Responsabilidad y juicio, de Hannah Arendt, explicado a los jóvenes

“El pensar y las reflexiones morales”, en Responsabilidad y juicio, (trad. Miguel Candel y Fina Birulés), ed. Paidós, 2007, pp. 161 – 162, 165 – 166, 183 – 184

Selección de Responsabilidad y juicio, ed. cit., pp. 161-162

Hablar acerca del pensar me parece tan presuntuoso que les debo, creo, una justificación. Hace algunos años, en mi reportaje sobre el proceso de Eichmann en Jerusalén, hablé de «la banalidad del mal», y con esta expresión no aludía a una teoría o una doctrina, sino a algo absolutamente fáctico, al fenómeno de los actos criminales, cometidos a gran escala, que no podían ser imputados a ninguna particularidad de maldad, patología o convicción ideológica de la gente, cuya única nota distintiva personal era quizás una extraordinaria superficialidad. Sin embargo, a pesar de lo monstruoso de los actos, el agente no era un monstruo ni un demonio, y la única característica específica que se podía detectar en su pasado, así como en su conducta a lo largo del juicio y del examen policial previo fue algo enteramente negativo: no era estupidez, sino una curiosa y absolutamente auténtica incapacidad para pensar. Funcionaba en su papel de prominente criminal de guerra, del mismo modo que lo había hecho bajo el régimen nazi: no tenía ni la más mínima dificultad en aceptar un conjunto enteramente distinto de reglas. Sabía que lo que antes consideraba su deber, ahora era definido como un crimen, y aceptó este nuevo código de juicio como si no fuera más que otra regla de lenguaje distinta. A su ya limitada provisión de estereotipos había añadido algunas frases nuevas y solamente se vio totalmente desvalido al ser enfrentado a una situación en la que ninguna de éstas era aplicable como, en el caso más grotesco, cuando tuvo que hacer un discurso bajo el patíbulo y se vio obligado a recurrir a los lugares comunes usados en las oraciones fúnebres, inaplicables en su caso, porque el superviviente no era él. No se le había ocurrido pensar en cómo deberían ser sus últimas palabras, en caso de una sentencia de muerte que siempre había esperado, del mismo modo que sus incoherencias y flagrantes contradicciones a lo largo del juicio no lo habían incomodado. Tópicos, frases hechas, adhesiones a lo convencional, códigos estandarizados de conducta y de expresión cumplen la función socialmente reconocida de protegernos frente a la realidad, es decir, frente a los requerimientos que sobre nuestra atención pensante ejercen todos los acontecimientos y hechos en virtud de su misma existencia. Si siempre fuéramos sensibles a este requerimiento, pronto estaríamos exhaustos; Eichmann se distinguía únicamente en que pasó por alto todas estas solicitudes.


Esta total ausencia de pensamiento atrajo mi atención. ¿Es posible hacer el mal, los pecados de omisión y también los de comisión, cuando faltan no ya sólo los «motivos reprensibles» (como los denomina la ley), sino también cualquier otro tipo de motivo, el más mínimo destello de interés o volición? La maldad, comoquiera que la definamos, «este estar resuelto a ser un villano», ¿no es una condición necesaria para hacer el mal? Nuestra facultad de juzgar, de distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo, ¿depende de nuestra facultad de pensar? ¿Hay coincidencia entre la incapacidad para pensar y el fracaso desastroso de lo que comúnmente denominamos conciencia? Se imponía la siguiente pregunta: la actividad de pensar, en sí misma, el hábito de examinar y de reflexionar acerca de todo lo que acontezca o llame la atención, independientemente de su contenido específico o de sus resultados, ¿puede ser una actividad de tal naturaleza que «condicione» a los hombres contra el mal (la misma palabra con-ciencia , en cualquier caso, apunta en esta dirección, en la medida en que significa «conocer conmigo y por mí mismo», un tipo de conocimiento que se actualiza en cada proceso de pensamiento). Por último, ¿no se refuerza la urgencia de estas cuestiones por el hecho bien conocido y alarmante de que sólo la buena gente es capaz de tener mala conciencia, mientras que ésta es un fenómeno muy extraño entre los auténticos criminales? Una buena conciencia no existe sino como ausencia de una mala.


