Gaylleen y Leonard son los dos trabajadores de mi instituto que mantienen todo perfectamente limpio y dipuesto para dar clase. A pesar de la dureza de su trabajo lo hacen siempre con una grandísima sonrisa y no se quejan. Es lo que tiene el país de la libertad, hasta un «janitor» cobra un sueldo digno, como debe ser. ¡Cuanto, cuanto, cuanto nos queda por aprender en España!
Por las tardes, al finalizar las clases, mientras preparo el material del día siguiente, Leonard suele pasar a verme para hablarme de su familia, de sus diversiones y de sus sueños. Es de verbo fluído y tremendamente simpático. A algunos profesores les parece un «plasta» pero a mí me gusta.
Colleen también me visita a veces y nos tomamos un te verde que suelo traer de casa. Me pregunta siempre muy preocupada sobre su hijo, a quien le doy clases. «No te preocupes Gaylleen -le digo confiado- tienes un hijo del que puedes sentirte muy, muy orgullosa».
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