el relativismo, es más difícil de lo que parece a primera vista. Se pretende con ella conquistar una fina imparcialidad ante la muchedumbre de los fenómenos históricos; mas ¿a qué costa? En primer lugar, si no existe la verdad, no puede el relativismo tomarse a sí mismo en serio. En segundo lugar, la fe en la verdad es un hecho radical de la vida humana: si la amputamos queda ésta convertida en algo ilusorio y absurdo. La amputación misma que ejecutamos carecerá de sentido y valor. El relativismo es, a la postre, escepticismo, y el escepticismo, justificado como objeción a toda teoría, es una teoría suicida.
Inspira, sin duda, a la tendencia relativista un noble ensayo de respetar la admirable volubilidad propia a todo lo vital. Pero es un ensayo fracasado. Como decía Herbart, «todo buen principiante es un escéptico, pero todo escéptico es sólo un principiante».
Más hondamente fluye desde el Renacimiento por los senos del alma europea la tendencia antagónica: el racionalismo. Siguiendo un procedimiento inverso, el racionalismo, para salvar la verdad, renuncia a la vida. Se encuentran ambas tendencias en la situación que el dístico popular atribuye a los dos Papas, séptimo y noveno de su nombre:
Pío, per conservar la sede, perde la fede.
Pío, per conservar la fede, perde la sede.
Siendo la verdad una, absoluta e invariable, no puede ser atribuida a nuestras personas individuales, corruptibles y mudadizas. Habrá que suponer, más allá de las diferencias que entre los hombres existen, una especie de sujeto abstracto, común al europeo y al chino, al contemporáneo de Pericles y al caballero de Luis XIV. Descartes llamó a ese nuestro fondo común, exento de variaciones y peculiaridades individuales, «la razón», y Kant, «el ente racional».
Nótese bien la escisión ejecutada en nuestra persona. De un lado queda todo lo que vital y concretamente somos, nuestra realidad palpitante e histórica. De otro, ese núcleo racional que nos capacita para alcanzar la verdad, pero que, en cambio, no vive, espectro irreal que se desliza inmutable al través del tiempo, ajeno a las vicisitudes que son síntoma de la vitalidad.
Pero no se comprende por qué la razón no ha descubierto, desde luego, el universo de las verdades. ¿Cómo es que tarda tanto? ¿Cómo permite que la humanidad se entretenga milenariamente en sestear abrazada a los más varios errores? ¿Cómo explicar la muchedumbre de opiniones y de gustos que, según las edades, las razas, los individuos, han dominado la historia? Desde el punto de vista del racionalismo, la historia, con sus incesantes peripecias, carece de sentido, y es propiamente la historia de los estorbos puestos a la razón para manifestarse. El racionalismo es antihistórico. En el sistema de Descartes, padre del moderno racionalismo, la historia no tiene acomodo o, más bien, queda situada en un lugar de castigo. «Todo lo que la razón concibe —dice en la Meditación cuarta— lo concibe según es debido, y no es posible que yerre. ¿Dónde, pues, nacen mis errores? Nacen simplemente de que, siendo la voluntad mucho más amplia y extensa que el entendimiento, no la contengo en los mismos límites, sino que la extiendo también a cosas que no entiendo, a las cuales siendo de suyo indiferente, se descarría con suma facilidad y escoge lo falso como verdadero y el mal por el bien; ésta es la causa de que me equivoque y peque».
De suerte que el error es un pecado de la voluntad, no un azar, y aun tal vez un sino de la inteligencia. Si no fuera por los pecados de la voluntad, ya el primer hombre habría descubierto todas las verdades que le son asequibles; no habría habido, por tanto, variedad de opiniones, de leyes, de costumbres; en suma, no habría habido historia. Pero como la ha habido, no tenemos más remedio que atribuirla al pecado. La historia sería sustancialmente la historia de los errores humanos. No cabe actitud más antihistórica, más antivital. Historia y vida quedan lastradas con un sentido negativo y saben a crimen.
[…]
Explicación del tema
Este fragmento de Ortega y Gasset es una pasada, aunque al principio pueda parecer un poco denso. Es como el tráiler de una película de superhéroes filosófica. Ortega nos presenta a dos «villanos» intelectuales para luego, en el resto del libro, presentarnos a su «héroe»: su propia filosofía.
Vamos a desglosarlo como si fuera una charla entre amigos.
La pregunta central: ¿La Verdad cambia o es eterna?
Imagina que estás hablando con tus abuelos. Ellos te dirán que en su época las cosas se veían de una manera (la música que era buena, lo que estaba bien o mal, lo que se consideraba «verdad»). Tú, en cambio, ves las cosas de otra forma. Y probablemente, tus hijos lo verán diferente también.