Tales eran los problemas. Por ponerlo en otros términos y usando un lenguaje kantiano, después de que me llamara la atención un fenómeno -la quaestio facti– que, quisiera o no, «me puso en posesión de un concepto» (la banalidad del mal), no pude evitar suscitar la quaestio juris y preguntarme «Con qué derecho lo poseía y lo usaba».

Selección de Responsabilidad y juicio, ed. cit., pp. 165-166)

En nuestro contexto y para nuestros propósitos, esta distinción entre conocer y pensar es crucial. Si la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo debe tener algo que ver con la capacidad de pensar, entonces debemos poder «exigir» su ejercicio a cualquier persona que esté en su sano juicio, con independencia del grado de erudición o de ignorancia, inteligencia o estupidez que pudiera tener. Kant -a este respecto, casi el único entre los filósofos- estaba muy preocupado por las implicaciones morales de la opinión corriente, según la cual la filosofía es privilegio de unos pocos. De acuerdo con ello, en una ocasión observó: «La estupidez es causada por un mal corazón», afirmación que no es cierta. La incapacidad de pensar no es estupidez; la podemos hallar en gente muy inteligente, y la maldad difícilmente es su causa, aunque sólo sea porque la ausencia de pensamiento y la estupidez son fenómenos mucho más frecuentes que la maldad. El problema radica precisamente en el hecho de que para causar un gran mal no es necesario un mal corazón, fenómeno relativamente raro.


Por tanto, en términos kantianos, para prevenir el mal se necesitaría la filosofía, el ejercicio de la razón como facultad de pensamiento. Lo cual constituye un gran reto, incluso si suponemos y damos la bienvenida al declinar de las disciplinas, la filosofía y la metafísica, que durante muchos siglos han monopolizado esta facultad. La característica principal del pensar es que interrumpe toda acción, toda actividad ordinaria, cualquiera que ésta sea. Por más equivocadas que pudieran haber sido las teorías de los dos mundos, tuvieron como punto de partida experiencias genuinas, porque es cierto que, en el momento en que empezamos a pensar, no importa sobre qué, detenemos todo lo demás, y, a su vez, este todo lo demás interrumpe el proceso de pensamientos. Es como si nos moviéramos en mundos distintos. Actuar y vivir en su sentido más general de inter homines esse, «ser entre mis semejantes» -el equivalente latino de estar vivo-, impide realmente pensar. Como lo expresó en una ocasión Valéry: «Unas veces pienso y otras soy».
Estrechamente conectado a esta situación se halla el hecho de que el pensar siempre se ocupa de objetos que están ausentes, alejados de la directa percepción de los sentidos. Un objeto de pensamiento es siempre una re-presentación, es decir, algo o alguien que en realidad está ausente y sólo está presente a la mente que, en virtud de la imaginación, lo puede hacer presente en forma de imagen. En otras palabras, cuando pienso me muevo fuera del mundo de las apariencias, incluso si mi pensar tiene que ver con objetos ordinarios dados a los sentidos y no con objetos invisibles como, por ejemplo, conceptos o ideas, el viejo dominio del pensamiento metafísico. Para que podamos pensar en alguien, es preciso que esté alejado de nuestros sentidos; mientras permanezcamos juntos no podemos pensar en él, a pesar de que podamos recoger impresiones que posteriormente serán alimento del pensamiento; pensar en alguien que está presente implica alejarnos subrepticiamente de su compañía y actuar como si ya no estuviera.
Estas observaciones dejan entrever por qué el pensar, la búsqueda del sentido -frente a la sed de conocimiento científico- fue percibida como «no natural», como si los hombres, cada vez que empezaban a pensar, se envolvieran en una actividad contraria a la condición humana. El pensar como tal, no sólo el pensamiento acerca de los eventos o fenómenos extraordinarios o acerca de las viejas cuestiones de la metafísica, sino también cualquier reflexión que hagamos que no sirva al conocimiento y que no esté guiada por fines prácticos, está, como ya señalara Heidegger, «fuera del orden». En verdad se da el curioso hecho de que ha habido siempre hombres que eligen como modo de vida el bios theoretikos, lo cual no es un argumento en contra de la actividad de estar «fuera del orden». Toda la historia de la filosofía, que tanto nos cuenta acerca de los objetos de pensamiento y tan poco sobre el propio proceso de pensar, está atravesada por una lucha interna entre el sentido común del hombre, ese altísimo sentido que adapta nuestros cinco sentidos a un mundo común y nos permite orientarnos en él, y la facultad del pensamiento, en virtud de la cual el hombre se aleja deliberadamente de él.

