Un alumno estaba encendiendo el mechero durante clase. Le exigí con educación que me lo diera y le expliqué que eso era peligroso, sobre todo si lo hacía cerca de su cuaderno o del pelo de algún compañero. Se lo pedí para entregarlo a su tutora y su respuesta fue amenazarme con un ingenuo «si se lo entregas me portaré mal durante todo el curso». Obviamente fue una razón más para hablar con la tutora y llamar a sus padres.
En cualquier caso esta es la excepción que confirma la regla de la mayoría de mis estudiantes: es un placer trabajar con ellos.
Les dejo con la conferencia del juez de menores Emilio Calatayud (vía Carlos Cabanillas)
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