Ortega se hace la pregunta del millón: Si cada generación y cada persona tiene sus propias «verdades», ¿significa eso que no existe UNA Verdad con mayúsculas, una que valga para todos y para siempre?
Este es el drama:
- La Verdad (con mayúsculas). Se supone que es única, eterna e invariable. Como que 2+2=4. No cambia con el tiempo.
- La vida Humana. Es todo lo contrario. Cambia constantemente. Somos pura historia, emoción, evolución.
¿Cómo metes algo fijo y eterno (la Verdad) dentro de algo que no para de cambiar (la Vida)?
Para resolver este lío, Ortega nos presenta dos formas de pensar que, según él, se equivocan. Piensa en ellas como dos equipos con estrategias opuestas.
Equipo 1: Los relativistas («todo depende»)
- Su lema: «No existe LA verdad, solo ‘mi’ verdad y ‘tu’ verdad».
- Su idea principal: Para ser justos con la vida y con la historia, que son tan cambiantes, tenemos que aceptar que no hay una verdad absoluta. Cada época, cada cultura, cada persona tiene su propio «rollo», y todo es igual de válido. Lo que era verdad para un caballero medieval no lo es para ti, y punto. La verdad es «relativa» a quien la mira.
¿Por qué a Ortega no le convence esto?
Ortega dice que esta idea, aunque parece muy tolerante y moderna, es una trampa.
- Es una teoría suicida. Si un relativista dice «No existen verdades absolutas», te está intentando colar esa frase ¡como si fuera una verdad absoluta! Se contradice a sí mismo. Si su propia afirmación es solo «relativa», entonces no tenemos por qué hacerle caso.
- Va contra nuestra naturaleza. Los seres humanos necesitamos creer en algo. La fe en que podemos encontrar la verdad es un motor fundamental de nuestra vida. Si renuncias a ella, la vida se vuelve absurda, como un videojuego sin objetivo final. ¿Para qué estudiar, discutir o luchar por algo si al final «todo da igual» y «todo depende»?
- Es de principiantes. Ortega se burla un poco de ellos diciendo que es una fase. «Todo buen principiante es un escéptico, pero todo escéptico es sólo un principiante». Es decir, es fácil dudar de todo, pero es una filosofía que no te lleva a ninguna parte.
En resumen para los relativistas: Para salvar la VIDA (con toda su variedad y cambios), sacrifican la VERDAD.
Equipo 2: Los racionalistas («solo la razón fría y dura»)
- Su lema: «La verdad es una, y solo la razón pura puede alcanzarla».
- Su idea principal: Para salvar la Verdad (única, eterna), tenemos que olvidarnos de todo lo que nos hace diferentes y cambiantes: nuestras emociones, nuestra cultura, nuestra historia personal, nuestro cuerpo… Todo eso es «ruido». Dentro de nosotros hay un «núcleo» de Razón pura (como un superordenador) que es igual en un chino, en un griego antiguo y en ti. Solo usando esa Razón abstracta podemos llegar a la Verdad.
¿Por qué a Ortega tampoco le convence esto?
Ortega dice que esta idea es un desastre por el lado contrario.
- Nos parte en dos. Crea una especie de «esquizofrenia». Por un lado, está tu «yo real» (el que siente, se ríe, tiene una historia, pertenece a una generación). Por otro, está ese «espectro irreal», ese «ente racional» que es como un fantasma perfecto pero que no vive, no siente, no cambia.
- Odia la historia. Si todos tenemos esa Razón perfecta desde el principio, ¿por qué la humanidad ha tardado milenios en descubrir verdades básicas? ¿Por qué hemos pasado por tantas épocas con creencias, artes y costumbres tan diferentes? Para un racionalista puro, toda la historia de la humanidad no es más que una larga y estúpida lista de errores. La historia es el resultado de que la gente no usó bien la Razón y se dejó llevar por «pecados de la voluntad» (pasiones, deseos).
- Es anti-vida. Al final, esta postura desprecia todo lo que es vital y humano. Considera la historia, la cultura y la diversidad como un estorbo, un crimen contra la Razón.
En resumen para los Racionalistas: Para salvar la VERDAD, sacrifican la VIDA.
La conclusión del fragmento
Ortega nos deja con estos dos equipos en un callejón sin salida. Son como los dos Papas del poema que cita: uno, por conservar el poder (la sede), pierde la fe. El otro, por conservar la fe, pierde el poder. Ninguno consigue tenerlo todo.