Selección de Responsabilidad y juicio, ed. cit., pp. 183-184

Pensar, en su sentido no cognitivo y no especializado, concebido como una necesidad natural de la vida humana, como la actualización de la diferencia dada en la conciencia, no es una prerrogativa de unos pocos sino una facultad siempre presente en todos los hombres; por lo mismo, la incapacidad de pensar no es la «prerrogativa» de los que carecen de potencia cerebral, sino una posibilidad siempre presente para todos -incluidos los científicos, investigadores y otros especialistas en actividades mentales- de evitar aquella relación consigo mismo cuya posibilidad e importancia Sócrates fue el primero en descubrir. Aquí no nos ocupábamos de la maldad, a la que la religión y la literatura han intentado pasar cuentas, sino del mal; no del pecado y los grandes villanos, que se convirtieron en héroes negativos en la literatura y que habitualmente actuaban por envidia o resentimiento, sino de la persona normal, no mala, que no tiene especiales motivos y que por esta razón es capaz de infinito mal; a diferencia del villano, no encuentra nunca su catástrofe de medianoche.


Para el yo pensante y su experiencia, la conciencia que «por doquier obstruye al hombre con obstáculos» es un efecto lateral. Y sigue siendo un asunto marginal para la sociedad en general excepto en casos de emergencia. Ya que el pensar, como tal, beneficia poco a la sociedad, mucho menos que la sed de conocimiento en que es usado como instrumento para otros propósitos. No crea valores, no descubrirá, de una vez por todas, lo que es «el bien», y no confirma, más bien disuelve, las reglas establecidas de conducta. Su significado político y moral aflora sólo en aquellos raros momentos de la historia en que «las cosas se desmoronan: el centro no puede sostenerse; / pura anarquía queda suelta por el mundo», cuando «dos mejores no tienen convicción, y mientras los peores / están llenos de apasionada intensidad».


En estos momentos, el pensar deja de ser marginal en las cuestiones políticas. Cuando todo el mundo se deja llevar irreflexivamente por lo que todos los demás hacen o creen, aquellos que piensan son arrancados de su escondite porque su rechazo a participar llama la atención y, por ello, se convierte en una especie de acción. El elemento de purgación contenido en el pensamiento, la mayéutica socrática, que saca a la luz las implicaciones de las opiniones no examinadas, y por lo tanto las destruye -valores, doctrinas, teorías e incluso convicciones-, es implícitamente político. Pues esta destrucción tiene un efecto liberador sobre otra facultad humana, la facultad del juicio, que se puede denominar, con algún fundamento, la más política de las capacidades mentales del hombre. Es la facultad de juzgar particulares, sin subsumirlos bajo reglas generales que se enseñan y se aprenden hasta que se convierten en hábitos que pueden ser sustituidos por otros hábitos y reglas.


La facultad de juzgar particulares (descubierta por Kant), la capacidad de decir «esto está mal», «esto es bello», etc., no coincide con la facultad de pensar. El pensar opera con lo invisible, con representaciones de cosas que están ausentes; el juzgar siempre se ocupa de particulares y cosas que están a mano. Pero ambos están interrelacionados de forma semejante a como se interconectan conciencia moral y conciencia del mundo. Si el pensar, el dos en uno del diálogo silencioso, actualiza la diferencia dentro de nuestra identidad, dada en la conciencia, y por ello produce la conciencia como su subproducto, entonces el juzgar, el subproducto del efecto liberador del pensar, realiza el pensamiento, lo hace manifiesto en el mundo de las apariencias, donde nunca estoy solo y siempre demasiado ocupado para pensar. La manifestación del viento del pensar no es el conocimiento; es la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, lo bello de lo feo. Y esto, en los raros momentos en que se ha llegado a un punto crítico, puede prevenir catástrofes, al menos para mí.

Explicación del texto

Vamos a destripar lo que dice Hannah Arendt, una señora que le dio muchas vueltas al coco. Prepárense, porque es denso, pero vamos a traducirlo a idioma humano (y con algo de humor).

El contexto: Arendt fue a cubrir el juicio de Adolf Eichmann, un tipo nazi que organizó la logística para mandar a millones de personas a campos de exterminio. Ella esperaba encontrarse a Satán en persona, a un monstruo sádico… pero lo que vio la dejó flipando.

1. El mal banal (o por qué Eichmann era un NPC)

Hablé de ‘la banalidad del mal’. No era una teoría, era un hecho. Este tipo, Eichmann, había cometido actos monstruosos, pero él no era un monstruo. Era… superficial. Su única característica era una auténtica incapacidad para pensar… No era estúpido, ¿eh? Pero no pensaba.

Funcionaba igual bajo los nazis que en el juicio. Le cambiaron las reglas (‘Antes tu deber era matar’, ‘Ahora matar es un crimen’) y él dijo ‘Ah, vale, OK’. Usaba clichés y frases hechas para todo. ¡Esas frases son como un escudo para no enfrentarte a la realidad!

Cuando lo iban a ahorcar, tenía que dar un discurso. ¿Y qué hizo? ¡Soltó los tópicos típicos de un funeral, como si él fuera el superviviente! No se le ocurrió pensar qué decir en sus últimas palabras.

Esto me dejó loca. ¿Se puede ser tan malo sin querer ser malo? ¿Sin tener motivos? ¿El problema es que su ‘conciencia’ (que significa ‘saber-conmigo-mismo’) estaba… apagada?

Traducción

Arendt se encuentra con Eichmann y, en lugar de ver al Joker, ve… a un NPC (Non-Playable Character). Un personaje sin líneas de diálogo propias.

Eichmann no era tonto (sabía organizar trenes y logística), pero era incapaz de pensar. Era un bot programado.

  • Programa nazi: IF (orden_superior = "matar_judíos") THEN (organizar_trenes) ELSE (esperar_órdenes).
  • Programa juicio: IF (regla_actual = "matar_es_malo") THEN (decir_que_obedecía_órdenes).

Su cerebro estaba lleno de spam, de frases hechas («el deber es el deber», «hay que cumplir la ley»). Los clichés, dice Arendt, son un firewall contra la realidad. Son lo que usamos para no tener que pensar en lo que de verdad está pasando.

Lo más cringe fue su ejecución. El tipo no supo ni qué decir. Recurrió al funeral_speech_template.exe y soltó tópicos que no tenían sentido. Estaba en modo avión mental hasta el final.

La gran pregunta de Arendt es: ¿Para ser un cabrón nivel Dios, no hace falta ser un cabrón? ¿Basta con no pensar?

Y el remate: ¿Por qué tú te sientes fatal si te saltas una clase (mala conciencia), pero este tío que organizó un genocidio dormía perfectamente? Arendt sospecha que la «conciencia» y el «pensar» van de la mano.

2. Pensar NO es saber (¡y por eso «corta el rollo»!)

Ojo, ‘incapacidad de pensar’ no es ‘estupidez’. Hay gente muy inteligente que no piensa. El problema es que para hacer un mal GIGANTE, no hace falta un mal corazón, basta con esa ausencia de pensamiento.