- El relativismo abraza la vida pero se queda sin verdad.
- El racionalismo se aferra a la verdad pero desprecia la vida.
Este fragmento es la forma que tiene Ortega de «limpiar el terreno». Nos muestra por qué estas dos soluciones tan populares en su época (y en la nuestra) son un fracaso. Y lo hace para abrirle camino a su propia idea, que buscará precisamente unir la Verdad y la vida, la razón y la historia. Él no cree que tengamos que elegir entre una y otra.
Ese es «el tema de nuestro tiempo»: encontrar una filosofía que no nos obligue a sacrificar ni nuestra vida palpitante ni nuestra aspiración a encontrar la verdad.

Preguntas para el debate
Un debate sobre este texto puede ser muy potente. Aquí tienes una serie de preguntas, organizadas por temas, para encender la discusión. Están pensadas para que no haya respuestas fáciles de «sí» o «no» y para conectar la filosofía de Ortega con vuestro mundo.
Bloque 1: Para romper el hielo (¿de qué lado estás?)
- Al empezar, ¿con qué «equipo» te identificas más de forma natural: con los relativistas («cada uno con su verdad») o con los racionalistas («la verdad es una y es lógica»)? ¿Por qué?
- Ortega dice que «la fe en la verdad es un hecho radical de la vida humana». ¿Estáis de acuerdo? ¿Realmente necesitamos creer que existe una verdad objetiva para que la vida tenga sentido?
- Pensad en vuestro grupo de amigos o en vuestra familia. ¿Cuándo habéis visto a alguien actuar de forma puramente «racionalista» y cuándo de forma «relativista»? ¿Qué consecuencias tuvo?
Bloque 2: Profundizando en el relativismo (el mundo de las opiniones)
- Redes Sociales. Las redes sociales nos crean una «burbuja» o «feed» donde vemos principalmente lo que refuerza nuestras propias creencias. ¿Es esto la manifestación moderna del relativismo que critica Ortega? ¿Nos está haciendo más tolerantes o más incapaces de aceptar una verdad común?
- Moral y cultura. Si aceptamos el relativismo, ¿tenemos derecho a criticar las costumbres de otra cultura o de otra época que nos parecen injustas (machismo, esclavitud, etc.)? ¿O simplemente debemos decir «era su verdad, no la nuestra»? ¿Dónde está el límite?
- Ortega dice que el relativismo es una «teoría suicida». Pensemos en el debate sobre las «fake news». Si no existe una verdad objetiva, ¿cómo podemos luchar contra la desinformación? ¿No se convierte todo en una simple batalla de «mi opinión contra la tuya»?
Bloque 3: Cuestionando el racionalismo (la tiranía de la lógica)
- Ortega afirma que el racionalismo es «antivital» y «antihistórico». Pensad en una situación en la que aplicar la lógica pura y fría, sin tener en cuenta los sentimientos o el contexto de una persona, sería un error terrible.
- Inteligencia artificial. Una IA avanzada podría ser el «ente racional» perfecto del que hablaba Descartes: pura lógica sin «pecados de la voluntad». ¿Le encargaríais a una IA que tomara decisiones importantes sobre justicia, ética o gobierno? ¿Qué le faltaría a esa IA para «entender» de verdad el mundo humano?
- El «error». El racionalismo ve la historia como una cadena de errores. ¿Creéis que los errores (personales o históricos) son simplemente fracasos de la razón, o son una parte necesaria y valiosa de la vida y del aprendizaje?
Bloque 4: Buscando una solución (el camino de Ortega)
- Ortega nos deja en un callejón sin salida con dos opciones que no funcionan. ¿Por qué cree que ambas fracasan? ¿Qué es lo que, según vosotros, le falta tanto al relativismo como al racionalismo?
- El arte y la ciencia. ¿Creéis que el arte es el territorio de la «vida» y el relativismo, mientras que la ciencia es el de la «razón» y el racionalismo? ¿O pueden la ciencia ser vital y el arte buscar la verdad?
- La perspectiva. Imagina que la Verdad es una montaña enorme. ¿Es posible que la única forma de conocerla no sea flotando por encima de ella (racionalismo) ni negando que exista (relativismo), sino que cada persona, desde su propio lugar en el valle (su vida, su historia, su perspectiva), vea una parte real y verdadera de esa montaña?
- Pregunta final. ¿Cómo podemos, en nuestro día a día, equilibrar el respeto por las opiniones y vivencias de los demás (lo bueno del relativismo) con la búsqueda de verdades comunes y principios éticos que nos unan (lo bueno del racionalismo)? Dad ejemplos concretos.
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