La clave es que PENSAR interrumpe la vida. Detiene la acción. No puedes estar en medio de un partido de fútbol y, a la vez, pensar sobre el significado metafísico del fútbol. Como dijo Valéry: ‘Unas veces pienso y otras soy’. O estás en la fiesta, o estás en el balcón pensando sobre la fiesta. ¡No puedes hacer las dos cosas!

Además, el pensamiento siempre va de cosas ausentes. Para pensar en tu colega, no puede estar delante. Si está delante, estás hablando con él. Para pensar en él, tienes que ‘ausentarte’ (vamos, quedarte empanado mirándole). Por eso pensar parece ‘antinatural’, porque te saca del mundo real.»

Traducción para humanos:

Aquí Arendt hace una distinción clave:

  • SABER (conocer). Es tener datos. Es lo que haces con Google. «¿Capital de Kirguistán?». Bishkek. Fin. Esto lo pueden hacer los «inteligentes».
  • PENSAR (reflexionar). Es… otra cosa. Es cuando te preguntas: «¿Por qué hay capitales? ¿Qué es un país? ¿Por qué Kirguistán suena a nombre de Pokémon?».

Lo más importante: Pensar le da al botón de PAUSA a la vida.

¿Estás doomscrolleando en TikTok? Estás «siendo» (estás en modo acción). ¿Paras y te preguntas: «¿Por qué coj… estoy viendo a un tío bailar mientras se come un taco a las 3 AM?»? En ese momento, has dejado de «ser» (en el sentido de actuar) y has empezado a «pensar».

Por eso el pensamiento es «antinatural» y «fuera del orden». El «sentido común» te dice: «¡Tío, sigue scrolleando! ¡No te rayes! ¡Sé productivo! ¡Vive!». Pero el pensamiento es el amigo raro que dice: «Para, para… ¿por qué?».

3. Pensar es el antivirus (que te salva en el apocalipsis)

Pensar no es cosa de filósofos. TODOS podemos hacerlo. Y (noticia triste) TODOS podemos evitar hacerlo, incluso los científicos listísimos.

El pensamiento no es constructivo. No te da ‘valores’ ni te dice qué es ‘el Bien’. Al contrario: ¡los disuelve! Es como Sócrates, ese tío que iba por la calle fastidiando a la gente demostrándoles que no tenían ni idea de lo que hablaban (‘Ah, ¿dices que sabes qué es la Justicia? A ver…’).

¿Entonces para qué sirve? ¡Ah! Su momento llega en las crisis. Cuando ‘las cosas se desmoronan’, ‘el centro no puede sostenerse’ (poema de Yeats) y ‘los peores están llenos de apasionada intensidad’ (ejem, nazis, fanáticos, haters de Twitter…).

En esos momentos, cuando TODOS se dejan llevar por la corriente como locos, los que piensan son arrancados de su escondite. ¿Por qué? Porque su ‘rechazo a participar’ (su ‘No, gracias, yo no me uno a linchar a este tío’) se convierte en una acción.

Ese ‘no participar’ libera otra facultad: el JUICIO. El juicio es la capacidad de mirar algo particular (esta ley concreta, esta orden específica) y decir: ‘Esto está mal’, sin necesitar un libro de reglas que te lo diga.

Traducción

Pensar no te va a dar un manual de «Cómo ser bueno». De hecho, es más bien un antivirus mental.

Tú te has descargado un montón de software de la sociedad: «Hay que obedecer», «Esto siempre se ha hecho así», «Es la ley», «Todo el mundo lo hace». El Pensamiento (Sócrates-Mode) es el antivirus que escanea esos programas y dice: WARNING: Opinión no examinada. ¿Seguro que quieres ejecutar 'Obedecer_sin_preguntar.exe'?

Normalmente, esto es solo una cosa rara que haces tú solo. ¿Pero cuándo se vuelve crucial?

En el apocalipsis zombi (o político, o social).

Cuando todo se va al garete y tus vecinos empiezan a gritar «¡Quememos al diferente!» o «¡Sigamos al líder que grita más fuerte!» (los «peores llenos de apasionada intensidad»), la mayoría activa el modo NPC de Eichmann.

El pensador es el que, en medio de la horda, se para. No corre. No grita. Solo por parar, ya llama la atención.

Y ese «parar» (pensar) activa el Juicio. El Juicio es tu superpoder para mirar a la horda y decir: «Eh… no. Quemar al vecino… esto está mal«.

Ideas generales:

  1. El Mal más tocho no lo hacen los supervillanos, lo hacen los NPCs que han desactivado su capacidad de pensar.
  2. Pensar no es ser listo (saber), es dialogar contigo mismo («¿Seguro que esto está bien?»).
  3. Pensar corta el rollo de la vida normal, pero es el antivirus que te impide unirte a la horda cuando todo se vuelve loco. Te da la capacidad de Juzgar por ti mismo.

Preguntas para el debate

l»Modo NPC» (piloto automático). Arendt describe a Eichmann como un «NPC» (un No-Player Character), un tipo que funciona con «clichés» y «frases hechas» y que no piensa por sí mismo. Pregunta: En nuestro día a día (en el instituto, en redes sociales, con los amigos), ¿cuánto tiempo pasamos en «piloto automático»? ¿Es posible que estemos cometiendo «pequeños males» (cotilleos, bullying pasivo, seguir una tendencia tóxica) simplemente por «incapacidad de pensar» en ese momento?

¿Quién es más peligroso? El villano tradicional es el «malo malísimo» que disfruta haciendo daño (como el Joker). Arendt nos presenta un mal «banal», el del burócrata que solo «cumple órdenes». Pregunta: ¿Quién da más miedo y es más peligroso para la sociedad: el sádico que sabe que es malo, o el «Eichmann» (la persona normal, superficial, que no piensa) capaz de organizar un genocidio si se lo ordenan como parte de su «trabajo»?

¿El instituto crea «Eichmanns»? Arendt distingue entre «Saber» (acumular datos, ser inteligente) y «Pensar» (reflexionar, cuestionar). Dice que Eichmann era inteligente, pero no pensaba. Pregunta: ¿Está el sistema educativo (exámenes de memorizar, selectividad) diseñado para premiar el «Saber» por encima del «Pensar»? ¿Corremos el riesgo de crear «expertos» muy inteligentes que nunca se cuestionan por qué hacen lo que hacen?

«Pensar» corta el rollo (¿o no?). Arendt dice que «pensar interrumpe la acción». No puedes estar «en la fiesta» y «pensando sobre la fiesta» a la vez. Pensar te «saca» del mundo. Pregunta: Para ser feliz, ¿es mejor «fluir» y «no rayarse» (vivir en el «ser», como diría Valéry), o es una obligación moral «rayarse» (pensar) y examinarlo todo, aunque eso te «corte el rollo» y te haga sentir fuera de lugar?

La conciencia y el «diálogo interno». Arendt sugiere que la «conciencia» es el subproducto de «pensar» (hablar contigo mismo). Un criminal que no piensa, no tiene «mala conciencia» porque no tiene un «yo» con el que dialogar. Pregunta: Si haces algo malo, pero logras no pensar en ello y seguir durmiendo bien… ¿has «ganado» al sistema? ¿O has perdido tu humanidad en el proceso?

El «apocalipsis zombi» de la opinión pública. Arendt dice que el «pensar» se vuelve vital en las crisis, cuando «los peores están llenos de apasionada intensidad» (pensemos en Twitter, linchamientos virales, fanatismos). Pregunta: En un momento de histeria colectiva (social, política, o incluso en un grupo de WhatsApp), ¿cuál es la acción correcta? ¿Es «no participar» (negarse a unirse a la horda) la forma más valiente de «acción» que existe hoy en día?

Loading


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *